Mezclar la juventud y veteranía suficiente para dar un pregón de Semana Santa no parece fácil. Y menos para Málaga, donde 500 años de tradición y decenas de pregones pesan como una losa en la responsabilidad del pregonero. Santiago Souvirón, Santi como es más conocido, ha sabido presentarse en el Teatro Cervantes con un pregón que buscó hacer un llamamiento a los cofrades del ayer, a los de hoy y a los del futuro para trabajar juntos, colaborar en hacer hermandad y cultivar el amor de Dios, eje sobre el que se sustentan las hermandades y que Souvirón destacó como elemento clave para el futuro y presente de las cofradías.

Souvirón ha planteado un pregón con una estructura novedosa. Ha hecho un recorrido por las tres edades del cofrade: la niñez , momento de descubrimiento, de comprender y enamorarse de la Semana Santa; la madurez bajo el varal, cuando se estrechan los lazos, se crea la familia cofrade y las devociones se convierten en principio y final de nuestras alegría y problemas; para terminar con la vejez, la que vuelve a las filas de nazarenos, la que cierra el círculo transmitiendo su experiencia, recuerdos e historias a los jóvenes cofrades. La rueda vuelve a girar y así con un afán de eternidad que dura ya 500 años: «Y tú te vas alejando poco a poco. Estás donde siempre quisiste, donde siempre estuviste, donde siempre estarás». El hecho y la vivencia cofrade es presentada por Santi Souvirón como el elemento que une a los malagueños, le da identidad y consuelo cuando todo parece desvanecerse y en una sociedad cada vez más ajena al mensaje evangélico que deben hacer suyo los cofrades: «Vivimos en una sociedad materialista que aprovecha nuestro momento de máxima debilidad para ponernos por delante retos para los que quizás no estamos preparados. Una sociedad en la que lo digital, lo individual y lo superficial se imponen por obligación y no nos dejan ser lo que fuimos».

Para ello, el pregonero plantea con valentía los caminos a asumir por el cofrade para enfrentarse a los retos de una sociedad secularizada: la formación, potenciar el culto interno y el amor. «No olvidéis que nuestra mejor arma es y será siempre el amor, y de ahí nace la hermandad. No podemos renunciar a eso y mucho menos ahora. No se nos puede llenar la boca para defender los valores cristianos de puertas hacia fuera y darle la espalda de puertas hacia adentro. Tenemos que darle sentido a nuestro ser cofrade desde la raíz, desde la verdad y esa no es más que una. Tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos». Santi Souvirón puso ahí el dedo en una de las numerosas llagas cofrades, al conminar a dejar de lado «las aspiraciones individuales y anteponer siempre lo colectivo», abandonar el rencor y dejar de ver como enemigos «a nuestros hermanos en Cristo».

Este potente mensaje resume en gran parte el espíritu del pregón de Santi Souvirón, que no ha dejado de romper una lanza en favor de la formación cristiana de los cofrades, fundamental para mejorar esa comunión entre hermanos y dejar de lado los enfrentamientos internos.

Compromiso

El pregonero de la Semana Santa de Málaga apela al compromiso de los cofrades para asegurar el futuro de las hermandades. Animando a que la vivencia de las cofradías «no se puede reducir a siete días al año, ni siquiera a cuarenta. Ahora más que nunca, tenemos la obligación de mantener ese compromiso durante todo el año». Por ello, insiste: «Salid a la calle a rezar sin complejos. Desde un balcón, desde una silla, en un encierro, en una salida, en cualquier rincón o en cualquier momento. (...). Salid a expresar vuestros sentimientos sin miedos y con la libertad que os dicte vuestro corazón».Las tres edades del cofrade

La estructura del pregón de Santi Souvirón se articula en el desarrollo de las tres edades del cofrade, que va hilando con recuerdos e historias que ponen de relieve el impacto de las devociones personales en la vida de la gente corriente y cómo las cofradías están tan insertadas en el día a día de Málaga que forman parte de la identidad de la ciudad y sus habitantes.

Souvirón destaca la primera edad como la del descubrimiento, de la mano de las historias que cuentan los mayores a los más pequeños. Recuerdos e historia que se van entremezclando en la cabeza de los más pequeños y despiertan su curiosidad. Es el momento de descubrir y encontrar sentido a lo que ven, en especial cuando empieza la participación activa como nazareno, que se convierte en la escuela cofrade por antonomasia, en el anonimato de un hábito y un capillo que iguala a todos: «La sensación de ser nazareno en familia junto a los tuyos, de mirar a los lados y sentir el orgullo de pertenencia. La sensación de que estás con tus hermanos y que con ellos vas a seguir a Cristo, aquel que murió en la cruz por nosotros». El hábito se convierte así en el primer mensaje cofrade, en el que todos son iguales en una hermandad: «Nadie te pregunta lo que sabes, ni de dónde vienes, ni qué quieres ser de mayor. No importa que trabajes con corbata, con uniforme, con un mono, que solo tengas una muda que ponerte o que ni siquiera tengas trabajo. Da igual que vivas al sur, al norte, al este o al oeste. Eres nazareno. Y lo serás por siempre».

La segunda edad es la edad adulta, donde se acaba la inocencia, pero comienza la implicación bajo el varal. La niñez se queda atrás y comienzan a crearse otros lazos. También es el momento que Santi Souvirón aprovecha para enlazar historias de penitencia, amargura, soledad, enfermedad, acoso o paro, Todas con un denominador común: La fe y la devoción como tabla de salvación de muchas vidas. Una capilla callejera, la oración en San Lázaro de unos padres desesperados, la brújula de hermandad cofrade para no perder el norte o la promesa en agradecimiento por un favor concedido. Golpes de la vida adulta que se mitigan con el Amor de Dios y que encuentran en las cofradías su vehículo para hacerla llegar a todas las capas de la sociedad.

Souvirón no olvida hacer un llamamiento a los cofrades adultos, aquellos que en los 70 y 80 lucharon para que se renovaran sus hermandades y se hiciera hueco a las nuevas generaciones. Les pide generosidad, que «no sean un tapón» para los jóvenes que pujan por trabajar y aportar en su hermandad.

Se cierra el círculo

La tercera edad del cofrade es la vejez. Esa que llega cuando el trono pesa más de lo normal en los hombros cansados. El pregonero recurre a una poesía para animar a los veteranos del varal a dar un paso al lado: «Cuando crees que todo acaba,/ si en el trono fuiste honesto, /sabrás que no es el final/sino más bien el comienzo». Souvirón anima a los portadores que han llegado al final de sus fuerzas a volver a las filas de nazarenos, a seguir aportando su experiencia y vivencias.

Y el pregonero cierra el círculo, recordando a nombres cofrades que ya nos dejaron e imprimieron su huella: Jesús Castellanos, Agustín del Castillo, Pepe París, Luis Méndez, Salvador López y, por supuesto, Antonio Garrido Moraga, del que recordó un fragmento de su pregón de 1987.

Vuelve así Souvirón al principio, pero con otra perspectiva. El niño inocente que escuchaba las historias de sus mayores se convierte en anciano y es él quien cuenta esas mismas historias que siembran el anhelo cofrade en los más pequeños.