El traslado de la Virgen del Monte Calvario es un privilegio. Estar a apenas unos centímetros de esta imagen. Poder rezar el Rosario, casi susurrarlo, mientras se camina a su lado, como quien comparte un paseo con una amiga de toda la vida, es una ocasión especial. En pocas ocasiones una devoción se encuentra tan cerca de sus fieles y menos en un camino como la bajada del Monte Calvario, tan cerca de la ciudad y a la vez tan lejos del traqueteo diario.

Un sencillo cortejo con muchos hermanos de la cofradía con velas y unas andas para llevar a la Virgen. Solo se necesita eso y el rezo cadencioso que invita a recogerse. La Virgen iba elegantemente vestida, plagada de detalles. Tres rosarios de gran tamaño, la cruz pectoral, el puñal, broches e incluso un anillo.

El paso por los jardines de Alfonso XII fueron el final adecuado a un traslado especial y que invita a repetir.