Viernes Santo

La luz del Molinillo y la cruz de la Piedad

La cofradía dedicó un sentido homenaje a Augusto Pansard a la salida de su barrio

Copla a la salida de la Virgen de la Piedad

José Luis Pérez Cerón

José Luis Pérez Cerón

José Luis Pérez Cerón

Málaga

Se avistaba la capilla de la Piedad desde calle Ollerías cuando un hombre de trono, probablemente aburrido por la espera, hacía el molinillo con su cíngulo blanco. Haciendo honor al barrio que volvía a ser él, pese a que los turistas despistados se asomasen por Alderete con disfraz bristoliano.

Pese a la tranquilidad y alegría por, este año sí, poder salir en procesión, la ausencia de Augusto Pansard se hacía muy presente. Costaba pensar que no estuviese presente cuando en 2024 no se separó de la imagen.

En la mano del Cristo, tal y como pintó Pablo Cortés del Pueblo en el cartel de la hermandad este año, la rosa amarilla de la Virgen del Amparo. La unión entre dos de las grandes devociones y pasiones de Pansard, presente en su familia, en sus confraternos y en las palabras de su propio pregón leídas por Félix Gutiérrez, hermano electo del abogado tristemente desaparecido. Un homenaje aplaudido y llorado de emoción.

Con la campana revestida de lazo verde esperanza partió el trono desde la casa hermandad con el himno nacional, interpretado por la banda de Zamarrilla, y una copla a voz y guitarra, una opción que quizás no sea la mejor para las maniobras de un trono. Completó el giro hacia la calle San Bartolomé una saeta y el barrio se puso en marcha. Desde las mercedarias entre las cenefas de su convento a los pocos comercios abiertos en un festivo, entre devotos de la otra gran vecina ilustre, María Auxiliadora (cuyo barrio es uno y trino) a madrileños que siempre tienen sus ojos en Málaga. Todos dispuestos a encontrar, sobre el monte de lirios morados y friso de rosas rojas, a la Piedad rota sin lágrimas de claro rostro.

Estandartes de los siete dolores

Aún en su barrio, Cortés del Pueblo levantó el trono de la Virgen de la Piedad, que poco a poco optaba por discurrir hacia el centro, dejando al barrio huérfano por unas horas. Delante, una nutrida representación de nazarenos destacaba con los estandartes de los siete dolores, una idea innovadora que pudo materializarse por fin en la calle.

En la ausencia de la Piedad, que quedó arropada por un incesante devenir de público por calle Ollerías, quedaba el barrio vivo, presidido por el mercado de Salamanca, acechando a la noche. Esperando siempre a su luz.

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