Teresa (nombre ficticio) tiene menos de 40 años, es madre de cuatro hijas, huérfana desde niña, lista y valiente, aunque se ruboriza cuando lo escucha porque su mérito -dice- "está en vivir hoy, con la mente fría, sin pensar en mañana" ni dejar que el miedo, el cansancio o la falta de dinero paralicen la voluntad.

Es una de las miles de mujeres amenazadas y agredidas durante años por sus parejas Ahora está separada y vive con sus tres hijas menores en una pequeña casa de alquiler de un barrio obrero de Murcia.

Para conseguir esa independencia y "poder echar el pestillo de la puerta por las noches" tuvo que pasar antes tres años de "durísima" convivencia con otras treinta mujeres, y sus niños, en un centro de acogida cercano a donde ahora vive y, sobre todo, "dejar de entender al maltratador".

En una conversación, asegura sin darse cuenta de la clarividencia de su mensaje que romper definitivamente con el hombre que te pega solo es posible cuando "abres los ojos y ya no empatizas con él".

Su historia, como la de otras mujeres maltratadas, es una historia de continuas rupturas y reconciliaciones, con falsas promesas de que "no te voy a pegar más" y muchos "te quiero" y "no puedo vivir sin ti".

Según explica, llegas a acostumbrarte a las palizas. "Me da vergüenza decirlo, pero es así. Te pegan y te acostumbras a los palos porque sí, porque eso pasa. Llega un momento en que es algo normal en tu relación. Y da igual que te peguen porque tú no te importas".

Teresa vive aliviada porque él está preso a más de 300 kilómetros de Murcia y tiene muchas causas pendientes con la justicia por agresiones, estafas y tráfico de drogas. "Tardará en salir. Además, ahora tiene otra mujer y un hijo", explica.

Durante años soportó sus idas y venidas sentimentales, le acompañó en sus aventuras vitales fuera y dentro de España, y pagó las consecuencias de haberle ayudado en sus negocios ilegales.

"No sé si me entiendes (...) pero no estoy orgullosa de mi pasado", confiesa con la mirada baja esta mujer, de cuerpo menudo y movimientos rápidos que, inconscientemente, cambia el gesto y se pone muy seria al recordar el día en que dijo basta.

La mecha que encendió la ruptura fue su hija pequeña. Era un bebé de menos de dos años y esa noche era insoportable seguir escuchando sus llantos.

Eran las ocho -recuerda- y la cría llevaba llorando desde las siete de la mañana. "Él la había lanzado a la cama y pegado. Ahí fue cuando llamé. Eso fue (...). Eso nos salvó a las cuatro".

"Fue duro, mucho", afirma de esa ruptura definitiva, "pero gracias a dios la fase de entender al maltratador ya la he pasado, y estoy contenta de que sea así porque el riesgo no desaparece mientras sigas entendiendo al que te pega".

Pese a ser víctima, es muy dura con el resto de mujeres en su situación. Opina, algo enfadada, que parte de culpa de lo que ocurre la tienen las parejas de los maltratadores.

"No se pueden traspasar las medidas de seguridad que se imponen y está ocurriendo todos los días. Lo digo porque sé de lo que hablo. Si esto ocurre, ¿quienes son entonces los culpables?", se pregunta Teresa, que se muestra radical en esa opinión y llama la atención insistentemente en el hecho de que "quien pega una vez, repite. Siempre es así, siempre, se pega una vez y luego otra".

Esta maltratada, que "estaba ciega" hasta hace unos años, como ella misma asegura, trabaja en el servicio municipal de ayuda a domicilio y sueña con un empleo en una residencia de ancianos, aunque los turnos rotatorios de ese trabajo le llevan a desistir de esa vocación.

Su vida laboral empezó un día después de conseguir el certificado de personal sociosanitario en instituciones. Unos meses antes entró en la Fundación Diagrama por recomendación de una conocida y allí la guiaron hasta los servicios de empleo de la Comunidad de Murcia, premiados en 2017 por la Unión Europea por su programa de inserción laboral de víctimas de violencia de género.

Desde entonces no ha dejado de trabajar y formarse, y esta semana ha obtenido el diploma que le acredita como técnico en atención domiciliaria infantil.

Si le preguntas cómo lo hace contesta con una media sonrisa: "tengo padrinos que están muy pendientes de mí", y recita de corrido a vecinos, voluntarios, religiosas, asistentes sociales y psicólogos que no la dejan de la mano.

Esa red de amparo le permite, por ejemplo, que un vecino sastre jubilado le arregle los pantalones rotos a sus crías o que otro le deje pagar a plazos la moto en la que se mueve por Murcia, aunque es muy crítica con el recorte de ayudas a las maltratadas que le ha impedido, entre otras cosas, sacarse el carné de conducir porque ya no está subvencionado para mujeres como ella.

"Se trata de vivir sin pensar en mañana y, por supuesto, de tener voluntad y ganas de superación".