Cuando está en juicio la verdad, lo está también el bien y el mal. Hasta ahí hemos llegado. Vivimos una época tormentosa, atrincherados en las redes sociales, donde más que información buscamos apoyo emocional, reflexiona Roberto Blatt (Montevideo, 1948), filósofo, escritor y traductor que acaba de publicar Historia reciente de la verdad (Turner Minor) para denunciar el poco apego que tenemos por la verdad consensuada y nuestra extrema dependencia de las opiniones. Socialdemócrata, como le gusta definirse, Blatt avisa de que pinta mal si seguimos sustituyendo la verdad por estados de ánimo nacionales y lanza un mensaje a los editores de prensa y a los periodistas para que recuperen el gran periodismo que solo se logra, según él, con profesionales comprometidos religiosamente con la verdad.

¿Cuándo entra en crisis la verdad única?

Hasta el siglo XVIII y comienzos del XIX se postulaba una verdad única, revelada y universal que después había que interpretar. Pero la separación entre lo sagrado y lo profano y el surgimiento de la ciencia, la democracia y el periodismo postularon un nuevo tipo de verdad que es la terrenal y que tenemos que consensuar. Esa verdad se ha ido degradando hasta nuestra época de posverdad. Cuando está en juicio la verdad lo está también el bien y el mal.

Tu verdad, no, la verdad, y ven conmigo a buscarla. ¿Es la apuesta machadiana por la verdad consensuada?

Lo que viene a decir Antonio Machado es que no hay verdad si esta es solo subjetiva y solo vale para uno mismo. El requisito inicial de la verdad es que surja de un pacto colectivo.

Dice Yuval Noah Harari que la verdad se define hoy por los primeros resultados de Google. O sea que la verdad ya depende de un algoritmo.

Lo que quiere decir es que mediante la acumulación de datos se llegará a verdades cada vez más precisas, que Google nos juzgará con más precisión que nosotros mismos. Yo prefiero pensar que importa más la responsabilidad y la libertad que dotan de esencia al ser humano. Ya hay quien dice que si la inteligencia artificial se impone nosotros seremos para las máquinas tan irrelevantes como lo son las hormigas para nosotros. Yo apuesto por mejorar en lo humano, con nuestras decisiones propias y sociales, sin despreciar los avances tecnológicos.

¿Se puede alcanzar un acuerdo sobre la verdad mediante el voto o el clic?

Necesitamos esa verdad consensuada. Tenemos que ponernos de acuerdo acerca de cuáles son las evidencias que justifiquen que algo se considere verdad. Lamentablemente en las redes sociales se vota la verdad en lugar de fundamentarla.

¿Cómo ha evolucionado el concepto de la verdad que buscaban los filósofos griegos al aterrizar en nuestra era digital?

Los filósofos griegos organizaron el pensamiento racional abstracto pero no eran observadores porque consideraban que la observación era muy variable. Esa demostración basada en la observación y experiencia surgió en la Ilustración. Hoy en día ese criterio de experimentación tiende a diluirse porque las redes sociales buscan esencialmente conexiones emocionales con círculos sociales afines. En internet no salimos a buscar la verdad, sino a reafirmar la propia.

Hoy nos atiborran con la verdad, la posverdad, las ‘fake news’ y las medias verdades. ¿Dónde está realmente el problema?

En que nos falta criterio de verificación de esa verdad. Las ‘fake news’ se basan en acumulación de apoyos emocionales sin criterio de demostración inicial. Estamos en la época del ‘todo vale’ y la gente busca en la red más apoyo que información.

¿Cómo han podido los emoticonos y los ‘likes’ acabar con la investigación contrastada de los hechos?

Los emoticones y los ‘likes’ demuestran esa tendencia a buscar apoyo emocional en la red. Con ellos no se dice que algo te parece cierto sino que te gusta o no.

La verdad de hoy tiene la apariencia de ser más democrática porque la definen los ‘likes’, no los púlpitos.

La democracia sirve para todo excepto para establecer la verdad que requiere algo más que una acumulación de opiniones. Creer en la democratización de la verdad significa que democráticamente estamos enterrando la verdad como fenómeno social, colectivo y universal.

Justin Rosenstein, el inventor del ‘me gusta’, denuncia ahora, arrepentido de su creación, que todos están distraídos todo el tiempo en las redes sociales y que esta será la última generación que recordará como era la vida antes. ¿Hacia dónde vamos?

Si sigue este proceso en el que la verdad es progresivamente sustituida por estados de ánimo tribales o nacionales estamos deshaciendo una tradición centrada en un concepto de civilización de más de mil años. Eso es gravísimo porque la atomización de la verdad impide plantearse un proyecto que trascienda el mero presente.

¿Cómo valora la herencia que nos ha dejado la posmodernidad al denunciar la verdad como arma de represión de los poderosos para sojuzgar a las masas?

Los grandes posmodernos estarían escandalizados por las aplicaciones extremas de la posmodernidad. Ellos no se rebelaban contra la verdad como concepto sino contra la verdad como monopolio de grupo. La posmodernidad decía que la verdad evoluciona con el conocimiento, que no hay solo una manera de ver las cosas pero que hay que basarse en criterios y evidencias.

Al menos han caído en desgracia grandes relatos nefastos como los del fascismo y el comunismo.

Algunas de las grandes narrativas de seudoverdades absolutas han caído porque no se ajustaban a la realidad. Los planteamientos extremos se estrellaron contra la riqueza, el progreso y la realidad. Planteaban verdades absolutas y excluyentes que la verdad nunca puede ser. Toda verdad universal está abierta a los cambios en el tiempo y en la experimentación.

El fragmentarismo actual ha creado numerosos islotes ciudadanos, cada uno con sus propias verdades. ¿Vamos hacia un libre mercado de la verdad?

Ese es un problema. Hay un libre mercado de la verdad que no me preocuparía si no se constituyera como el único campo del que emana la verdad. Ahora lo que se busca es la conexión emocional que es muy legítima pero terrible si uno no se da cuenta o no es capaz de distinguir entre veracidad y falsedad.

Hasta la aparición de la imprenta nos comunicábamos con imágenes, pero ahora damos un paso atrás y decimos que una imagen vale más que mil palabras. ¿Cómo interpretar ese retroceso?

Nunca he creído en esa frase. La iconografía cristiana tenía su razón de ser en épocas en las que las personas no sabían leer. Era una ilustración de la verdad de Dios que sustituía al mensaje. Hoy no es lo mismo porque vivimos fascinados por la fuerza mórbida y estética de la imagen en una especie de sucedáneo de la expresión real. La imagen trata de sustituir a la realidad buscando hasta una especie de inmortalidad. Hay que tener una imagen muy degradada de uno mismo para querer sustituirla con imágenes en la red.

¿Son las comisiones de la verdad autenticas cámaras de eco para movilizar las emociones más que buscar el conocimiento?

Según cómo se hagan. Todo puede manipularse pero una comisión de la verdad ya reconoce por lo menos que la verdad no es individual ni exclusiva de un grupo.

¿Qué le parece la Comisión de la Verdad sobre el franquismo y la guerra civil?

Soy un socialdemócrata que condena todos los horrores del franquismo. Como creo en una verdad no manipulable también me preocupa que se quiera legislar sobre la historia nacional.

¿Por qué resurgen con tanta fuerza los nacionalismos?

Por la inseguridad brutal que ha provocado la globalización que ha llevado a la pérdida de referentes tradicionales. Hay entonces quien se aferra al concepto de pureza nacional porque le da seguridad. Es un bálsamo pero nada más.

¿En qué clave hay que interpretar los dos millones de catalanes independentistas?

La crisis de 2008 fue determinante para alentar ese independentismo que existía pero a escala menor. Es la demostración de esa inseguridad en una sociedad que además se consideraba líder dentro de España. Esas personas se han creído la mentira de los que azuzaron el independentismo.

¿Por qué la mentira circula con más fluidez la verdad en internet?

La mentira viene a sustituir a una verdad desagradable y tiene la ventaja de aportar un factor de satisfacción. Una cosa es equivocarse y otra mentir que se hace a propósito y satisface. Por eso fluye más fácilmente.

¿Estamos abocados a la desaparición del periodismo?

La inseguridad que genera la red hace que muchas personas estemos desesperadas por encontrar a gente que nos devuelva el gran periodismo.

¿Qué deben hacer los editores y los periodistas para erigirse en ese banco de la verdad que usted propone?

Hay que apostar por los buenos periodistas, las voces críticas, autorizadas y creíbles que tengan un compromiso con la verdad.