El periodista presentó ayer en Málaga su novela 'La transición perpetua', una historia ambientada en la etapa de la Transición española con el espionaje como telón de fondo y que le ha valido el I Premio Internacional de Novela Solar de Samaniego.

¿Con qué intención escribió este libro?

Ya escribí un libro sobre un espía español que es captado por la CIA, y quería escribir otro libro de espionaje pero centrado en España, y creo que la etapa de la Transición era idónea porque entonces los servicios de inteligencia militares tenían que dar paso a unos servicios más modernos... Lo que yo pretendo con el libro es entretener, porque a estas alturas de la vida, cuando escribo una novela lo que quiero es que el lector se divierta, se emocione y saque sus propias conclusiones. Yo no quiero dar sermones ni estudiar moralejas.

¿Llega un momento en que ese espionaje es necesario?

El espionaje es necesario, y la prueba la tenemos ahora cuando vemos que de vez en cuando aparecen operaciones terroristas que son neutralizadas gracias a los servicios de información. Todos los países lo tienen y creo que es absolutamente necesario para protegerse. El problema es que en España, en el régimen franquista, el servicio de información estaba dedicado a espiar a los compatriotas, cuando está hecho para proteger a los de dentro, piensen lo que piensen, y pensado para neutralizar las fuerzas exteriores. Y eso, creo, es lo que ahora se ha conseguido: nuestros servicios secretos están volcados en lo más importante, que es el terrorismo yihadista.

Sostiene usted que la Transición es perpetua. ¿Por qué?

Porque nosotros estamos en permanente transición como seres humanos, desde niños hasta que dejamos de ser seres humanos y nos convertimos en el polvo del que vinimos; las ciudades están en permanente transición, y también los están los países y las galaxias... La transición no es una cosa que termine en un momento determinado, es perpetua. En realidad, yo diría que la transición es un pleonasmo.

¿Y hoy en día seguimos arrastrando la estela de la Transición política? ¿Cree que no se ha llegado a cerrar del todo?

Creo que la historia de los países no se cierra nunca. Cuando Franco dijo que lo dejaba todo «atado y bien atado», ese todo luego se desató. Creo que todo es revisable. Lo que me molesta es la frivolización de la Transición. Fue una de las decisiones y los acuerdos más felices de la historia de España, y que fue lo que nos permitió ser un país tan aburrido como los demás durante los últimos 40 años y dejar esas cosas tan divertidas de las guerras, las repúblicas y las dictaduras. Hubo mucho esfuerzo para hacer las cosas bien. Me parece bien que se diga que se revise la Constitución, porque todo se tiene que revisar, pero hay que saber por qué y para qué.

Entonces, en su opinión, ¿se hicieron bien las cosas en esa etapa tan decisiva de nuestra historia?

Se hicieron las cosas como se pudieron hacer... Todos somos hijos del tiempo. Había un cierto miedo a lo que sale en la novela, los cuatro golpes de Estado de los militares. Seguro que se podrían haber hecho mejor las cosas, desde luego, pero también podrían haberse hecho peor. Todo se hizo con buena voluntad y, sobre todo, mirando al futuro, porque si no se hacía así no teníamos siquiera presente.

¿Actualmente los partidos políticos tienen las cosas claras para gobernar este país?

La verdad es que no lo sé. Rajoy, por ejemplo, seguirá haciendo lo mismo. Lo que yo no creo es en las mentiras: hay una fuerza política que ha dicho que en un año va a haber un referéndum en Cataluña, y eso es imposible porque está en contra de las leyes de la Constitución; prometen una cosa imposible, y eso me parece un ejercicio de cinismo además de un insulto a la inteligencia de los catalanes. Sé que todos mienten, pero hay que mentir con cierta verosimilitud y cierta ensoñación, pero no mentir por mentir.

¿Qué cosas deberían cambiar en esta nueva legislatura que nos espera?

Debería cambiar algo que yo creo que Rajoy no se atrevió a hacer, que es estrechar la administración autonómica. A mí me parece muy bien lo que ha dicho Albert Rivera de suprimir las diputaciones provinciales, porque no son necesarias. También hay que crear menos empresas públicas, que sólo sirven para colocar a amiguetes, y repensar las televisiones autonómicas, que suponen un enorme gasto.