Las nuevas tendencias tecnológicas por un lado, que cada vez evolucionan más hacia lo que se conoce como «computación en la nube» (acceder a cualquier contenido directamente en la red, sin necesidad de descargarlo), y la crisis económica y el mileurismo generalizado por otro, que impide a los jóvenes comprar una vivienda u otros bienes de valor y obliga a buscar nuevas fórmulas, están trastocando conceptos tan arraigados desde hace siglos en las sociedades occidentales como es el del valor de la propiedad. Si para las generaciones anteriores a la de los nativos digitales, poseer el producto en propiedad era una meta a la que casi nadie quería renunciar, ahora, al menos en el campo tecnológico y cultural, se va imponiendo paulatinamente el concepto de uso ante el de propiedad. ¿Para qué tenerlo, para qué poseerlo, si puedo usarlo cuando quiera?

Merced a internet y a la eclosión de la computación en la nube, poseer películas, música o incluso programas informáticos en propiedad empieza a perder valor porque cada día nacen más y más servicios que ofrecen todos estos productos directamente en internet, sin necesidad de destinar un espacio en casa a acumular CD o DVD o guardar esos mismos archivos en formato digital en los discos duros de nuestros ordenadores. Música, películas, fotografías, incluso libros en formato digital están igualmente al alcance de la mano en cualquier momento para todo el que posee acceso a internet, y, aparte de no presentar apenas desventajas con respecto a tenerlos físicamente en propiedad, están a salvo de robos, pérdidas o deterioros o catástrofes mayores en nuestros ordenadores y evita la tediosa tarea de tener que realizar continuamente copias de respaldo y destinar centenares de euros a gigas y gigas de memoria local.

Servicios

Spotify es tal vez uno de los servicios que mejor ejemplifica este cambio de tendencia social, que empieza también a atacar la raíz de lo que se llegó a bautizar como el síndrome de Diógenes digital. La popularización de las redes p2p llevó aparejado que muchos usuarios desarrollaran una notable propensión a guardar y acumular en sus discos duros miles y miles de archivos musicales o películas. En parte, los CD fueron desapareciendo de las estanterías y siendo reemplazados por una sucesión de discos duros etiquetados de la A a la Z. Cambiaba el soporte, pero no atacaba al concepto de posesión. La computación en la nube, sí.

Spotify, en ese sentido, hace innecesario acumular archivo musical alguno, salvo que se trate de algo muy particular o fuera de las redes comerciales. La empresa creada por el sueco Daniel Ek permite de una manera legal acceder en streaming, de manera instantánea y bajo demanda, a millones de canciones. Se accede a la página web (es necesario registrarse la primera vez y descargar la aplicación), y tras introducir en el buscador el nombre de la canción (también es posible buscar por autor, por género o cualquier otra clasificación) aparece para ser reproducida inmediatamente. Y, además, gratis. Desde hace unos meses, Spotify permite ya a los usuarios españoles reproducir gratis 20 horas de música a la carta al mes. Si el usuario quiere más, o mejor calidad, o no lo quiere sin necesidad de escuchar alguna publicidad antes de la canción, también es posible, pagando ya una suscripción.

Hulu

Aunque aún no está disponible para usuarios con IP española, en EEUU tiene mucha fuerza otro sistema de streaming, en este caso de series de TV y películas, llamado Hulu. Propiedad de News Corporation (Rupert Murdoch), y de NBC universal, permite la reproducción en línea de películas y series de Fox, Universal, y otras productoras importantes. Permite ver series y películas de manera gratuita (con publicidad). Si se desea ver sin publicidad y a una resolución mayor (hasta 720p en los archivos con esa resolución nativa) y acceder a todos los capítulos de una serie y no sólo los últimos, también es posible con una suscripción de 10 dólares al mes. Además, en el caso de Hulu, ya hay televisores y reproductores blue-ray o multimedia que permiten conectar directamente con Hulu y reproducir el contenido en la propia TV.

Spotify y Hulu son sólo dos ejemplos de una tendencia de mucho más calado. Aparte de poder reproducir audio o video en línea, sin necesidad de descargar o poseer ni la música ni la película, hay miles de servicios que permiten usar productos que antes debían tenerse en propiedad para poder ser consumidos: Office Live (para tener en la red los documentos de Word, Excel, PowerPoint y Outlook sin necesidad de tenerlos en el ordenador), Google Docs (el programa gratuito de Google para usar en línea Procesador de Texto, Hoja de Cálculo y programa de presentación, y poder almacenarlo remotamente, sin necesidad de instalar nada), Photoshop Express (para editar fotografías en la nube y alojarlas allí mismo), o el servicio que Google ha puesto en marcha recientemente en YouTube, que permite ya editar vídeos online sin necesidad de instalar ninguna herramienta, pasando por box.net, netflix.com, etc. Por no hablar de servicios de almacenamiento masivo como Rapidshare o Megaupload, que nos permiten guardar casi de manera infinita nuestros archivos en la nube. Ya es posible hacer casi todo sin necesidad de poseer el programa o el archivo.

Propiedad

La vida en la nube está trastocando poderosamente el concepto de propiedad y aún lo trastocará más a medida que se vayan resolviendo algunos flecos que aún plantea este modelo: la generalización del streaming en dispositivos móviles, su implantación en las radios de los coches, mejoras en la calidad de la imagen o del bitrate del MP3, aumento del ancho de banda en los hogares y en redes 3G, la mejora de la privacidad de los datos, etc.

En el campo social, aunque la tendencia está más motivada por la necesidad que por la voluntad, el resultado final está siendo el mismo: alquiler de piso ante la imposibilidad de acceder a una vivienda en propiedad, pymes que por primera vez tienen que recurrir a arrendamientos financieros (leasing) o renting de vehículos, cuando hasta ahora, al menos el leasing, era algo más propio de empresas de gran volumen, start-ups o empresas incipientes que se desarrollan en viveros de empresas porque no tienen capacidad económica para tener sede propia, etc. El uso desvinculado de la propiedad.

¿En qué medida estos dos fenómenos, el tecnológico y el social, que se están dando de forma paralela aunque por causas distintas, puede provocar una ruptura con el concepto tradicional de propiedad? Cuando la coyuntura económica cambie, ¿persistirá en los nativos digitales ese desapego a la propiedad y preferirán el alquiler a la compra aun estando en disposición de adquirir una vivienda, debido a los hábitos que están adquiriendo ahora en uno y otro campo? Es algo que está por descubrir.

García-Milà

Pau García-Milà, un joven de 23 años que hace unos días recibía el Premio Impulsa, de la Fundació Príncep de Girona, por haber fundado y desarrollado, junto con Marc Cercós, un escritorio virtual pensado precisamente para trabajar en la nube, el EYE OS, que ha interesado a IBM, señala: «Yyo creo que la computación en la nube ha venido para quedarse. La entrada de grandes empresas en ella da ciertas garantías de futuro, aunque deben superarse aún algunos peligros como el de la privacidad de los datos».

García-Milà indica que «el mensaje que se lanza a veces desde algunas grandes empresas de que estos sistemas son seguros no es el adecuado. Efectivamente, tal vez nadie ponga en duda la seguridad del sistema, pero donde hay que centrarse es en la privacidad. ¿Quién controla esos datos que están en poder de grandes empresas?».

El joven considera que aún es pronto para poder adivinar el impacto de la forma de trabajo en la nube tendrá en otros ámbitos. «Es impredecible. Hay también un peligro que deben afrontar: el que hayan nacido con esto como algo natural puede que en algunos casos sea un obstáculo para plantearse temas como el de la privacidad».