­El museo de historia de Bulgaria expondrá el esqueleto de un «vampiro» la próxima semana después de desenterrar los restos de dos hombres que murieron apuñalados en el pecho con varillas de hierro hace 700 años. Los arqueólogos, que estuvieron excavando en un monasterio cerca de la ciudad de Sozopol, a orillas del mar Negro, encontraron los esqueletos enterrados según un ritual pagano dirigido a evitar que esos hombres se convirtieran en vampiros. En todo el país se han encontrado alrededor de un centenar de enterramientos de este tipo, en su mayoría de nobles de la Edad Media considerados como chupadores de sangre inmortales.

El país balcánico, que se mantuvo pagano hasta que abrazó el cristianismo en el siglo IX, hace frontera con Rumanía, lugar de nacimiento en el siglo XV de Vlad Tepes El Empalador, el sanguinario gobernante en el que se basa Drácula. Pero ¿qué hay de leyenda y qué de base real en el mito del vampiro? Los historiadores y antropólogos búlgaros adelantaban parte de la respuesta. La sucesión de plagas que asolaron Europa entre los años 1300 y 1700 fomentó la creencia en los vampiros, debido a la descomposición de los cadáveres.

La creencia de que la sangre proporciona vida es una constante de todas las culturas. El médico Federico Martinón Sánchez recopila –en un artículo publicado en El Faro de Vigo, del mismo grupo editorial que La Opinión de Málaga– algunas de las explicaciones médicas del vampirismo. Durante el siglo XIV, las víctimas de la peste eran enterradas rápidamente sin constatar la muerte clínica. A veces se sepultaban hombres vivos que en su intento por escapar de su ataúd se infligían heridas y sangrados que se interpretaban como señales vampíricas. El carbunco o ántrax –una infección muy contagiosa del ganado que puede transmitirse si se consume ganado contaminado– presentaba síntomas coincidentes con la atribuida a los vampiros: Fiebre, sed, convulsiones e incluso asfixia y alucinacione, lo que algunas víctimas –aclara Federico Martinón– describían como estrangulamiento a manos de un vampiro. Por si fuera poco, el contagio por vía cutánea produce una lesión en cara o cuello.

El doctor cita también la porfiria, una patología que desencadena graves cambios en la fisonomía del enfermo, hasta darle un aspecto con gran similitud con la descripción del conde Drácula. La porfiria de Günther (o enfermedad de los vampiros) produce sensibilidad a la luz, con lesiones dérmicas, cicatrizaciones e incluso amputaciones de dedos, nariz y labios además de eritrodoncia –los dientes adquieren tono rojizo y la retracción de las encías deja al descubierto las piezas dentales– y palidez extrema. Incluso explicaría la aversión al ajo, dado que sus componentes destruyen el grupo hemo, que incluye el hierro.

También la rabia –transmitida a los humanos por animales como perros, lobos y murciélagos– tiene características comunes con el vampirismo. Los afectados presentan fiebre, fatiga, temor, ansiedad y trastornos del sueño (duermen durante el día y salen por la noche). La esquizofrenia también puede producir conductas extrañas tales como la aversión a ver reflejada su propia imagen en un espejo. Y, en psiquiatría, el síndrome de Rensfield (el siervo de Drácula) describe una atracción patológica por la sangre humana.