Detrás del balón
Brasil, fútbol y vida: una gran pasión
Alex Bellos cuenta la pasión por el deporte rey en un retrato poliédrico del país organizador del Mundial en un interesante libro

Niños jugando al fútbol en Brasil.
Luis M. Alonso
Sócrates Brasileiro Sampaio da Souza de Oliveira era un futbolista elegante, de figura patricia y estilizada, con profundas convicciones de izquierda, capaz de interpretar un partido y diseccionar la sociedad brasileña mejor que cualquier otro. No ha habido ni tampoco existen muchos como él en un deporte practicado mayoritariamente por analfabetos criados en la indigencia o, como mucho, en las clases trabajadoras más desfavorecidas. Sócrates creció leyendo todo lo que caía en sus manos alrededor de los libros de la biblioteca de su padre, un hombre de extracción humilde que acabó convirtiéndose en autodidacta de la cultura.
El nombre de Sócrates no se tradujo en él en una simple coincidencia al azar, otros dos hermanos fueron bautizados Sófocles y Sóstenes. Como escribe el periodista Alex Bellos en el libro Futebol (Brasil y el deporte que le da la vida), el estilo de juego que lo hizo famoso en el Corinthians, y en la Canarinha, acabó siendo una consecuencia probablemente sobrevenida de llamarse así. En el campo sugería cierta autoridad moral sin ser el más rápido ni el más fuerte; Pelé llegó a decir de él que jugaba mucho mejor hacia atrás que la mayoría de futbolistas hacia adelante.
El Corinthians, tras el Flamengo, es el club con más seguidores de Brasil. Fundado en 1910 por trabajadores, 66 años después arrastraría en una semifinal brasileña disputada en Maracaná el respaldo de 70.000 hinchas, la cifra más elevada de un equipo visitante en la historia del fútbol. En 1982 ganó el campeonato estatal de São Paulo con la palabra democracia impresa en las camisetas. En ello tuvo que ver Sócrates, que también lideró desde el vestuario la lucha para acabar con las concentraciones antes de los partidos, arguyendo que atentaban contra la libertad e insultaban la inteligencia de los jugadores, a los que no se los consideraba lo suficientemente maduros y responsables para cuidarse por sí mismos. Obviamente, no todos los entrenadores lo ven así.
El movimiento Democracia que Sócrates impulso dentro del Corinthians resultó ser una de las grandes peculiaridades brasileñas: inspirándose en una experiencia hasta entonces utópica, un club de fútbol estableció la norma de consultar con sus futbolistas el mínimo detalle y también votar cualquier decisión, en contraste acusado con la dictadura política que paralelamente sufría el país. De hecho, los futbolistas de aquel equipo tan politizado como legendario protagonizaron algunos de los pasos más significativos en favor de la libertad al pedir públicamente el voto en las elecciones que finalmente la trajeron. Sócrates, a quien Pelé, entre otros, tentó para dirigir el fútbol brasileño y disipar de ese modo las eternas sospechas de corrupción que recaían sobre él, murió en 2011 tras varias hospitalizaciones como consecuencia del abuso alcohólico. Los futbolistas del Corinthians levantaron sus brazos con el puño en alto durante el minuto de silencio guardado en su honor. En ese partido, el club paulistano se alzó también con el título.
Bellos, corresponsal durante años de The Guardian en Río de Janeiro, escribió en 2002 el libro más interesante que se puede leer en esta vida sobre la incidencia del fútbol en la sociedad brasileña y las luces y sombras que proyecta en la cultura popular del país que acogerá el próximo Mundial. Ahora, precisamente, haciendo de la oportunidad virtud, ha sido reeditado con la correspondiente actualización. Por sus páginas desfilan los grandes personajes como Sócrates, las curiosidades, las historias de los clubes, las filias y las fobias de la torcida, el amargo maracanazo de 1950, los cracks de todos los tiempos y, asimismo, los futbolistas modestos que emigran a ligas menores, como, por ejemplo, la de Islas Feroe, por cuenta y gracia de la leyenda que despliega el fútbol de Brasil. En este retrato certero de una sociedad hay anécdotas deliciosas, historias disparatadas como la de Brejinho, un pueblo en el culo del mundo de 3.000 habitantes que construyó un estadio para 10.000 personas y nadie lo cuestionó. O la del Vasco da Gama, el club de Río de la cruz patada en rojo fundado por los portugueses, víctima de la maldición más famosa del fútbol brasileño, la de la rana que Arubinha engañosamente enterró bajo el césped de São Januario después de que su equipo, el modesto Andaraí, fuese vapuleado por 12-0.
Los brasileños han visto declinar su estrella más de una vez desde el famoso maracanazo frente a Uruguay. En 2001 incluso llegó a eclipsarse por la derrota a manos de Ecuador, un país con quince veces menos población. Sin embargo, nada despierta en Brasil tanta pasión como el fútbol. El juego está vivo y cualquier otro espectáculo deportivo palidece en comparación con él. En el estadio Maracaná, construido en 1950, aún el mayor del mundo, se pueden ver los fines de semana entre 50.000 y 60.000 hinchas de cualquiera de los grandes clubes de Río -Flamengo, Fluminense, Botafogo y Vasco - bailando, cantando, rezando, cubiertos de polvos de talco de pies a cabeza, arrojando rollos de papel higiénico desde las gradas y meando sobre los seguidores del equipo rival.
En su exuberante exceso, incluso los nombres de los jugadores, no sólo el de Sócrates, son fuente de asombro para los no brasileños. Ronaldo, Romário, Zico, Pelé, Garrincha... Revisen el amplio catálogo y no dejarán de encontrar sorpresas y coincidencias en la pila bautismal. Cuando a Ronaldo (Nazário de Lima) lo acompañaron otros dos futbolistas que se llamaban igual que él, éstos se convirtieron enseguida en Ronaldao y Ronaldinho. En el momento en que apareció un cuarto, fue rebautizado como Ronaldo. Como cuenta Alex Bellos, el color de la piel no presenta problemas aparentes de corrección política en algunas denominaciones de origen. En la nómina del balón figuran registrados, gracias a su tonalidad, jugadores de nombre Escurinho, Meia Noite y Petróleo. Todos ellos estarían dispuestos a comerse el plátano que les arrojase un espectador racista en cualquier estadio europeo. Sin mediar marketing.
Los perfiles del 'maracanazo'
El 16 de julio de 1950 el general Mendes de Morais, el hombre que se había empeñado en construir el estadio más grande del mundo, se dirigió con la ayuda de un micrófono, desde el palco principal del flamante Maracaná, en Río, a los futbolistas de la selección de Brasil para arengarlos. Ya en el césped, éstos escucharon por la megafonía unas palabras que no hicieron más que aturdir sus cabezas ante el desafío frente a Uruguay. «Cumplí mi promesa construyendo este estadio. ¡Cumplid ahora con la vuestra y ganad la Copa del Mundo!». Tronaron las voces de doscientos mil brasileños. Sonaron los himnos y la tragedia no tardaría en consumarse tras el gol de Chiggia. La promesa no pudo cumplirse, y Brasil, el equipo anfitrión, sufrió la derrota más dolorosa de su historia deportiva, la que se conoció por el sobrenombre del maracanazo, un desenlace que ha permanecido durante décadas desgarrando la memoria colectiva de un país que no tiene otra forma mejor de entender el amor y el sufrimiento que con el fútbol.
Toni Padilla, periodista, subdirector del programa Marcador internacional de Radio Marca, y colaborador en diferentes medios, ha escrito Brasil 50, un libro que edita con particular acierto Contra y recoge cuarenta retratos de protagonistas de uno de los mundiales de fútbol que más huella han dejado. Como telón de fondo,un país que tras la Segunda Guerra Mundial intentaba asomarse al resto de la humanidad ofreciendo una visión a través del deporte rey. Estupendamente escrito, por las páginas de Brasil 50 desfilan futbolistas legendarios, directivos, periodistas, entrenadores y todos aquellos sobre los que merece la pena contar una historia, y ayudan, además, a entenderla en su contexto.
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