La esperanza de vida cada vez se va alargando más. ¿Esto es un problema o una oportunidad?

Está claro que es un reto, porque los problemas sociales que trae consigo el envejecimiento presionan directamente al sistema de bienestar que tenemos ahora mismo. Sobre todo porque hay un cambio en la tasa de dependencia. Los que financian los servicios sociales van a ser menos que los que los consumiremos, y eso crea un marco tanto sanitario como social diferente al que tenemos ahora. En principio, es un problema que debemos solucionar, pero tenemos que cambiar un poco la óptica y que parezca una oportunidad y convertirlo en un nuevo reto económico, crear nuevos servicios, nuevos valores, y una nueva industria… Aparte, está lo que se ha llamado la silver economy (la economía gris, en alusión a las canas de este grupo poblacional), el reto con estas personas es el de conseguir que mantengan una calidad de vida adecuada. Y que en lugar de ser un lastre social podamos convertirlos en todo un sistema productivo, de consumo de servicios y que ellos mismos participen en todo esto, en vez de que sean sólo unos meros receptores de beneficios.

Se habla de que la llamada economía gris que usted nombra podría llegar a mover miles de millones de euros durante los próximos años. ¿Realmente se está trabajando en ello? ¿Hay proyectos en serio en este sentido que se estén desarrollando?

Se están intentando muchas cosas. Hay una tendencia tanto europea como nacional que tiene el objetivo de crear un ecosistema de innovación donde se junten las iniciativas políticas y todo el desarrollo económico entorno al envejecimiento. Estos ecosistemas se están poniendo en común entre universidades, administraciones públicas y empresas. La tendencia es a hacer colaboraciones de todos los que tienen algo que ver en este sistema tanto desde un punto de vista público como privado.

Más en concreto, ¿qué tipo de oportunidades económicas presenta este mercado emergente del envejecimiento y hacia dónde está dirigiéndose la investigación?

La prioridad ahora mismo es la de conseguir una medicina más personalizada. Hay una tendencia y un auge del “big data” (el análisis de grandes cantidades de datos) y de todos aquellos sistemas que permitan identificar la elección más correcta de los posibles tratamientos para cada enfermo. La otra tendencia es ya más estructural, que consistiría en la creación de un nuevo sistema de salud y un nuevo modelo que tenga una visión más horizontal, más centrada en el paciente, y que integre niveles asistenciales y sociosanitarios. Es decir, toda la tecnología que vaya a apoyar este cambio de modelo se supone que va a tener preponderancia, pero el cambio de modelo va a requerir algo más que eso, va a suponer un cambio en la propia mentalidad de los profesionales y de toda la organización sanitaria. Lo que se está promoviendo es un cambio integral tanto en la cultura como en la aplicación de los servicios de salud.

Pero, ¿y en términos económicos?

Hay iniciativas para hacer cosas. Aunque toda la parte de investigación va lenta. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene un proyecto para adaptar las ciudades a las personas mayores. Nosotros no somos conscientes de las limitaciones que tienen nuestras casas, nuestras calles o los supermercados cuando hay una discapacidad. Lo que hay que hacer es tener la mente un poco abierta a esas discapacidades que sufren los mayores e ir adaptando todo el ecosistema de la sociedad a esa masa de población que cada vez va a ir aumentando más y más. Pero todo esto va lento, porque se necesita una serie de inversiones y de maduración. A nivel internacional sí que hay algunas iniciativas, además de la de la OMS, la Comisión Europea también está trabajando en la promoción de ciudades inteligentes para hacerlas más cómodas para la gente mayor.

Los gobiernos de distintos países hablan de retrasar de forma considerable la edad de jubilación. Algunos hablan incluso de llevarla a los70 años. ¿Realmente una persona a esa edad está en condiciones de poder trabajar?

Depende, hay personas que sí y otras que no.

Entonces, ¿qué hacer al respecto?

Si antes la jubilación estaba en 65 años y la esperanza de vida en 75, teníamos sólo diez para recibir la pensión. Lo que pasa ahora es que la esperanza de vida está ya en los 90 y una persona va a cobrar durante más años su pensión, pero, a la vez, hay menos contribuyendo en el sistema. La realidad es que la esperanza de vida ha mejorado, pero esto no siempre va asociado a la calidad, por eso uno de los objetivos del programa europeo de envejecimiento saludable es mejorar esos últimos años de vida, lo que conlleva también poder llegar a trabajar durante más tiempo.

Muchas comunidades autónomas tienen unas pirámides poblacionales muy invertidas. ¿Hay alguna forma de actuar ahí o ya es demasiado tarde para intentar buscar soluciones?

La pirámide está invertida por la generación del baby boom, que somos los que nacimos en la década de los sesenta y que nos jubilaremos dentro de quince o veinte años. Es ahí donde está el desfase. Se pueden hacer políticas de incremento de la natalidad, pero ya se deberían haber hecho. Éste no es un problema exclusivo de Asturias, lo tiene tanto la sociedad española como la europea, es internacional.

¿Los cambios tecnológicos en medicina están siendo lo suficientemente rápidos para adaptarse a las nuevas demandas de los pacientes de estos tiempos?

Hay un cambio tecnológico con unos ciclos de vida de la tecnología muy cortos y muy caros. Todos queremos la mejor sanidad, la más actualizada, pero el poder financiar eso a la vez que se produce un cambio demográfico es complicado. Antes, se tardaban cincuenta años en haber algún tipo avance, pero ahora, sobre todo en la parte más relacionada con la tecnología, lo que se llaman las TIC, hay unos cambios que están siendo muy rápidos, de un año para otro. Eso también presiona al propio sistema para que se vaya adaptando.

Hay quien dice que muchas de las enfermedades actuales, como por ejemplo el cáncer, se acabarán superando en unos pocos años. ¿Qué opina usted al respecto?

A eso se está intentando llegar, pero llevamos mucho tiempo también investigando. Ojalá se pudiera superar. Hay cánceres en los que ha mejorado mucho el pronóstico, sobre todo, mejorando la prevención. El de

mama era hace unos años prácticamente mortal y ahora, cogiéndolo a tiempo, tiene unos resultados casi de curación. Todo pasa por prevenir y diagnosticar pronto las enfermedades. Ésa es la clave.

¿El problema en muchos de los casos de personas que no llegan a la vejez está en que no llevaron un estilo de vida saludable. No hicieron ejercicio ni dieta, y tuvieron una vida demasiado sedentaria? ¿O esto no tiene realmente nada que ver?

El objetivo es llegar a mayores con mejor calidad de vida de la que se tiene ahora y eso pasa por hacer prevención, por mejorar los estilos de vida. Hay que conseguir que los ciudadanos se conciencien de lo importante que es llevar unos hábitos de vida saludable y hacer ejercicio. Ése tiene que ser un cambio al que tendrán que contribuir los servicios de salud, que ahora están más orientados al tratamiento, pero deben cambiar hacia unas políticas de prevención y de hábitos saludables con el objetivo de evitar que llegue la enfermedad. Luego, un factor muy importante es que los pacientes conozcan su propia enfermedad y sean capaces de detectar a tiempo las posibles complicaciones que pueden tener. Eso supone trasladar la cultura sanitaria a la ciudadanía en general, incluso empezando desde la escuela, es una de las acciones que probablemente tengan más potencial para prevenir enfermedades. El reto está en conseguir actuar antes de que aparezca la dolencia o la enfermedad, para evitar el deterioro que se produce en los últimos años de vida.

Ahora hay, incluso, laboratorios especializados que ofrecen leer el genoma para que el paciente tenga una información detallada de cuáles son los riesgos que le pueden esperar en el futuro. ¿Van, entonces, los tiros por ahí?

Eso va más en dirección con la medicina personalizada que nombrábamos antes y que consiste en saber desde el principio cuáles son los factores genéticos que van a afectar a la enfermedad. Es una información que es muy útil. Se está avanzando mucho, pero tiene una serie de cuestiones éticas que aún se deben analizar y debatir. Pero, indudablemente, por ahí va el camino, en identificar las probabilidades de enfermar, en conocer los mejores tratamientos para determinadas personas, porque no todo el mundo responde igual a los tratamientos.

Hay algunos expertos en medicina que sostienen que podremos llegar a vivir hasta 150 años ¿La cifra le parece exagerada?

Lo que se dice es que la vida de la célula humana podría llegar a vivir en condiciones ideales hasta los 120 o los 130 años. Pero vivir más de 110 es difícil. El problema es llegar con calidad de vida hasta ahí. En eso es en lo que se debe trabajar.

Entonces, ¿No tienen calidad de vida las pocas personas que ya consiguen acercarse a esa edad?

Algunos sí, pero vemos por lo que nos transmiten desde las residencias de ancianos y por lo que nos dicen los gerontólogos que la mayoría de la población que llega a esas edades tiene una calidad de vida bastante limitada. Sobre todo, a causa de enfermedades de tipo neurológico o, simplemente, por la propia fragilidad del envejecimiento.

Una vez superadas estas enfermedades y con la posibilidad de llegar hasta, por lo menos, los 110 años de vida, ¿de qué nos vamos morir entonces?

Nos seguiremos muriendo de enfermedades crónicas y, evidentemente, de la propia vejez. En verdad, las causas de la muerte serán similares, pero lo que haremos será ir retrasándola. Mejoraremos la patología crónica, pero, al final, el deterioro celular se va a producir sí o sí, porque eso es, como se dice, ley de la biología. No hay otra.