Entre guerra y guerra, para desintoxicarse, la reportera Mayte Carrasco (Terrassa, 1975) ha escrito «La kamikaze» (La esfera de los libros), una novela negra que narra las tribulaciones de una periodista española «freelance» en la guerra de Afganistán.

¿Es una kamikaze?

No, no tengo nada que ver con Yulia, el personaje de mi novela, salvo que las dos nos mordemos las uñas. Yo amo la vida y Yulia es una suicida, así que no tengo nada de kamikaze.

¿Para ser periodista de guerra hay que estar un poco loco?

Hay muchos locos, pero como en todas las profesiones de riesgo. Hay que amar mucho la profesión y creer en lo que haces para verte en una situación bélica, donde el periodista corre la misma suerte que la sociedad civil. En Siria han muerto 10.000 personas desde que empezó el conflicto, por lo cual ya sabes a lo que te expones si vas. Como yo, que entré por las cloacas a un barrio de Homs en plena ofensiva del ejército. Solo estábamos un puñado de periodistas occidentales y sabíamos que aquello era como la ruleta rusa, pero tanto para nosotros como para la población.

Cada uno va por una razón a la guerra, ¿cuál ha sido la suya?

Fui a la guerra por casualidad. Era corresponsal en Rusia, estalló la guerra en Georgia y fui porque suponía trabajo para mí. Allí me di cuenta de que era el periodismo que realmente quería hacer desde siempre, un periodismo comprometido y en el que vives situaciones realmente históricas. Me interesa porque en un conflicto la gente saca lo peor y lo mejor de sí mismo, y me interesa porque ves cómo la gente se enfrenta a la muerte en otras culturas. No somos conscientes de lo importante que es vivir cada instante. En Afganistán, que lleva tres décadas en guerra, se vive mucho más intensamente que aquí y con valores que nosotros hemos perdido.

¿Trabajar como freelance es una tarea de héroe?

En nuestros días, sí, pero como todos los autónomos. Ser freelance es la supervivencia dentro de la supervivencia. Nos vamos a un país en conflicto y tenemos que esquivar las bombas y los tiros y, cuando volvemos aquí, tenemos que pelearnos en los despachos y en las trincheras de las redacciones para que nos paguen lo acordado, y nos lo paguen a tiempo. Hacemos malabarismo de guerra freelance, en lugar del reporterismo de guerra freelance. Y tenemos que trabajar para varios medios a la vez porque ya con un solo medio no sobrevives. Hay que ser un poco multimedia y trabajar para prensa, radio y televisión.

¿Hay mucha competitividad o son solidarios entre ustedes?

Hay de todo. He tenido la suerte de encontrarme con gente estupenda. Entre los españoles hay mucho compañerismo. Cuando la caída de Trípoli, me robaron la cámara y el ordenador en el hotel Corintia, y todos los compañeros se volcaron conmigo. No hay entre nosotros una competición brutal como podía haber antes, que se lanzaban más cuchillos. Somos una generación que lo tenemos muy difícil, la industria periodística se está derrumbando y lo que intentamos es apoyarnos entre nosotros. Sobre todo entre los freelance, que no tenemos una redacción detrás. Nos ayudamos sobre el terreno para alquilar coches juntos, o habitaciones, y reducir los gastos.

¿La crisis económica es la puntilla para este periodismo?

Desgraciadamente, sí, porque hay agencias internacionales que venden noticias e imágenes a granel, sobre todo agencias como AP o Reuters que ahora mismo controlan la agenda de la información internacional y dan una visión del mundo totalmente anglosajona. El problema es que no estamos enviando a periodistas españoles para que desde el terreno nos cuenten con una mirada propia y en nuestra lengua los conflictos internacionales. Se está informando desde una perspectiva anglosajona y no desde una óptica europea. Hace falta que alguien esté allí para contar historias porque las agencias solo ofrecen cifras y dan cuenta de los avances militares. Contamos muy mal la información internacional.

Y con una mirada ajena.

Sí, y con un sensacionalismo, una inmediatez, una urgencia y una reducción del lenguaje que lo que hacen es saturar a la gente con una información escueta y estereotipada, sin que se expliquen las causas ni el contexto, y así la gente deja de entender lo que pasa. Los medios siguen teniendo dinero pero, sobre todo las televisiones, lo invierten en circo y espectáculo.

¿Pero la guerra no es ya parte del espectáculo?

La guerra se ha convertido en un espectáculo. Los periodistas van allí cuando cae la primera bomba y se van cuando cae la última. Los freelance tenemos la libertad de ir cuando queremos y escoger el país al que queremos ir porque hay un conflicto que se ha olvidado. Pero ya no se mandan periodistas al terreno a hacer información veraz. El corresponsal y el enviado especial son especies en extinción.