Es una triste paradoja que el mundo moderno prive de las estrellas, precisamente ahora que los instrumentos astronómicos son más perfectos que nunca, desde los más modestos telescopios domésticos, hasta las sondas espaciales que recorren el sistema solar. Los telescopios infrarrojos han permitido observar estrellas que giran a velocidades de vértigo y ya se han detectado casi mil planetas que orbitan alrededor de otras estrellas. Incluso se ha logrado algo parecido a viajar al pasado más remoto, captando luces emitidas hace miles de millones de años, no mucho después del origen del universo.

Fruto de estos avances, las fotografías astronómicas muestran nebulosas, asteroides, escenas de Marte o lejanas galaxias. Sin embargo, estas imágenes tienen muy poca relación con la vida diaria de los habitantes de las ciudades.

El cielo, calendario y brújula en la antigüedad

El cielo se utilizaba en la antigüedad como calendario, brújula y escenario de narraciones míticas. Los griegos supieron ver en el firmamento constelaciones de estrellas para dedicarlas a los héroes Hércules y Orión, al rey Cefeo, a su esposa Casiopea, a su hija Andrómeda y a otros.

Para los vikingos, la Vía Láctea era el camino al Valhalla, el destino de las almas de los guerreros muertos en combate, mientras que para las culturas asiáticas, era un río de plata que separaba a dos amantes, las estrellas Vega y Altaïr. Para los incas, Alpha y Beta Centauri, estrellas que no pueden verse desde Europa, eran los ojos de una llama celeste. En el antiguo Egipto, la estrella más importante era Sirio; su primera aparición después de haber sido invisible durante meses era esperada por los sacerdotes, pues anticipaba la crecida anual del Nilo.

El gran problema de las estrellas: la contaminación lumínica

Todo este conocimiento popular se ha perdido en gran medida. Durante el siglo XX, a medida que avanzaba la astronomía, el cielo resultaba cada vez más difícil de observar como consecuencia de la contaminación lumínica: luz artificial innecesariamente dirigida hacia el cielo, donde no hay nada que pueda ser iluminado. Ahora, a principios del siglo XXI, la contaminación lumínica se ha extendido por gran parte del mundo. Es un serio problema que afecta gravemente las observaciones astronómicas.

La contaminación lumínica no sólo representa un desperdicio de energía y un problema para el medio ambiente, también para las personas. Tal como afirma Pere Horts, de la Asociación contra la Contaminación Lumínica Cel Fosc: "los seres humanos precisamos de un adecuado equilibrio entre luz y oscuridad para un correcto funcionamiento de la glándula pineal, que segrega melatonina que interviene en la regulación de nuestro reloj biológico. Un déficit de esta hormona puede afectar al sistema inmune y producir envejecimiento prematuro".

Dónde disfrutar de las estrellas

El primer objetivo puede ser, salir al medio natural una noche de luna llena. La luz solar que el satélite refleja es muy intensa y permite pasear sin luz artificial alguna. Lejos de ser un inconveniente, esto puede ayudar a identificar las constelaciones, empezando por las más visibles, como la Osa Mayor, Casiopea, Orión o el Escorpión. Con un libro introductorio y el programa gratuito Stellarium, que genera una excelente simulación del cielo, poco a poco, se podrá ir conociendo las estrellas.

Si se ha disfrutado del primer paseo a la luz de la luna, se pueden fijar objetivos más ambiciosos, como ver la Vía Láctea o la luz zodiacal. Para observar la Vía Láctea, nuestra galaxia, será necesario desplazarse a un lugar lo más alejado posible de las ciudades. La mejor época del año es a principios de verano. En condiciones óptimas, se verá como un gran arco luminoso que va de un lado al otro del horizonte. La luz zodiacal, en cambio, es un brillo que se debe a las partículas de polvo dispersas en el sistema solar, más tenue que la Vía Láctea. El mejor momento para verla en esta latitud es a finales de invierno, mirando hacia el oeste dos horas después de la puesta de sol.