España llegó a estar al primer nivel de la divulgación arqueológica sobre Egipto entre 1924 y 1928, años en los que el descubridor de la tumba de Tutankhamón, Howard Carter, visitó Madrid gracias a la intervención del duque de Alba, con quien forjó una profunda amistad.

Así lo han detallado en rueda de prensa Myriam Seco y Javier Martínez Babón, arqueólogos y autores de 'Tutankamón en España: Howard Carter, el duque de Alba y las conferencias de Madrid', que se presentó en el Museo Arqueológico de Madrid.

El libro, ganador del Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos, ha sido editado por la Fundación José Manuel Lara, con la colaboración de la Fundación Cajasol, ambas organizadoras del certamen literario.

Los autores recorren en este trabajo de divulgación la trascendencia de las visitas que el descubridor de la tumba de Tutankamón, Howard Carter, hizo a Madrid en 1924 y 1928 y la amistad que trabó con el duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, clave en estas visitas.

"Aquellas visitas, organizadas por el Comité Hispano-Inglés y la Residencia de Estudiantes, tuvieron un enorme éxito, si atendemos a la asistencia de público y a la gran cobertura que le dio la prensa de la época", relata Seco, quien subraya el "hito" que supuso que España acogiera tan pronto el relato de las novedades de un hallazgo arqueológico de tal importancia.

Según han contado los autores durante la rueda de presentación del libro, la idea inicial de esta obra nació de unas palabras pronunciadas por Cayetana de Alba en Sevilla en 2009 ante el prestigioso egiptólogo Zahi Hawass, al que relató que, cuando era niña, viajó a Egipto con su padre debido a su amistad con Carter.

"Ella contó que vivió durante meses en El Cairo y que, desde entonces, tenía un gran interés por Egipto y fue ahí cuando, como testigos de ese encuentro, comenzamos a investigar la relación", apunta Seco.

La Casa de Alba ha cedido mucha de la documentación con la que se ha elaborado el libro, entre la misma, muchos documentos inéditos, como las cartas que intercambiaron el duque de Alba y Howard Carter.

"El duque de Alba es un hombre desconocido que nosotros reivindicamos en este libro, porque hizo mucho por este país", ha defendido Martínez Babón.

Fitz-James Stuart fue el artífice de que Howard Carter, sólo dos años después del descubrimiento, acudiera a Madrid en 1924 -luego repetiría en 1928- para impartir conferencias en Madrid, que tuvieron un gran eco.

"El interés fue máximo, incluso el rey Alfonso XIII quiso conocer personalmente al arqueólogo. La afluencia fue masiva y el aforo de teatros y salas donde estuvo siempre se superó", relata Martínez Babón, quien señala que las diapositivas que se trajo Carter a Madrid fueron demandadas en toda España, incluso en Latinoamérica, aunque no ha quedado vestigio de ellas.

Los autores de este libro han lamentado que ese interés por la egiptología, que se desbordó con la presencia de Carter, no se haya mantenido en España, donde ha predominado, según dicen, el interés por la antigua Roma o, incluso, Grecia. Ambos forman parte de una de las 300 misiones arqueológicas internacionales que se mantienen en Egipto para destapar restos arqueológicos y cumplen diez años de trabajos en el templo de Tutmosis III, al oeste de Luxor, que ya ha aportado grandes cantidades de materiales.

"En realidad, nos hemos sentido muy identificados estudiando el trabajo de Carter en la tumba de Tutankamón porque, aunque hayan evolucionado las tecnologías, la labor sigue siendo casi la misma e, incluso, el sistema de organizar a los obreros y las cuadrillas", ha destacado la arqueóloga.

Sobre aquel descubrimiento y aquella tumba de Tutankamón siguen existiendo muchas leyendas, algunas asociadas a maldiciones. El libro aporta un posible origen: que el patrocinador de la excavación, lord Carnavon, murió poco después del hallazgo.

"Lord Carnavon había vendido la exclusiva del descubrimiento a The Times, y eso provocó que los demás periódicos recelaran y, tras su muerte, avivaron la leyenda de la maldición", ha relatado Martínez Babón, quien cree que este hecho se avivó en los años 60 del pasado siglo cuando los ocupantes de un avión militar británico que transportaba algunas de las piezas contrajeran enfermedades.