"No tiene pase". Así definió el comportamiento de uno de sus invitados la anfitriona de una fiesta de 50 aniversario, celebrada esta primavera en Mallorca. Aquel amigo, al que no veía desde hacía décadas, estaba "desatado". Tanto, que en la pista de baile no dudó en tocarles el culo a la anfitriona, a las amigas de la anfitriona y a cualquier fémina que se le pusiera delante. La actitud de aquel hombre, profesional de éxito y divorciado resultaba, como mínimo, chocante. "¡Este no se ha enterado de que existe el #MeToo!", sentenció una de las invitadas, tras zafarse de él.

Se refería al movimiento surgido en Estados Unidos el pasado otoño, que ha animado a las mujeres de todo el mundo a denunciar el acoso y el abuso sexual. Lo desencadenaron las acusaciones de varias actrices de Hollywood contra el otrora poderoso productor Harvey Weinstein: un depredador de albornoz blanco, quien durante años combinó los Oscars con el acoso y derribo a toda mujer que se le pusiera por delante. A partir del escándalo Weinstein y bajo el hashtag #MeToo (Yo también), se inició una campaña que instaba a las mujeres a contar las agresiones machistas que habían sufrido.

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