Los primeros cofrades del Cautivo lo tenían claro. A nadie se le ocurriría hoy celebrar una eucaristía al amanecer, previa a la salida procesional. Aquellos pioneros tenían una gran amplitud de miras, tantas veces echada de menos. Un concepto diferente de hermandad. Con todas las dificultades del mundo, seguramente, en una coyuntura histórica ciertamente limitada, se inventaron la Misa del Alba porque no entendían la estación de penitencia sin el sacrificio eucarístico anterior. Las misas de nazarenos que hoy tienen lugar y que sirven de preparación para la procesión ya la celebraban en el Cautivo en 1942. Gloria a esos cofrades, que no merecen que nadie manche su legado.

Se inventaron también el traslado y la forma de presentar a las imágenes sobre lo que entonces eran una sencillísimas andas. Las dos juntas. Con todas las carencias litúrgicas que pueda llegar a tener que los dos titulares compartan trono, lo que pensaron y aplicaron aquellos primeros cofrades del Cautivo supuso un revulsivo y, con los años, marcó tendencia y fue referente. Loor a esos cofrades, a Carrasco, Martín, Donate o Luque, que tantas calamidades pasaron por dejar en herencia una devoción que traspasa fronteras y que está muy por encima de hostilidades y desafíos.

Ayer fue Sábado de Pasión y el Cautivo y la Trinidad volvieron a pisar las calles de su barrio un alba más. Y nada importa. Pequeñeces. Menudencias. Aunque no sea fácil, Ellos están por encima de todo y de todos. Aunque sea difícil, Ellos unen.

Y la sonrisa es el espejo de un alma que acude fielmente a una cita ineludible en la plaza de San Pablo. Sonrisa pese al madrugón, el cuerpo cortado y ese sabor de boca tan de Sábado de Pasión por la mañana bien temprano. Ayer sin frío, mucho calor conforme la mañana ganaba la partida a la madrugada, y con un alba que se adelantó incluso a que Jesús Cautivo y la Virgen de la Trinidad asomaran por el dintel del templo neogótico para que diera inicio la eucaristía, presidida por el obispo, Jesús Catalá y concelebrada por una decena de sacerdotes más, entre ellos el delegado de Cofradías, Antonio Coronado, y el párroco de San Pablo, Manuel Arteaga.

La plaza de San Pablo estaba abarratada como siempre. Eran las siete de la mañana. Muchos esperaban desde bastante antes para comprobar cómo el viejo barrio resucita otra vez. Con su Señor.

Reunidos en una «asamblea natural», como los calificó el obispo, los fieles asistieron a la ceremonia al aire libre guardando un respetuosísimo silencio. El comisario episcopal, Carlos Ismael Álvarez, porque la cofradía está intervenida, atendía a las distintas personalidades, tanto civiles como militares, que acudieron a la misa. Menos que otros años, por cierto. Sí estuvo el alcalde, Francisco de la Torre, junto a otros concejales. También María Gámez o el delegado de Salud en funciones, Daniel Pérez. También el presidente de la Agrupación, Eduardo Pastor, y varios hermanos mayores. Todos ocuparon su lugar reservado en el protocolo en el espacio acotado. Pero de pie.

Catalá pronunció una extraordinaria homilía, cargada de mensaje y claves para ayudar a reflexionar sobre la situación actual que vive la cofradía. «No sólo hay que ser devoto, hay que er su discípulo y seguir sus enseñanzas» dijo el obispo. «¿Por qué creéis que está cautivo y maniatado?», se preguntó. «Por nuestras infidelidades, desprecios y negativas», respondió. El prelado recordó que el Señor ofrece a sus seguidores verdes praderas y agua limpia. «Quien enturbie ese agua limpia es mejor que lo deje y se vaya», dijo con contundencia. Toda una invitación a quienes han dejado de venerar al Cautivo y lo han sustituido por ídolos de barro. Y preguntó a quienes llenaban la plaza el motivo de su asistencia. «¿Por qué estáis aquí? El Cautivo os conoce y os ama. ¿Es correspondido?», concluyó el sermón.

En las preces hubo un recuerdo a Antonio Dorado, obispo emérito que durante todos sus años de gobierno de la diócesis ofició esta misa. Antes se impusieron medallas a los oficiales y suboficiales de Regulares que participaron en la misa. Se rezó el Padrenuestro por colombianas y se cantaron saetas nada más salir el traslado, a cargo de los cuatro primeros premios del concurso de la Trinitaria.

El Señor y la Virgen habían empezado su singladura por un barrio que los aclamaba. Caminaban al ritmo que imponía la banda de cornetas y tambores del Cautivo, que poco antes habían despertado al barrio con su diana floreada. Las ofrendas en forma de claveles, ramos que abandonaban los cubos donde permanecían hasta convertirse en oraciones o gracias, se sucedían, llenando el pequeño trono y obligando a retirarlos hasta en seis ocasiones. También las lágrimas. Algunas contenidas. Otras desbordadas. Y vítores. Muchos vítores a lo largo de todo el recorrido. En Jara, Don Juan de Austria y la avenida Gálvez Ginachero.

Las cafeterías ya servían desayunos como ningún otro día del año. En las calles se agolpaba una auténtica marea de devoción para ver cómo las imágenes se dirigían al Hospital Civil, donde llevarían el consuelo a los enfermos. «Estamos aquí por los enfermos», recordatorio necesario del director espiritual. La Trinidad Sinfónica, que también pertenece a la cofradía, ya estaba preparada en el recinto. Discursos, saetas interminables al sol de la tarde e imposición de medallas.