¿Verdad que sería maravilloso poder enmendar todos nuestros errores del pasado? Quizás esa sea una de las razones por las que el viaje en el tiempo haya sido una fantasía imaginaria de la humanidad bastante común en los últimos 150 años: ya sea gracias a la intervención de los poderes fantásticos de los espíritus, como ocurre en el Cuento de Navidad de Charles Dickens, o por medio de complicadas máquinas del tiempo, como la que H. G. Wells ideó en la novela que lleva el mismo nombre.

Hace días los viajes en el tiempo volvieron a la actualidad al cumplirse la fecha (el 21 de octubre de 2015) a la que viajaba el protagonista de la trilogía Regreso al futuro, Marty McFly. Pero si por algo cabe ponerse serios para hablar de los viajes temporales es con motivo del centenario, el próximo 25 de noviembre, de la presentación que Albert Einstein hizo ante la Academia Prusiana de las Ciencias de su versión definitiva de la Teoría de la Relatividad General. La concepción genial del tiempo y el espacio como un todo que estableció Einstein abrió por vez primera la posibilidad de que viajar al futuro, al menos, sea una teórica y factible realidad.

Lo cierto es que ir al futuro es posible. De hecho, ocurre constantemente a nuestro alrededor. Einstein estableció que a velocidades elevadas el tiempo transcurre más lentamente. Así, alguien que viajase en un cohete a una velocidad próxima a la de la luz se encontraría que lo que para él han sido, digamos, diez años de vida, representan treinta para quienes se quedaron en La Tierra.

No es un supuesto teórico irrealizable. De hecho, algunas partículas que viajan a grandes velocidades sufren procesos de desintegración de una forma más lenta que si se encontrasen en reposo. La distorsión temporal que supone el viaje a grandes velocidades es algo cotidiano para los físicos de partículas.

Caben otras opciones para trasladarse al futuro, como aproximarse a un agujero negro lo suficiente como para no quedar atrapado y regresar, pero hasta ahora nadie lo ha comprobado. En esas regiones el entramado del espacio-tiempo se distorsiona tanto que permite que sucedan cosas extrañas. Y ya si se abre la puerta a soluciones exóticas, las ecuaciones de Einstein permiten imaginar «agujeros de gusano» que nos trasladen en el espacio y el tiempo a nuestro antojo.

Lo que sí parece imposible es viajar al pasado. Primero, porque generaría múltiples paradojas. ¿Y si, al igual que le ocurre a Marty McFly, usted impide que sus padres se casen? ¿O si mata a su abuelo antes de que llegue a engendrar a su padre? Algunas de estas paradojas, que han dado lugar a complejos debates científicos, se salvan con el supuesto de que ese viaje al pasado se hiciese a un universo paralelo. En él, sí, usted mataría a su padre, con lo que nunca nacería, pero estaría garantizada su existencia en el resto de universos en los que no cometió el crimen.

El principal problema para viajar al pasado está en respetar la relación entre causas y efectos, y en esquivar la implacable flecha del tiempo: la que hace que ciertos procesos sólo puedan ocurrir en un sentido. Los vasos se caen y se rompen, pero nunca veremos que trozos de cristal en el suelo se combinen espontáneamente para formar un vaso.

La Reina Blanca ya expone a Alicia en A través del espejo, de Lewis Carroll, el sinsentido que supondría que las manecillas del reloj girasen hacia atrás: «Ahí tienes al mensajero del rey. Está encerrado ahora en la cárcel, cumpliendo su condena. Pero el juicio no comenzará hasta el próximo miércoles y por supuesto, el crimen se cometerá al final».

El físico británico Stephen Hawking llevó a cabo en 2009 un secreto y sencillo experimento digno de la Reina Blanca para comprobar si era posible viajar al pasado. Organizó una fiesta para viajeros del futuro cuyas invitaciones dio a conocer después de que se celebrase. Así, si en el futuro es posible regresar al pasado, la fecha de la fiesta sería conocida para el viajero, de modo que no tendría problema en acudir. Nadie se presentó.

Por tanto, parece que sólo hay una forma de poner remedio a los errores. Darle tiempo al tiempo, y que se olviden o perdonen. Hasta a la ciencia, capaz de describir universos que abruman por su misterio y vastedad, se le antoja imposible cambiar el pasado.