¿Qué es lo que lleva a un asesino en serie a cometer sus crímenes? Ésta es una de las preguntas a las que busca respuesta la ciencia desde hace años. Diversos estudios han confirmado que el cerebro de estas personas presenta unas variaciones similares y que podrían ser las responsables de sus crímenes.

El neurocientífico británico Adrian Raine, de la Universidad de Pensilvania (EEUU), escaneó durante años los cerebros de delincuentes violentos y psicópatas, y llegó a la conclusión de que todos ellos tenían una baja actividad en la zona del cerebro que regula los impulsos emocionales (el córtex prefrontal), lo que, afirma, predispone a la violencia.

El miedo también juega un papel clave en este comportamiento. Un estudio de los años 70 analizó a 1.795 niños de tres años de edad de Isla Mauricio, sometiéndoles a diversas pruebas de respuesta al miedo. Dos décadas después buscaron fichas policiales de cada uno de ellos y observaron que 137 había cometido actos delictivos. Estos fueron aquellos que mostraron valores más bajos de respuesta condicionada al miedo.

Raine señala que la falta de respuesta al miedo se vincula a disfunciones en la amígdala central, parte del cerebro que regula las emociones. "Un déficit temprano en el condicionamiento autónomo al miedo predispone a la criminalidad adulta", afirma el investigador. Y esto está en línea con la hipótesis de que "el mal funcionamiento de la amígdala incrementa el riesgo de conducta criminal".

De todo ello se concluye que los asesinos tienden más a la ira y tienen dificultades para reprimir sus instintos criminales.

Infancia traumática

Pero existen otros factores que predisponen al crimen. El maltrato físico a edad temprana, dice Raine, puede provocar daños en el cerebro, y el citado córtex prefrontal es especialmente vulnerable. El neurocientífico pone el ejemplo de Donta Page, uno de los criminales examinados.

Page, quien asesinó a una joven de 24 años de forma brutal, recibió un maltratado continuado por parte de su madre desde que era un bebé. "Este maltrato, entre otras cosas, pudo haber producido el daño cerebral, que desembocó en este acto violento", apunta Raine.

No obstante, matiza que solo una pequeña parte de personas que tienen una infancia marcada por malos tratos termina convirtiéndose en asesinos.

¿La genética influye?

Una investigación realizada en 1993 sobre una familia holandesa con un amplio historial de violencia determinó que a todos los miembros les faltaba el gen que produce la enzima MAOA. Esta enzima juega un papel fundamental en el control de los impulsos.

La activación de este gen, conocido como 'el gen del guerrero', depende de lo que ocurra durante la infancia. Si se carece de él o si presenta una actividad baja como consecuencia de una infancia marcada por el maltato, la tendencia al crimen se acentúa.

Un caso curioso es el de Jim Fallon, un prestigioso profesor de psiquiatría de la Universidad de California. Fallon descubrió que en su árbol genealógico había un gran número de asesinos. Tras realizarse una prueba, vio que él mismo tenía genes que predisponen a la violencia.

Entonces, ¿por qué él no se convirtió en un homicida? Fallon reconoce que tuvo una infancia feliz y siempre estuvo protegido frente a actos violentos. Concluye, por tanto, que 'el gen del guerrero', por sí solo, no afecta al comportamiento. Pero la combinación de la versión de riesgo del gen y una infancia traumática elevan las posibilidades de transformarse en un psicópata.