El malagueño es así. Estoy harto de verlo. Yo también soy así, malagueño. Nací aquí, aquí vi las primeras procesiones, aquí supe lo que era la Semana Santa y aquí también aprendí el valor del derrotismo y lo importante que es, como decía el otro día un famoso tuitero 'influencer' de la Victoria, no estar cabreado todo el rato. Claro, hay quien tiene razón, cómo no. Y mucha. Los han cambiado de sitio en el recorrido oficial, los han puesto en una calle que no es la suya, la de siempre, donde tal vez vieron jugar a sus hijos o disfrutaron con otras parejas charlando mientras esperaban el paso de una nueva procesión. También entiendo a los de la Plaza de la Marina, que no tenían luz y ahora, después de esa protesta ante la Virgen de Dolores del Puente, la tienen. Incluso, entiendo a quienes los defienden por manifestarse así, ante una imagen religiosa sin respeto alguno a los penitentes. También entiendo a quienes critican las vallas elegidas para calle Larios, que sí, que además de antiestéticas ya se han viralizado dando la sensación de que esto es una Semana Santa elitista; incluso, creo, entiendo a los que dicen que el nuevo recorrido oficial es largo y que hay que ir ligerito, porque si no no llegas a los controles horarios, lo que más que una procesión convierte a esta parte del itinerario en una carrera para mediofondistas. También veo claramente que algunas de las razones que esgrimen egregios periodistas contra el cambio de nuevo recorrido podrían ser acertadas, eso pasa con la edad, no tengo una opinión concluyente sobre casi nada y, en temas cofrades, aún menos. Lo que sí tengo claro es que esta ciudad ha reaccionado siempre a los grandes cambios así, con enfado y críticas, legítimas, por supuesto, pero a lo mejor no es la mejor manera de afrontar las metamorfosis. El debate sobre el cambio de recorrido oficial lo escucho desde antes de que en el Mater Dei de 2013 se descubrieran las posibilidades que ofrecían muchas calles al procesionismo, hallando así, de pronto, los cofrades, nuevos enclaves por los que transitar. Ese runrún estaba en las cofradías, no me digan que no; al igual que en las conversaciones entre muchos cofrades siempre podía escucharse aquello de que los usos sociológicos han cambiado y, si en los ochenta se salía por la noche, entre otras cosas, para tapar las vergüenzas de nuestro patrimonio, ahora que hay muchos más niños y jóvenes en las filas nazarenas y la gente trabaja, al menos entre Lunes y Miércoles Santo, lo normal es salir bastante antes. La Agrupación de Cofradías, como es su obligación, recogió esas dos inquietudes y ha parido un nuevo recorrido. Como dice un compañero, el papel lo soporta todo y la realidad, a veces, es esquiva. La realidad, como digo, ha demostrado que hay mucho que mejorar, pero ¿alguien creía que un cambio tan radical de recorrido iba a comportarse como una maquinaria perfectamente engrasada en su primer año? La pregonera lo dijo en una entrevista: hay que esperar a que pase esta Semana Santa y luego analizaremos. A partir del Lunes de Pascua es momento de sentarnos a valorar todas las aristas del cambio de recorrido, que no es sólo una modificación de las calles de paso, sino la concreción del mito lampedusiano: cambiarlo todo para que nada cambie. Es una revolución estética y urbana de la concepción cofrade y procesionista, que significa agitar, claro que sí, los esquemas mentales que todos teníamos sobre por dónde movernos o en qué enclaves se pueden ver mejor las procesiones. Yo, y esto es personal, me he movido sin problemas durante toda la semana y he visto hermandades allá donde he querido, porque hay mucha Semana Santa más allá del recorrido oficial. Pongo varios ejemplos de lo que quiero decir: el paso de Dolores de Puente por las callejuelas del Perchel, el Rocío antes de llegar a la Tribuna de los Pobres o las salidas del Rescate, Salutación y Prendimiento. Como digo, y en ello me reitero, el nuevo recorrido oficial es, desde mi punto de vista, un acierto que necesita ahora de años de perfeccionamiento y tal vez, de algunos meses de debate para ver cómo mejorar la movilidad (que hubiera estado mejor sin la chapuza municipal de la Alameda), qué vallas se ponen, qué colores o estética se eligen para las tribunas o, y esto es exclusivo de cada hermandad, usar Carretería y la Tribuna de los Pobres para alargar algo la procesión y que más malagueños puedan ver a sus imágenes. Yo tengo claro que el hecho de que el itinerario acabe a los pies de la Torre Sur de la Catedral, por ejemplo, ha sido un acierto, al igual que la rampa y la estación de penitencia en el primer templo de la diócesis; que el entorno de Atarzanas, la curva de Torregorda o calle Martínez conforman un magnífico entorno para procesionar y que no podemos enfocar una metamorfosis trascendental para la ciudad desde el derrotismo, sino desde el análisis sereno y pausado de lo que ha sido esta Semana Santa, que siempre será, por más que se diga, de los malagueños. El debate debe empezar el Lunes de Pascua y habrá tiempo para mejorar lo que es, desde mi único punto de vista, un acierto, aunque a veces las consecuencias de las decisiones que tomamos sólo es posible juzgarlas muchos años después. Cerremos las redes sociales y demos paso al diálogo. Será mejor para todos.