La Victoria

El barrio de la Victoria baja al centro con la cofradía del Amor

Las calles se llenan de elegancia con una hermandad que rompe los cánones completamente fúnebres del Viernes Santo

Álvaro Cano

El barrio de la Victoria es una gama de tonalidades cofrades. Si bien el Martes Santo debería haber bajado desde allí la alegría del Rocío -que este año no pudo ser por la inestabilidad del tiempo- en la tarde del Viernes Santo el barrio se reviste de negro para acompañar al Santísimo Cristo del Amor y a María Santísima de la Caridad.

La cofradía del Amor sabe perfectamente conjugar la solemnidad que demanda la jornada en la que procesiona con el estilo propio que la caracteriza y que no se encasilla en un solemne luto por la muerte de Cristo

El magnífico crucificado del Amor avanza portentoso sobre un trono de ocho varales que no lo deja pequeño a pesar del reducido tamaño de la talla de Fernando Ortiz. Un punto a favor de este conjunto es la altura a la que se encuentra el crucificado que nada se asemeja a otras tallas de la ciudad que rozan los pies del Señor con el monte de flores.

La cruz cimbrea sobre ‘la chiquitilla’, la dolorosa que acompaña al Señor a sus pies y que es conocida con este apodo cariñoso por los cofrades del Amor. Con una maniobra perfecta, escasamente dirigida por las indicaciones de los capataces, el Señor se adentra en el centro histórico de la ciudad con la inigualable estampa de la Catedral a sus espaldas. Suena ‘Cristo del Amor’ enlazada con ‘Santa Caridad’ por la Banda de Cornetas y Tambores del Paso y la Esperanza. La hermandad hace prueba de elegancia con esta curva en la que el trono se endereza casi de manera natural para avanzar por la calle Duque de la Victoria al ritmo de un pausado redoble de tambor.

El sonido de las bambalinas al chocar con las barras de palio del trono de la Virgen de la Caridad podría ser el incesante piar de las golondrinas que reposadas sobre la inscripción de la cruz del Señor intentan aliviar sus heridas quitándole las espinas de su corona.

La pequeñez del Cristo de Amor contrasta con el trono de grandes dimensiones de su santísima madre. Con un aplauso, es recibida en la calle Duque de la Victoria mientras avanza con una candelería que ilumina a la perfección el rostro dolorido de la dolorosa cuando los rayos de sol comienzan a dejar de besar su piel rosada por la caída de la noche.

Un revuelo de traviesos monaguillos antecede el paso del trono, del que huyen entre risas cada vez que suena la campana como si los hombres de trono pudieran arrollarlos como una ola que arrastra todo lo que encuentra a su paso.

La elegancia que derramaba el Señor vuelve a llegar con el paso de María Santísima de la Caridad que cruza la plaza del siglo a los sones de ‘Valle de Sevilla’ interpretada por la Banda de Música del Maestro Eloy García de la cofradía de la Expiración.