«Las mujeres que llegan arriba cambian lo de abajo y permiten que otras mujeres puedan elegir». La frase es de uno de los más de ciento sesenta discursos que ha pronunciado Letizia como reina. Ella sabe bien lo que es romper el techo de cristal. Este mes se cumplen quince años del giro radical que la periodista asturiana Letizia Ortiz Rocasolano dio a su vida. En los últimos días de octubre de 2003, la presentadora del Telediario de TVE abandonaba su piso del barrio madrileño de Valdebernardo y se trasladaba a vivir a la Zarzuela, el palacio del entonces Príncipe Felipe, su novio. Tenía 31 años y una biografía que desafiaba la tradición monárquica: divorciada, hija de un periodista y de una enfermera sindicalista, y nieta de un taxista. Su vida hasta entonces había sido la habitual de la clase media trabajadora y su ascenso profesional estaba muy ligado a la cultura del trabajo y del esfuerzo.

«La suya fue una decisión muy difícil, muy fuerte, y difícil de comprender. La púrpura pesa siempre y estar bajo el ojo público constantemente es durísimo», afirma la filósofa Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED e integrante del Consejo de Estado. Valcárcel abrió hace unas semanas el Seminario de la Cátedra de la Monarquía Parlamentaria de la Universidad Rey Juan Carlos I con una conferencia que tituló He visto caer cinco sólidas monarquías, en referencia a una frase que pronunció la reina británica Mary, esposa del rey Jorge V.

«Las monarquías agotan rápido su capital, los monarcas han de ganarse el trono cada día. Las monarquías europeas mantienen su apoyo en base a la tradición y al encaje en sus estados. España, que es una monarquía restaurada, tiene problemas peculiares, la clave es no cometer grandes equivocaciones y crear nuevos terrenos de encuentro», añade.

Letizia, una mujer extrovertida, espontánea, apasionada, impaciente y perfeccionista, llegó a la Zarzuela de la mano de Felipe, un príncipe serio, moderado y reflexivo, que rara vez pierde los nervios. Muy distintos en carácter, en orígenes y en amistades. Ella, plebeya; él, miembro de una monarquía con cinco siglos de historia. Sus caracteres, opuestos, parecían complementarse. Ambos habían tenido varias relaciones anteriores y ella había estado casada con el profesor de instituto Alonso Guerrero. Los dos, muy autoexigentes, se profesaban no sólo amor, también admiración. «Me da muchísima alegría poder manifestar la felicidad que me hace sentir nuestro compromiso y lo enamorado que estoy de Letizia», declaró Felipe en los jardines del palacio el 1 de noviembre de 2003 en el anuncio de su compromiso. Ella suele decir de él que «es un ser humano excepcional».

Lograron mantener su noviazgo en secreto. La semana anterior al anuncio, Letizia había cubierto como integrante del equipo de TVE los Premios «Príncipe de Asturias». Había rumores sobre su relación, pero entonces nadie creía que podría llegar a compromiso. Esos días, ambos hablaban por teléfono y cuando las amigas de Letizia le preguntaban por «ese novio», ella daba pocas pistas. «No tiene nada que ver con el periodismo, hace cosas distintas», decía.

«Creo que el Rey Felipe tomó una buena decisión al casarse con Letizia. La Reina no pertenece a su círculo social y por tanto su sensibilidad y su visión de la vida son diferentes y eso le da una percepción más realista, más a pie de calle, de la sociedad española. Creo que ella está haciendo todo lo que puede», señala Amelia Valcárcel.

El cruce entre el análisis de género -ella era una mujer independiente, que se había hecho a sí misma- y el de clase -él, heredero de la Corona española- es devastador, en opinión de Socorro Suárez Lafuente, catedrática de Filología Inglesa de la Universidad de Oviedo, feminista y especialista en literatura escrita por mujeres. «Es la continuación de los cuentos de hadas, claramente del de Cenicienta después de que le valga el zapatito de cristal: toda la vida aprendiendo que casarte con un príncipe es lo mejor que te puede pasar y, cuando lo consigues, te conviertes en la mala a no ser que sufras y te mueras, como Lady Di, María de las Mercedes o Sissi emperatriz. Un clásico de la ópera y de la literatura universal, y de la vida diaria también», afirma Suárez Lafuente.

Letizia comenzó a abandonar alguno de sus rasgos más personales, la espontaneidad por ejemplo, el día del anuncio de su compromiso. El inocente y coloquial «¡Déjame hablar a mí!» que le espetó a Felipe cuando él interrumpió lo que ella estaba diciendo, exagerado por algunos periodistas y puristas de la tradición monárquica, fue el primer aviso.

No se lo pondrían fácil. Y no lo fue. No lo está siendo.

En estos quince años, diez de ellos como princesa, Letizia ha ido construyendo y deconstruyendo su imagen. Lo primero, a base de estudio serio y riguroso, y mucho trabajo; lo segundo, transformando gradualmente su cara y su apariencia. Libreta en mano y preguntando, empezó por conocer el funcionamiento de la Casa del Rey, a la vez que estudiaba idiomas, protocolo, diplomacia y todo lo relacionado con la representación y viajes institucionales. Perfeccionista y muy disciplinada, Letizia es de altibajos y a veces es - talla. Y cuando lo hace es mejor no estar cerca. Pero se le pasa pronto. Quienes la conocen dicen que perdona pero no olvida. Es batalladora y no le gusta que le lleven la contraria. Su tarea, sus gestos, su vestuario son analizados milimétricamente. Y casi siempre criticados.

«Su defecto es para mí una virtud... el afán de perfección máxima, de volcarse en todo. Para mí no es un defecto, pero se pasa muy mal», declaraba su abuela paterna, Menchu Álvarez del Valle, poco después de la boda de su nieta.

Sorprende que en 2018, en tiempos del «Yo También» («Me Too») y el auge del feminismo, lo que trascienda a los medios de comunicación del trabajo de la Reina sea el modelo que lleva, sus diseñadores de cabecera o el precio de sus complementos. Y asombra aún más que muchas de las informaciones estén firmadas o sean comentadas por mujeres que se declaran feministas.

«No se tiene en cuenta el esfuerzo tremendo que tiene que hacer para desempeñar su papel de reina, le pasan factura por ser plebeya. No da la imagen de sufridora, sino de profesional, y por eso se dice de ella que es ambiciosa, fría, controladora, mandona. Por un lado, tiene que esforzarse por hacerlo todo por el libro. Por otro, se le va a criticar también porque ´no le sale natural´. Nunca va a acertar, siempre va a haber un pero», señala Socorro Suárez Lafuente.

Letizia prepara a fondo todas sus intervenciones. Desde el año 2007, en el que inició su actividad institucional en solitario, ha ido atendiendo los asuntos a los que ella quería dar visibilidad: salud y educación, relacionados sobre todo con la infancia; enfermedades raras, ecología y medio ambiente, y aquellos que ha heredado de su suegra, la Reina Sofía, tales como droga - dicción, cáncer o cooperación internacional, esta última muy centrada en la lucha por la igualdad de la mujer. «La educación y la mujer. Cuánta energía junta, ¿verdad?...», dijo en otro de sus discursos. A las reuniones acude con los deberes hechos. Pregunta, sugiere y se implica. Los padres de los niños con enfermedades raras no dejan de repetirlo y agradecérselo.

El contenido de sus discursos, breves, concisos y muy periodísticos, apenas trasciende. Como tampoco su facilidad para los idiomas. Habla un inglés perfecto y tiene la costumbre de preparar párrafos en la lengua de los países y territorios que visita. Hasta el momento, la hemos escuchado hablar en alemán, portugués, francés, catalán y valenciano; incluso ha utilizado el lenguaje de signos. Su problema es que la Reina ni es ni puede ser una mujer corriente y romper ese arquetipo podría ser hasta peligroso políticamente.

Paloma Uría, profesora de instituto ya jubilada, cofundadora de la Asociación Feminista de Asturias, exdiputada de IU en la Junta General y participante activa en la lucha antifranquista, considera a la institución monárquica «un vestigio del pasado que, en el caso de España, carece de refrendo democrático». Sin embargo, califica de «lamentable» la imagen pública que proyectan los medios de Letizia.

«Y los diarios no se diferencian en nada de las revistas del corazón. Lo que nos muestran es el aspecto físico, sobre todo el vestuario y complementos, en emulación de lo que lucen otras figuras de la realeza europea; apenas sabemos nada del desempeño de sus funciones ni del contenido de sus intervenciones públicas. Esta imagen hace un flaco favor al feminismo, a la lucha de las mujeres por demostrar nuestras capacidades, nuestros trabajos, nuestra inteligencia, nuestra fuerza, nuestra independencia. Es, en suma, una imagen de mujer florero», subraya.

Letizia lucha constantemente contra ese estereotipo y su papel como reina es, con cierta frecuencia, tema de debate en la Casa del Rey. La Constitución dice en su artículo 58: «La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrán asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia». Hace un año, con motivo de la crisis de Cataluña, Letizia tuvo que sustituir a Felipe VI en dos actos. Cuando se le sugirió que leyera los discursos de su marido, dijo: «Si voy yo, leo mis propias palabras». Y así fue.

En estos tres lustros, los Reyes Felipe y Letizia han fundado una familia -los embarazos de las Infantas Leonor y Sofía no fueron nada fáciles para ella-, que tratan de que sea lo más normal posible dentro de sus características, y trabajan en un proyecto común con un objetivo, el servicio a España. Ambos afrontan una doble encrucijada: de un lado, gestionar la tradición monárquica adecuándola a los tiempos actuales, con la presión que supone tener a un cuñado en prisión y al Rey Juan Carlos I bajo sospecha; de otro, hacer este tránsito no exento de dificultades, con el nacionalismo catalán abanderando una ruptura territorial.

Un tercer desafío sería la educación y la herencia que dejarán a la Princesa de Asturias, la Infanta Leonor, que protagonizó junto a los Reyes y su hermana Sofía, el pasado 8 de septiembre, en Covadonga, su primer acto público, con motivo del triple aniversario que conmemora este año el Principado: los 1.300 años de la Monarquía asturiana y los centenarios de la coronación de la Virgen de Covadonga y de la declaración del Parque Nacional de Covadonga. Un acontecimiento que muchos consideran una oportunidad perdida para subrayar institucionalmente la relevancia de una historia de país de 1.300 años.

Dicen que Letizia educa con la misma disciplina que se aplica a sí misma, pero también que es una madraza y que los cuatro disfrutan del tiempo familiar. Los Reyes intentan proteger a sus hijas, alejándolas de la imagen pública. Y la Reina ha conseguido que algunos días de sus vacaciones familiares sean un secreto de Estado. Suele decirse que son un equipo y que se complementan. Él ha ganado en expresividad y cercanía, mérito que se le atribuye a Letizia. Ella no parece sentirse muy cómoda entre aristócratas y miembros de las Cortes europeas, aunque pasó con sobresaliente su visita institucional, acompañando al Rey, a la siempre exigente Corte británica. Ha habido también momentos de tensión y desencuentros, incluso públicos. Y pérdidas dolorosas, como la de Erika, hermana pequeña de la Reina.

Juntos vivieron el periodo convulso de la monarquía de Juan Carlos I y la fractura de la Familia Real. La imputación de la Infanta Cristina y de su esposo, Iñaki Urdangarín, en el «caso Nóos», que llevaría a éste a la cárcel -ambos muy cercanos a los Reyes en el inicio de su relación-; la relación del Rey Juan Carlos con Corinna zu Sayn-Wittgenstein y su fractura de cadera cazando elefantes en Botsuana y el posicionamiento de la Reina Sofía con los Urdangarín distanciaron a Letizia de su familia política. Felipe tuvo que adoptar decisiones sobre su querida hermana que, sentimental como es, le dolieron profundamente.

Cuando todo parecía volver a una cierta normalidad, el pasado mes de abril, a la salida de la misa de Pascua en Palma de Mallorca, las reinas Letizia y Sofía protagonizaron un desafortunado incidente, al intentar evitar la primera que sus hijas se fotografiaran con Sofía. El vídeo dio la vuelta al mundo. La tensión acumulada entre suegra y nuera -por otra parte común en muchas familias- se evidenció. Letizia debió de sentir que el suelo se abría bajo sus pies. En quince años, ése fue el único fallo importante de la reina plebeya. Leer algunas de las cosas que se dijeron sobre ella en las redes sociales sobrecoge.

«La imagen de una reina se construye a través de la reproducción de los roles de género», indica Sandra Dema Moreno, profesora de Sociología de la Universidad de Oviedo. «Letizia es una figura pública por su matrimonio con el jefe de Estado, como consorte y sobre todo como madre, puesto que sobre ella recae la reproducción de la estirpe y por ende la continuidad del modelo de Estado. Por otro lado, la monarquía es una institución propia de sociedades tradicionales, construida sobre bases sexistas y las actividades de la Reina suelen tener también un claro componente de género, en tanto que son actividades feminizadas».

Su vinculación a Asturias y no sólo por nacimiento es estrecha. Además de acompañar al Rey en la entrega de los Premios «Princesa de Asturias», asiste todos los años a la inauguración de la Escuela Internacional de Música de la citada institución y disfruta charlando con los alumnos, escuchando sus piezas o interpelando al protagonista de la clase magistral. Este año, además, ha inaugurado el curso en el colegio Baudilio Arce de Oviedo. «En Oviedo aprendí a amar y admirar esta tierra, a Asturias y a España entera. Soy ovetense, hija y nieta de asturianos, y me siento muy apegada a esta ciudad. Aquí está mi colegio, mi instituto, el lugar donde sentí por primera vez que empezaba mi vida profesional», afirmó al recibir en el año 2007 el título de hija predilecta de su ciudad.