Veintiocho años de proceso culminaron ayer en una emotiva ceremonia de dos horas en la que el padre Tiburcio Arnaiz fue nombrado beato bajo la atenta mirada de 8.500 personas. Estas, bien dentro de la Catedral de Málaga o en los alrededores -donde se colocaron diez pantallas para seguir el acto en directo- fueron «testigos privilegiados» de uno de los mayores reconocimientos que otorga la Iglesia.

Así lo calificó una de las misioneras de las Doctrinas Rurales, asociación católica que fundó el jesuita, que fue la encargada de dar comienzo, a las 11.00 horas, al rito de introducción que precedía a la beatificación. Al comienzo de esta parte del acto, la postuladora de la Causa del Padre Arnaiz, Silvia Correale, recordó la figura del jesuita vallisoletano que vivió sus últimos 14 años en Málaga.

Solo media hora después, el presidente del acto, el cardenal prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, Angelo Becciu, en representación del Papa Francisco, decía las tan esperadas palabras inscritas en la carta apostólica: «el venerable siervo de Dios Tiburcio Arnaiz Muñoz de ahora en adelante puede ser llamado beato».

Con el repique de las campanas de todas las iglesias de Málaga de fondo, la Catedral se puso en pie, emocionada, y se sumió en un largo aplauso. Fue entonces cuando se descubrió poco a poco el lienzo con la imagen del padre Arnaiz que colgaba de la girola del altar mayor, una obra del pintor Raúl Berzosa.Influencia

Becciu, que leyó la carta del Papa Francisco en la que inscribe a Arnaiz en el Libro de los Beatos tras la petición del obispo de Málaga, Jesús Catalá, reconocía en ella que el vallisoletano «elevó notablemente el nivel espiritual de la sociedad malagueña y logró implicar a muchos seglares en apostolados heroicos, realizando una labor catequética, caritativa y cultural en los barrios y los campos más abandonados».

Tras el nombramiento, las reliquias del nuevo beato se procesionaron hasta colocarse cerca del altar, donde Becciu las veneró, incensándolas. Así, el rito de beatificación se daba por concluido con el canto del Gloria, que mantuvo en pie a todos los fieles mientras volvían a repicar las campanas de todas las iglesias malagueñas.

Fuera, aunque la mañana había comenzado entre paraguas y chubasqueros y con miedo por la alerta roja por precipitaciones que azotaba a Málaga, la lluvia dio una tregua a los seguidores del jesuita que atrevieron a ir (pues finalmente unos 2.500 que estaban acreditados no acudieron por dicho aviso). Y es que el tiempo que duró el acto se caracterizó por la salida del sol y un chispeo débil de vez en cuando.

El acto continuaba con la Eucaristía. De la homilía se encargó el cardenal prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, quien resaltó que el ya beato Tiburcio Arnaiz tuvo una vida «marcada por las buenas obras» y valoró que «su vivaz y cálida predicación se convirtió en un motivo decisivo para la conversión de muchos, especialmente durante las misiones populares, a través de las cuales llevaba a cabo una intensa y fructífera evangelización y promoción social».

Así, recordó que fue un «intrépido heraldo del Evangelio» entre los «más humildes y olvidados de los llamados corralones, los barrios más pobres y también más hostiles a la Iglesia de Málaga». Además de homenajear su compromiso con los corralones se refirió a la asociación que fundó, las Misioneras de las Doctrinas Rurales, que «aún hoy realizan un apreciable apostolado».

Por todo ello, se sintió orgulloso de presentar al nuevo beato a la Iglesia y reconocer así su existencia, de la que hizo «un camino constante, luminoso y heroico de total entrega a Dios y a los más débiles»; puntualizando que toda esa «asunción de responsabilidad» y «solidaridad» que lo caracterizaron es necesaria en la actualidad.Comunión

Siguiendo el orden habitual de la misa, llegó el momento de la comunión. De los 170 sacerdotes concelebrantes -70 de Málaga y 100 de lugares donde han trabajado las Misioneras de las Doctrinas Rurales-, 100 se encargaron de distribuir la comunión. Así, cada uno acompañado por un voluntario se acercaron hasta los fieles congregados dentro de la Iglesia así como a los que visualizaban el acto dentro del perímetro vallado pero fuera de la Catedral para darle la comunión.

Estas miles de personas que no cedieron a la presión de la lluvia, procedían de toda la provincia de Málaga, así como de Granada, Cádiz, Cáceres Córdoba, Álava, Madrid, Almería, Sevilla, Ávila, Santa Cruz de Tenerife, Jaén, Castellón, Badajoz, Melilla, Ciudad Real, Toledo y Valladolid.

Por su parte, entre los concelebrantes más destacados, además del obispo de Málaga se encontraban el arzobispo de Granada, Javier Martínez Fernández; y el nuncio apostólico del Papa Francisco en España, Renzo Fratini; y el obispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián.

La última parte del rito se desarrolló de la mano de la directora general de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, quien agradeció a la Diócesis malagueña, al obispo así como a todo los que trabajaron durante 28 años en que esta causa sea hoy una realidad. Así como de Catalá, que pronunció un discurso en el que destacó su «alegría» por que tantas personas se hayan involucrado trabajando en este proceso.

Además, señaló que a nivel local, el padre Arnaiz se presenta como «un ejemplo» para que «podamos imitarle en su amor a Jesucristo, su obediencia, su humildad, su entrega, su amor a la Eucaristía y su amor al Sagrado Corazón de Jesús».

Así, con una ovación cerrada a ambos discursos, se dio por terminada una ceremonia en la que los sacerdotes y obispos fueron los primeros en abandonar la Catedral por los laterales, donde se habían situado también otras tres pantallas para que desde cualquier rincón del templo se pudiera observar la beatificación del jesuita vallisoletano adoptado por Málaga.

El canto final fue el himno del padre Arnaiz: Buscad no vuestros intereses, sino los de Jesucristo. Una frase que se pudo leer ayer en todos los pañuelos rojos que portaban los fieles que acudieron a una jornada que seguro quedará marcada en la mente de muchos.