Semana Santa Málaga

Las voces del submarino de María de la O

La acogida de la Cofradía de los Gitanos en su salida procesional llena la calle Frailes de emoción y palmas

Ana Barranco

Ya se escuchan palmas y taconeos en la Calle Frailes, todavía queda para la salida de Jesús de la Columna, al menos una hora. A la puerta de la cofradía se ven las guitarras y son algunos los nazarenos y las mantillas que aprovechan para un picoteo rápido antes de empezar a procesionar. 

Luego no habrá tiempo, luego tendrán la responsabilidad de presumir de las imágenes de su barrio para finalmente, acabar con el corazón henchido, lleno de ilusión y de orgullo. 

El mismo que sienten los portadores por haber cedido su hombro para que luzca la imagen del hijo de Dios o de su madre. Son muchos los que los hacen en los varales exteriores, pero ¿y el submarino? 

Esta es una atmósfera ajena al resto y aun así tan importante, clave, para que todo funcione. Implica entrar agachado, aferrarse al varal con toda la alegría que quepa en el pecho y andar a ciegas, pues la tela del manto impide ver, excepto por un hueco que hace la función de catalejo para el que mira por él las espaldas de sus compañeros. 

Es entonces cuando empieza la coreografía de unos pies hacia la izquierda y la derecha. 

Bajo el manto de María de la O son un grupo pequeño de hombres los que regalan sus fuerzas el Lunes de Pasión, entre ellos, el Hermano Mayor de la Cofradía, José Eloy Losada.

Y es que María de la O y Jesús de la Columna hacen barrio. La tradición de ser nazareno o portador pasa de generación en generación. 

-Mi niño, Francisco Antonio Cortés, lleva 30 años sacándolo. Y ahora también mis nietos, todos. 

Son muchas madres como ella las que sienten el orgullo de que sus primogénitos lleven al "Moreno" y esperan para poder verlos aunque sea solo unos segundos. 

Las palmas y los piropos son la melodía de la salida, desde que la Cruz Guía echa a andar por Frailes. Más aún cuando sale él. 

-¿Qué se le dice al Moreno?

-¡Guapo, guapo, guapo!

Mientras que todavía se ve el brillo plateado de las coronas de mimbre que sujetan los capillos de los nazarenos, el trono de la Virgen empieza a bailar hacia la calle Peña. Son ellos, "la fragua" de José y Diego los que están ahí, bajo su manto, aunque para la mayoría de los ojos sean invisibles.