Viernes Santo
Servitas: la rebeldía de ser uno mismo
La orden seglar culmina el Viernes Santo con su habitual escena de silencio y penumbras

José Luis Pérez Cerón

Dejar a Servitas como simple contrapunto de la jornada puede ser un riesgo muy reduccionista. Rodeada siempre del morbo del negro y la oscuridad, la orden seglar va mucho más allá y, cualquiera con espurias intenciones de "a río revuelto..." la utilizaría como estandarte.
Pero no, Servitas no es una cofradía. No es una parte de ese producto de consumo visceral e hiperbólico en el que las hermandades han entrado. Es una rebelión contra todo lo que les rodee: la corona dolorosa, el anonimato comunitario, el absolutísimo silencio. Rupturistas contra la norma establecida, como el movimiento Sturm und Drang y el Romanticismo, pero siempre siendo fieles a ellos mismos y a la Virgen. Son una huída a un lugar exótico de la mente, un acercamiento real al triduo pascual que el resto de la ciudad celebra.

Servitas | Viernes Santo 2025 / Eduardo Nieto
Mirada de soledad
Por las mismas calles por las que Jesús entró en Jerusalén el pasado Domingo con la luz, hoy se tornaban tinieblas. Tras las diez campanadas de la noche que hicieron el silencio, los sonidos secos de la puerta de San Felipe Neri fueron la señal de que su procesión daba inicio. Al abrirse las dos hojas chirriantes, el cortejo entero se adivinaba en el dintel. Salía rápido y cada nazareno ocupaba su sitio para que la impresionante dolosa de Fernando Ortiz saliese a la calle y buscase, con su mirada de absoluta soledad, a la constelación de Orión que vigilaba sobre calle Parras a través de un cielo despejado.
Tras el cántico de una soprano en la noche de la muerte de Cristo, la Virgen volvía a ponerse en marcha con un camino iluminado por cirios de tres mechas. Una solución que podría sumarse al carrete de la Virgen para iluminar con cera su rostro.
En el rigor esperado del público, la Virgen avanzaba sin consuelo. Con menos teléfonos móviles de lo esperado apuntándola, aunque sigue quedando gente con la esperanza de que su flash hará milagros, pero un teléfono es solo tecnología.

En el rigor esperado del público, la Virgen avanzaba sin consuelo / Eduardo Nieto
Plaza del Teatro
El siempre recomendable descenso del cortejo de Servitas por plaza del Teatro se antojaba difícil para el espectador que verdaderamente deseaba un hueco para continuar la oración, pero se pudieron ver cirios en las aceras, entre el público que sí sigue el rezo con platillos de papel de aluminio para evitar que la cera caiga en el suelo en un tramo sin líquido.
Ver alejarse el manto de la Dolorosa en la noche hecha posible por los que creen aún en la Semana Santa como una esencia es el regalo de la rebeldía cristiana de estos siervos de María. Toca esperar, tras Ella, a que estas líneas pasen a ser la siguiente crónica, la que da sentido a las procesiones: la de la noche en que Cristo vence a la muerte.
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