La hermandad victoriana por excelencia, la del Rocío, se prepara para un 2015 soñado durante décadas. Azulejos, bombillas de colores y carteles adornarán el barrio con la imagen de la Novia de Málaga para su Coronación el 12 de septiembre de 2015.

Ayer fue un ensayo del preludio de lo que ocurrirá en 17 meses. A sabiendas de que el nuevo horario les permite ciertas licencias, el paso de esta cofradía por calle Echegaray -por la que pasan sin necesitarlo- se ha convertido en punto caliente -e imperdible- del Martes Santo. Pero antes, la Virgen del Rocío y el Nazareno de los Pasos se reencuentran con el pueblo en la Tribuna de los Pobres. Cinco pulsos ayer. Dos al Señor, tres a su madre.

Tronos frente a sus devotos, que gritan entusiasmados vivas y «guapa, guapa y guapa». Un encuentro inolvidable para portadores, nazarenos y público, desmedido, desatado y deseando que los pulsos sean infinitos gracias a ese martillo telescópico.

Delante una fila interminable de nazarenos blancos, bien ordenados y concienciados con la jornada, aunque más de uno, a las dos horas, ya tomara la merienda pese a no tener edad de hacerlo ni en casa.

Ante las Hermanitas de la Cruz el Señor de los Pasos en el Monte Calvario está apoyado sobre una piedra, donde descansa mientras sus portadores morados le mecen. A su paso en el camino al Calvario ha dejado un reguero de sangre y sacrificio de claveles rojos, o eso parece significar. Suena A los pies de Sor Ángela, obra de la banda de la Agrupación Musical de la Vera Cruz de Campillos. Majestuoso, el trono corona la plaza de Arriola mientras, a lo lejos, su madre, avanza iluminada por sus velas -malagueñas- rizadas.

Y después pétalos, sentires y aplausos. Los cofrades del Rocío llegan a la calle Echegaray y en la curva con Granada nievan pétalos blancos. Miles de ellos caen como hojas caducas mientras media Málaga, ensimismada, mira a La Opinión de Málaga, desde donde una incipiente cofrade se suma a los experimentados para colmar a la Dolorosa de flores.

Blanco sobre blanco. Un palio de malla calado y cargado de pétalos que tejen con virtuosismo el oro de su Virgen. Después, con la noche aún cayendo, se dirigen a su barrio, donde victorianos y forasteros no querrán perderse uno de los encierros más largos y significativos de nuestra Semana Santa.

Un preludio el de los cofrades del Rocío, mirando hacia arriba para que su madre permanezca en sus retinas. Y si se les olvida, siempre queda San Lázaro.