Terminaba la misa correspondiente al último día del septenario a la Virgen de los Dolores del Puente en Santo Domingo. La imagen, ya en su trono, presidía el altar mayor. Bajo el coro, el trono del Crucificado del Perdón, que durante toda la jornada había permanecido expuesto en devoto besapié. Entonaba la última pieza de la ceremonia litúrgica el coro de la basílica de la Victoria y se apagaban las luces del templo. En tinieblas, comenzó a avanzar un cortejo de velas por la nave central de la parroquia. La dulce melodía de Plegaría al Cristo del Perdón, en viento madera, inundaba cada rincón de la abarrotada iglesia.

En silencio. Con sigilo. Mucho orden y diligencia, la sobria comitiva de hermanos dejaba paso al portentoso crucificado de Suso de Marcos, a hombros de sus cofrades. Ganaba metros despacio, hasta situarse en la trasera del trono, donde ya aguardaban los dos ladrones, San Juan Evangelista y la Virgen de la Encarnación. Con la seguridad de quienes llevan años practicando la misma maniobra, el señor era exaltado, ganando en diagonal la verticalidad de la cruz sobre el trono. Rápido y limpio. Ya estaba entronizado para salir en penitencia el próximo Lunes Santo.