Semana Santa de Málaga
Feos, malos... pero necesarios: ¿quiénes son los malos de la Semana Santa?
La Semana Santa y sus procesiones tienen muchas conexiones con los autos sacramentales, que representaban escenas de los Evangelios para un público, en su mayoría, analfabeto, por lo que era clave la imagen y la expresión
Esa teatralidad se mantiene en las representaciones de los grupos escultóricos, donde los malos, los villanos, tienen su propia forma de presentarse

El Señor de la Puente con el Berruguita en la salida del Miércoles Santo de 2022 / Eduardo Nieto
El gran teatro que son las procesiones de Semana Santa lleva a la calle las distintas escenas de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Una historia en la que hay un único protagonista principal, Jesús, con la Virgen como una de las claves del mensaje. Sin embargo, son los malos los que dan sentido a la Pasión, el fondo oscuro que hace resplandecer el mensaje de perdón y salvación de Jesús. Sin ellos, la Pasión se quedaría huérfana. No nos gustan, son feos, con gestos violentos y desagradables. Pero quizá, por ello, su papel es tan importante para entender la maldad que hubo en los días en que Jesús fue apresado, muerto y sepultado. Y cómo el bien y el perdón sobresalen.
Esa tradición se ha mantenido inalterable en las procesiones malagueñas. La teatralidad es fundamental y ahora con la nueva dimensión de encontrarse con una sociedad con cada vez menos educación religiosa y que apuesta por la imagen. Pese a tener más de cinco siglos, los tronos han adquirido una insospechada actualidad en la evangelización de la sociedad moderna. El arte se ha convertido en vehículo de la fe y la representación de las imágenes está al servicio del mensaje. Ahí se insertan esas imágenes feas, incluso desagradables, que son los malos de la historia de la Pasión y Resurrección de Jesús. Sayones, soldados romanos, sumos sacerdotes, o personajes con nombre y apellido como Barrabás, Pilatos o Gestas son piezas fundamentales para entender qué le ocurrió a Jesús.
¿Por qué son tan feos?
Como en el teatro, el lenguaje simbólico y la exageración juegan un papel importante en las representaciones de los misterios. Hay una evidente herencia del Barroco en algunas poses, casi extremas, pero que tienen una función simple y clara: el espectador debe identificar rápidamente quiénes son los malos. Metido en una bulla, oscuro, mientras te habla alguien o cogiendo al niño para que no se pierda, sólo un vistazo sirve para entender qué está pasando.
Si tienen dudas, basta con mirar los rostros contrahechos, con muecas, defectos físicos como el ‘Berruguita’, malencarados y con rasgos que acumulan maldad. El centurión de Azotes, el Barrabás de la Humildad o la mujer acusadora de Dulce Nombre son algunos de los ejemplos de estos, con una lectura más actual, pero herederos de una larga tradición de malos en los misterios de la Semana Santa.
Estas tres imágenes muestran una evolución clara. Hay un mayor gusto por el realismo, como son los rostros del centurión y la mujer, mucho más expresivos y dejando de lado la expresión corporal barroca. También se aprecia en la recreación anatómica de Barrabás, aunque en este caso sí hay un mayor gusto por el manierismo corporal. La influencia de Miñarro, con sus estudios anatómicos y gusto por el realismo, ha ido calando en las nuevas generaciones de imagineros. El conjunto completo de Azotes, más allá del Centurión, es ejemplo de un profundo estudio del movimiento natural de las personas. Es un momento congelado de los azotes a Jesús. Una instantánea tallada en madera.
De otra época son el Berruguita, Judas Iscariote de la Cena, Rescate o el del Prendimiento. Ellos sí son más deudores de una época de la imaginería que tendía a sublimar más los cuerpos o apostar por la exageración como forma de comunicar. Tienden a caricaturizar al malo con gestos y rasgos histriónicos, algunos establecidos en el Gótico: nariz aguileña –este rasgo es judaizante–, frente pequeña, raíz del pelo baja, piel oscura y cabello muy rizado, queriendo mostrar a personas poco inteligentes y malvadas sin matices.
El Berruguita, feo, bizco y desdentado, sigue esa concepción griega -y que tanto se ha repetido en el arte europeo- de equiparar la belleza interior con la exterior. Y por tanto, su opuesto. El Berruguita es feo con agonía, porque es malo. La postura es exagerada, frente a la serenidad de Jesús. Son opuestos en un conjunto que funciona excepcionalmente bien en la calle. Es tan exagerado que se ha ganado el cariño de la gente, aunque sea como elemento grotesco que llama la atención. Para ir a tomar un café con el personaje, pues como que no. Y, sí, ‘Berruguita’ se escribe con ‘b’ por una transcripción de ortografía antigua.
Gestas, que acompaña al Cristo del Perdón, sigue esta línea expresiva. Rostro poco agraciado, por decirlo de una forma suave, y sobre todo, mirando hacia afuera. Es la antítesis de Dimas, el Buen Ladrón, que con rostro dulce se dirige a Jesús. Uno rechaza con la mirada, el otro busca. Y, por supuesto, la fealdad hace aparición como un reflejo del alma.
Los romanos aparecen habitualmente, salvo contadas excepciones, como ejecutores sin personalidad definida. Cumplen órdenes. Son el ejemplo de malos anónimos, que no tienen una maldad intrínseca, pero que su falta de compasión y valentía son el motor de la muerte y el sufrimiento. Hay muchos ejemplos de esto en la Historia y aquí también juegan este papel, que encuentran en Poncio Pilatos el ejemplo perfecto. El Poncio Pilatos de la Sentencia, por ejemplo, es una representación clásica del romano que se encuentra en bustos de la época o en monedas. Al ser un cargo de cierta importancia, y formar parte de la clase dirigente, nunca aparece barbado ni con el pelo largo. Muy al contrario, tiene rasgos clásicos y aspecto aseado, cuando no afectado. Se respeta la costumbre romana de afeitarse, ya que la barba era considerada como un elemento de bárbaros. No aparenta maldad, pero tampoco bondad. Algo que, en el fondo, es una muestra de maldad muy sutil y mezquina.
Judas Iscariote, el traidor
Si hay un malo por antonomasia ese es Judas Iscariote. Amigo, apóstol y traidor. Por ser su maldad muy interna, escondiendo la traición hasta el último momento, sin la violencia del que azota a Jesús o lo crucifica, sus representaciones están lejos de esa fealdad que hemos visto anteriormente. Si acaso se transluce en algunos rasgos de su rostro, pero son las acciones las que lo definen.
En el conjunto de la Cena, es el único que no mira a Jesús, le da la espalda. En su mano, la bolsa con las 30 monedas. Sólo con esa postura da a entender que se aleja de Jesús, que lo va a traicionar.
El beso de la traición en el Prendimiento es una imagen suficientemente conocida y potente como para no necesitar mucho más. El ceño fruncido y la mirada de soslayo refuerzan ese mensaje de traición de Judas Iscariote. Recoge todos los parámetros del malo habituales en el Gótico y comentados antes: nariz aguileña, frente pequeña, raíz del pelo baja, piel oscura y cabello muy rizado, como ejemplo de persona poco inteligente y taimada.
La cofradía del Rescate completa el papel de Judas Iscariote en la Pasión. Si en la Cena muestra la traición en su fase inicial, y en el Prendimiento cómo se consuma, en el Rescate Jesús es apresado y Judas aparece detrás, mostrando un cierto arrepentimiento, pero sin renunciar a lo que ha recibido. Es el personaje más expresivo entre los malos de este misterio, por ser el que tiene más peso. El resto de los que apresan a Jesús, tienen expresiones menos exageradas, cumplen su papel.
¿Quién es quién entre los malos?

Judas Iscariote de la cofradía del Prendimiento / L. O.
Judas Iscariote
Amigo y apóstol de Jesús, ha pasado a la Historia como el ejemplo de la traición. Recibió 30 monedas a cambio de la delación y entrega de Jesús, representada por el momento del beso. Tras su arresto, Jesús es llevado ante Anás para ser interrogado y ante Pilatos. Al final parece que se arrepintió y se ahorcó al ver lo que había hecho. Otras fuentes hablan de que murió al caer sobre una piedra en el campo que compró.

Sacerdote Caifás, del grupo de la Humildad / L. O.
Caifás
Sumo sacerdote y clave en la condena a Jesús. Presidió el Sanedrín que selló el destino de Jesús tras la resurrección de Lázaro. Junto con Anás, su suegro, fue el impulsor de la detención de Jesús en el huerto de los olivos y su traslado final ante Poncio Pilatos, al que convenció para que lo condenara a muerte. Se le suele representar con un gorro alto, símbolo de su alto estatus entre los sacerdotes.

Poncio Pilatos, gobernador romano, del grupo de la Humildad. / L. O.
Poncio Pilatos
Prefecto romano de Judea entre los años 26 y 36 d. C. fue quien, en última instancia, permitió el ajusticiamiento de Jesús. Su gesto lavándose las manos para inhibirse en el destino de Jesús se ha convertido en todo un símbolo de la cobardía. Detrás de esta actitud está el miedo de Pilatos a fracasar y a enfrentarse a los judíos, con quien empezó con mal pie al poco de llegar al cargo y fue incapaz de imponer su criterio.

El malhechor Barrabás, liberado en vez de Jesús. / L. O.
Barrabás
Citado en los Evangelios como un salteador y un preso famoso, fue liberado en vez de Jesús en Pascua, ya que Pilatos dio la opción de liberar a un preso por esas fechas, como era tradición entre los judíos. Se cuenta que el pueblo gritó el nombre de Barrabás alentado por los sacerdotes judíos y condenando a Jesús a la cruz. Popularmente se le considera un delincuente que se vio beneficiado por una carambola política.

Soldado romano de Azotes y guardia judío del Dulce Nombre / L. O.
Romanos y judíos
Están muy presentes en todo el proceso. Son los ejecutores de la conspiración urdida por los sacerdotes judíos para eliminar a Jesús, al que veían como una amenaza. Suelen ser soldados, afeitados y, a menudo, inexpresivos, aunque con algunas excepciones en los mandos. Los judíos asumen el papel de malos y se les representan según el arquetipo de morenos, barbados y pelo rizado, habitualmente con rostros malvados.
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