En su cabeza hay una permanente ebullición de ideas para vender las conferencias y gestionar las carreras de los famosos. Daniel Romero-Abreu Kaup (Cádiz, 1979) tiene en su cartera de oradores ilustres a gente tan importante y a la vez tan diferente como Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, Carmen Posadas, Cristina Garmendia, Emilio Butrageño, Javier Solana, Jordi Sevilla, Kike Sarasola, Manuel Pimentel, Risto Mejide, Jorge Valdano o Toni Nadal. Son clientes VIP que cobran por conferencia entre 3.000 y 150.000 euros. «Lo que hago es vender la marca de una personalidad», explica el fundador de Thinking Heads (Cabezas pensantes), la empresa que creó hace 10 años tras ser expulsado de Icade por su hiperactividad en organizar fiestas. Romero-Abreu es pura dinamita hispano-germana. De su madre, una matemática alemana, heredó la austeridad, y de su padre, el desparpajo andaluz, el mismo que le sirvió para abordar con tan solo 26 años a Felipe González y ofrecerse con descaro y sin complejos como gestor de sus charlas.

¿Hay que tener morro para con solo 26 años abordar a Felipe González y ofrecerse a gestionar sus conferencias?

Para crear una empresa hay que echarle morro y luego persistir. Es mejor pedir perdón que pedir permiso.

Y sin permiso se ofreció a González.

Lo vi en un hotel de Madrid y le di un folleto de mi empresa, Thinking Heads. Le dije: «Quiero que usted dé las conferencias que yo le organice».

¿Qué le respondió?

Me miró de arriba abajo y soltó: «Yo soy muy caro, muy caro».

¿Se quedó usted callado?

¡Qué va! Le dije que no se preocupase, que yo iba a ser capaz de venderlo por muy caro que fuese. Felipe González es el mejor orador del mundo hispanohablante. Su discurso es irónico y mordaz. Luego, en las distancias cortas, es más bien reservado y hasta tímido.

¿Cómo son en la distancia corta los tres presidentes con los que ha tratado?

Felipe González es introvertido, Aznar distante y Zapatero encandila a cualquiera.

Vamos, que habría abordado al mismísimo Séneca con tal de lanzar su empresa.

¡Por supuesto! Eso es lo que he hecho con todo el mundo para crear mi agenda. A Amando de Miguel, por ejemplo, le entré en plena calle.

¿Cuáles son las claves del buen orador?

Los personajes que tienen mucha forma pero poco contenido no me sirven. Me interesan los que hacen que algo complejo resulte sencillo o los que son capaces de comunicar de forma clara cómo hacer algo. Felipe González es un maestro en hacer sencillo lo complejo. La capacidad de comunicar, por otra parte, es algo que se entrena sin olvidar que mi cliente es siempre la personalidad.

¿Y qué ofrece usted al personaje?

Le gestiono la carrera para que tengan más influencia y notoriedad. Además ahora me encargo de los derechos de autor de las obras que escriben y de los derechos digitales.

¿También gestiona usted las carreras de los famosos?

Los clientes que tengo son conscientes de que para seguir en este mercado de las conferencias tienen que reinventarse cada poco. Lo que yo hago es guiarles en ese proceso.

¿Funcionan entonces sus famosos como las acciones?

Sí, son como las acciones pero con una rentabilidad mucho más lenta. Si un personaje no se reinventa tiende siempre al declive, a devaluarse. Lo importante en mi agencia, más que reinventar la imagen, es renovar el contenido.

Así que usted es una especie de «brooker» de famosos.

Algo así. La imagen es un valor más voluble, más etéreo que da beneficios más pronto pero de forma menos segura que el valor del discurso, del contenido. El valor del discurso es como el bono del Estado y el de la imagen como el bono basura.

¿Puede usted cuantificar el valor de su agenda?

El valor de mi agenda es el de dar de comer a 35 familias y el de permitirme a mí algún lujo.

¿Cuál es el último lujo que se ha dado?

Renovar mi abono del Teatro Real y mi cuota de benefactor de este coliseo. ¡Me encanta la ópera!

¿Lleva a rajatabla el consejo de su madre de no gastar más de lo que gana?

Mi madre es matemática y sigo ese consejo en la empresa. Yo no vivo endeudado pero me doy mis caprichos porque ni estoy casado ni tengo hijos.

¿Qué pesa más en usted: la vena alemana de su madre o la gaditana de su padre?

Tengo el humor de un alemán y la capacidad de organización de un gaditano. De mi madre aprendí a valorar todo de una forma global y de mi padre la improvisación y el desparpajo. Hay que tener sentido del humor para salir de los contratiempos y cumplir tus sueños.

¿Con qué soñaba usted de pequeño?

Con pilotar aviones. Me gusta todo lo que tenga que ver con lo que va de la tierra al cielo.

Será entonces por eso que se ha dedicado a gestionar las carreras de las «estrellas».

Eso fue un proceso muy largo que comenzó mientras estudiaba en Icade las carreras de Derecho y Empresariales. Vivía en el Colegio Mayor de Chaminade y organizaba todo tipo de actos, seminarios y fiestas. La cosa era no estudiar. Un día llegué a la conclusión de que prefería pasarme tres meses fastidiado estudiando y nueve meses interesantes que estudiar todo el año.

¿Le funcionó la fórmula?

Me echaron de Empresariales. Acabé Derecho en Icade y logré terminar Empresariales hace un mes en la Antonio de Nebrija. Lo que siempre tuve claro es no trabajar para otro. El problema era que mi padre se cansó de darme dinero para vivir en Madrid.

¿Qué pasó entonces?

Yo tenía 24 años y me dijo que me buscase la vida. Como yo ya me lo olía, durante el año anterior me dediqué a pensar en montar algo para no trabajar para otra persona. Nunca he trabajado por cuenta ajena. En mi vida laboral solo aparece reflejado el trabajo de un día y durante una hora por cuenta ajena.

¿A qué dedicó esa hora?

A una campaña informativa de seguridad alimentaria que organizaba la Comisión Europea.

Y luego pensó en subirse al carro de los famosos.

Efectivamente. El querer ser independiente fue lo que agudizó mi ingenio. Con un último socio conseguí dinero de un fondo de capital riesgo y más tarde, como mi padre no me daba ni un duro, convencimos a unos señores para que nos hiciesen un préstamo para consolidar Thinking Heads. Se lo devolvimos a los tres años.

¿Cómo esperaba ayuda de su padre tras haber sido expulsado de la carrera?

No me quedó más remedio que espabilar y ser muy persistente. La persistencia, el coger fondo, es la clave del éxito para el que empieza. Pero al final mi padre también puso dinero.

¡Menuda persistencia!

Mi padre me iba a dar dinero para un piso en Madrid y le pedí que mejor lo metiese en la empresa. Con el dinero de mi padre compré a mi socio su parte y me quedé con la sociedad.

Así que ahora trabaja para su padre.

Él es el socio mayoritario, mi accionista número uno y yo poco a poco le voy recomprando las acciones. En el fondo todo lo que no trabajé en la carrera lo trabajo ahora para mi padre.