Cuentan que en una ocasión el Padre Pedro Arrupe, superior general de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983, recibió en la curia de Roma a un jesuita llegado del extranjero, que le preguntó si podía recibirle al día siguiente por la mañana, a las ocho. Arrupe le respondió: «Hombre, es que me parte usted la mañana». A las ocho, el general de los Jesuitas llevaba ya tres horas en pie, ya que su disciplina diaria comenzaba a las cinco de la mañana, precisamente la misma hora en la que otro jesuita, el Papa Francisco, inicia su jornada diaria.

La formación jesuítica que recibieron ambos -nacidos en el primer tercio del siglo XX, Arrupe en 1907 y Bergoglio en 1936-, alentaba el madrugón, aunque este se atenuaba en el caso de los alumnos de su colegios, que habían de despegarse de las sábanas a una hora tan clemente como las seis y media de la mañana (Pérez de Ayala lo relata en su incisiva novela AMDG, tras su paso por el Colegio de la Inmaculada de Gijón).

Y justo para el momento de volver a la vigilia San Ignacio recomendaba en sus Ejercicios Espirituales «pedir cuenta al alma desde la hora de levantarse». Francisco reza durante dos horas antes de celebra misa a la siete de la mañana en la capilla de la Residencia Santa Marta, la vivienda que eligió en lugar del Palacio Apostólico. El Papa reza preferentemente con los salmos del día, contenidos en la Liturgia de las Horas, los libros que recogen, además de esos salmos, antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas y textos de los Santos Padres.

Después, en la misa de Santa Marta, recrea cada día un nuevo género de comunicación que ningún Papa anterior había utilizado: una homilía diaria, improvisada y de unos pocos minutos, que inmediatamente transcribe Radio Vaticana y que por la tarde recoge el diario de la Santa Sede, L´Obsservatore Romano. La homilía de de hace dos sábados fue del tipo «advertencia misericordiosa»: «Cuando al sacerdote le falta una relación estrecha con Jesús, se convierte en grasiento, un idólatra, devoto del dios Narciso».

El de la misa matutina de Francisco es el primer mensaje papal que cada día se difunde por todo el mundo (incluso ya se han editado en libro una buena porción de esas homilías). Pero no será la única comunicación de la jornada, sino que la boca del Papa lanzará una media diaria de otros dos mensajes, más los 140 caracteres de su Twitter (@Pontifexes), que el sábado, por ejemplo, rezaba: «Ningún anciano debe estar exiliado de nuestra familia. Los ancianos son un tesoro para la sociedad». Y todo ello sin contar los mensajes fotográficos, tal vez los más efectivos y directos por recoger instantáneas curiosas del Papa.

Y al cúmulo diario de imágenes y palabras del sucesor de Pedro -el más locuaz de los pontífices hasta el presente-, se han de sumar a diario las varias referencias noticiosas a sus gestos o el impacto que su persona provoca en el mundo civil. Por ejemplo, la pasada semana, durante la habitual audiencia general de los miércoles, al recorrer la plaza de San Pedro en el papamóvil, Francisco halló entre la multitud -con este Papa se ha triplicado el número de asistentes-, el rostro de Fabián Báez, párroco de Buenos Aires al que conocía. Y en un nítido tono argentino, le gritó «¡Vení, subí!», y le acomodó a su lado en el vehículo. Después, le dijo: «¡Esta foto va a dar la vuelta al mundo!». En efecto, así fue. El propio Fabián Báez declaró después que el «¡Vení, subí!» era una suerte de gran lema del pontífice, que pide a las gentes que se acerquen y se suban a la fe.

Las fotos de Francisco que, como él mismo dice, «dan la vuelta al mundo», permiten editar ya un grueso volumen en cuatricromía. Hace unas fechas, a mediados de diciembre, un crío de dos o tres años acogido en una institución católica para la infancia removía el solideo blanco del Papa mientras éste lo tenía en cuello. Otra vuelta fotográfica al globo. Y en cuanto al impacto civil de Francisco, mucho antes de que importantes diarios y revistas del todo el mundo le escogieran como personaje del año, ya se había producido un precedente significativo el pasado octubre en la veterana publicación Esquire, una de las más antiguas de Estados Unidos. El hombre más interesante del mundo, titulaba en portada, y en páginas interiores añadía que era «el más elegante y mejor vestido del año», por su sobriedad.

Tras la misa de Santa Marta y ese mensaje que sólo será el primero del día, la rutina del Papa varía según la jornada. En un sábado como, el Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, conocido como el Bollettino, enumeraba las audiencias civiles del día, celebradas durante la mañana. Por ejemplo, la onorevole signora Ileana Argentin, diputada que padece una discapacidad física y ante la cual el Pontífice pidió eliminar las barreras arquitectónicas en los templos. Era el segundo mensaje del día. Más tarde recibió al comité católico para la colaboración cultural con las iglesias ortodoxas. Francisco abogó en ese momento por dar impulso al diálogo ecuménico. Tercer mensaje. Las audiencias civiles estuvieron precedidas por las curiales, por ejemplo, con el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, con el que cada sábado el Papa examina los nombramientos episcopales.

Las audiencias cesan hacia la una de la tarde, momento en el que el Papa almuerza en Santa Marta, donde en su comedor general tiene una mesa reservada que comparte con invitados. Tras la comida, Francisco echa una breve siesta, de una media hora, e inicia el trabajo en su despacho, sobre una mesa de tamaño mínimo como la que tenía en el arzobispado de Buenos Aires y sobre la que no hay ningún objeto más que los papeles de trabajo.

Durante la tarde, Francisco celebra reuniones, lee y prepara documentos y, sobre todo, llama por teléfono: «Hola, habla Bergoglio». Recaba así información directamente, sin intermediarios. En algún momento se prepara un mate, que es lo que más le relaja. A la siete de la tarde, el Papa inicia en solitario una hora de «adoración vespertina, incluso cuando me distraigo pensando en otras cosas o cuando llego a dormirme rezando», según confesaba en la entrevista que concedió a las revistas de los Jesuitas.

Después, Francisco cena, de nuevo con invitados a su mesa, y se retira a su habitación a las nueve. Todavía trabaja en algunos asuntos y se acuesta a las diez y media. El Padre Arrupe seguía trabajando hasta las dos de la madrugada. Una foto histórica recogió hace décadas una instantánea de los tejados del Vaticano durante la noche. La ventana del Papa, en la tercera planta del Palacio Apostólico, ya estaba sin luz, pero la del general de los Jesuitas, en la calle del Espíritu Santo, permanecía encendida. No era la «lucecita de El Pardo», sino la resistencia del papa negro, que enJapón había aprendido una técnica para compensar las escasas horas de cama con baños de agua caliente. Pero tal vez tantos mensajes al día precisan que Francisco disponga de unas pocas horas más de sueño.