Haciendo trabajos de limpieza conoció a un señor que le propuso cuidar a su suegra. Todo el día, de lunes a sábado. El acuerdo fueron 400 euros al mes, el almuerzo y una tarjeta mensual de metro para los desplazamientos. Después de dos semanas de trabajo y de mucho insistir, le dio una T-10. "Te ofrecen unas condiciones ya de por sí miserables y ni siquiera las cumplen", resume enfadada Natalí, colombiana de 46 años que lleva un año y medio sobreviviendo en Barcelona. Terminó el mes, dijo basta y se marchó al trastero de L'Hospitalet en el que vivía, por el que pagaba 150 euros al mes. "Cuando digo trastero, es que era eso, el cuarto de las fregonas; pero era lo que podía pagar", prosigue la mujer ante la mirada atenta, cariñosa y cómplice de Aguatif, mujer marroquí de 30 años que lleva ocho meses en la ciudad y ha pasado por situaciones casi idénticas. Igual que Flavia, argentina de 44 años, quien llegó hace medio año. Las tres, junto a otras compañeras como Ericka, peruana, o Silvia, también colombiana, cansadas de maltratos y humillaciones, se han unido para crear el Sindicato de Cuidadoras Sin Papeles, siguiendo la estela del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes y muy conscientes de que en la falta de papeles radica gran parte de su mal.

"Sufrimos abusos de todo tipo y hemos decidido plantarnos, organizarnos y cuidarnos. Nos rodean, además, de todo tipo de insinuaciones sexuales. Frases del tipo 'Ven a tomar algo conmigo y negociamos' son nuestro pan de cada día. Se te insinúan con dinero, como si fueras una mercancía. Barata, encima", señala Natalí, a quien 'el jefe de la T-10' le propuso también "ganar 100 más por una noche". "Así no te vas con 400, sino con 500", llegó a decirle.

"No le puedes dar esto a mi papá"

Que las contraten para cuidar y les pidan también limpiar y cocinar es lo mínimo con lo que se encuentran. Denuncian que también es muy habitual sufrir insultos. "Esto es una porquería. No le puedes dar esto a mi papá. Vete", le gritó a Flavia una mujer el primer día que cuidaba a su padre. Acababa de llegar de su país y cocinaba a su manera. Como sabía. Lo que sabía. Cogió sus pocas cosas y se fue. A los dos días, la llamó para que volviera, diciéndole que quería que "formara parte de su familia". "Cuando te dicen eso, huye. Es cuando más te van a explotar", alerta la mujer, quien, pese a todo, volvió. No tenía alternativa. "Y cuando me tocaba bañarle, me decía 'báñate conmigo' y por las noches me cantaba serenatas para que me acostara con él, y se enojaba porque decía que no me podía tocar; y cuando se lo contaba a su hija, me decía 'Qué raro'", relata esta mujer, quien, en ese mismo empleo tenía supuestamente los sábados libres. Pero "solo supuestamente", ya que se iba a las cuatro de la tarde, porque "lo tenía que dejar todo hecho antes".

Mientras se escuchan una a la otra en el pequeños despacho del Espacio del Inmigrante en el que están trabajando en la formación del sindicato van recordando experiencias y abusos sufridos en el poco tiempo que llevan en Barcelona. Cuentan también que es muy habitual que las engañen en cuanto a los festivos. "Me dijeron que el 25 de diciembre aquí no era festivo. ¡El 25 de diciembre!", ejemplifica Flavia. "Hemos aprendido que cuando en la entrevista te preguntan si estás sola aquí, tienes que mentir y decir que no, porque si no, se aprovechan de que nadie te espera para explotarte todavía más. Te roban, te roban y te roban. Te roban tu tiempo, te roban tu vida", reflexionan.

En las primeras reuniones del Sindicato, aún en proceso de oficialización, han hablado y se han escuchado muchísimo. "Somos recién llegadas. Sufrimos desarraigo familiar, social, ¿yo de dónde soy?, ¿quién soy? Aquí ya no soy hermana, no soy mamá, no soy tía, no soy amante, no soy nada... Llevamos una mochila muy pesada. A mí me da hasta miedo formar una pareja, acá. Te sientes muy vulnerable, crees que se querrán aprovechar de ti", plantea Natalí, feliz porque en diciembre logró traerse a su hijo, de 20 años, pese a que solo con el pasaporte. También sin papeles, lo que le está dificultando mucho estudiar, su objetivo.

Búsqueda de un trabajo digno

Además de denunciar públicamente este tipo de situaciones, el Sindicato intenta llegar a "empleadores justos". "Buscamos una oportunidad de trabajo. Algo digno. Que te digan por lo menos te voy a probar, que no te descarten directamente por no tener papeles. Y que te hablen bien. Que no te digan 'no sirves'", resume Silvia, quien añade que hay gente mala, pero "también mucha gente buena". Y mucha que les quiere ayudar.

Este grupo de mujeres se reúnen los martes en el Raval donde, además de esas cuestiones sindicales y de justicia social, establecen lazos de amistad. "Ante todo somos mujeres. Mujeres que andábamos solas y perdidas por Barcelona", cuenta Natalí, quien insiste en reivindicar su dignidad. "Buscamos una mínima estabilidad laboral; papeles y la regularización. Muchas somos universitarias, pero eso aquí no vale para nade, y tienes que aguantar que te pregunten cosas como si sabes leer. ¡Si sabes leer! Y te lo preguntan así, hablando como si fueras tonta y no entendieras, y tú pensando 'tengo dos carreras y he sacado adelante sola a mi hijo'", narra Natalí. Sobre ese tipo de preguntas también sabe mucho Ericka, a quién le han llegado a decir: "Ah, pero si tienes dientes, yo pensaba que los peruanos no tenías dientes".

"Somos muchísimas en la misma situación, pero la mayoría tiene miedo. Creen que por no tener papeles no tienen derechos", insiste Flavia, para quien es muy importante acabar con ese temor. "Yo ya no tengo miedo porque no tengo nada. Vivo en un 'hostel', donde pago seis euros la noche y tengo que aguantar cada cosa... pero es lo que puedo pagar", señala. Quieren que el sindicato sea también un espacio de ayuda mutua, de empoderamiento. "Yo tengo amigas que ni siquiera saben que tienen derecho a una trabajadora social. Existe el miedo de que si vas al ayuntamiento a pedir ayuda te van a deportar", señala Ericka. "Un espacio abierto, de respeto, donde te digan, oye, tranquila, yo también pasé por esto", cuenta Natalí, quien recuerda que cuando llegó se sentó a llorar porque no sabía salir del aeropuerto. "Muchas mujeres llegan solas. Simplemente indicarles que pueden ir a Càritas, que tienen derecho a un abogado de extranjería, todo eso que nosotras aprendimos a golpes".

Intersección de violencias

Natalí recuerda una de sus peores experiencias. Limpiaba una casa. 20 euros por tres horas. Era verano y llevaba un pantalón corto. Estaba agachaba limpiando el baño y el señor de la casa le metió la mano por debajo. "Cogí un cenicero que había por allí y se lo enseñé. Meses después me arrepentí de no haber denunciado. ¿Por qué no denuncié? Le di muchísimas vueltas. Llegué a la conclusión de que es porque te meten en la cabeza que si no tienes papeles no tienes derechos. Y nosotras, las latinas, aún tenemos la lengua en común, las chicas de otros países que no controlan el idioma aún están más indefensas", reflexiona Natalí dispuesta a parar tanta injusticia.

"Queremos denunciar la sexualización a la que nos someten a las mujeres latinas. Tenía un anuncio ofreciéndome para la limpieza en Mil Anuncios y lo tuve que acabar quitando, porque me llamaron hasta para hacer tríos", explica la mujer. Y no fue lo único que le pasó. "Uno me llamó y me dijo que era fetichista y que me pagaba a 12 la hora en vez de a 10 si limpiaba en ropa interior, con un conjunto que él me daba", añade todavía enfadada. "Lo que más me fastidió es que perdí dos billetes de metro, que venía de L'Hospitalet", concluye.

Otra forma de violencia neocolonial

Hay una de las chicas del grupo que prefiere no dar su nombre ni salir en la foto. Es la más joven y, pese a no querer salir, sí quiere hablar por su colectivo. "Se aprovechan aún más de nosotras. De que somos jóvenes y rápidas. Nos piden hacer mucho más en el mismo tiempo", señala la joven peruana de veintipocos años. "En tres horas tienes que hacerlo todo: cocinar, lavar, planchar, cuidar al niño, al señor... tres veces por semana. Somos más ágiles y nos piden lo imposible; nos explotan. Esa es otra forma de violencia neocolonial. Estamos sosteniendo la vida de otras personas... ¿y qué hay de las nuestras? Yo llego a una casa y me comprometo. Yo cuido con amor, solo se puede cuidar con amor, no se puede cuidar con odio, pero luego lo que recibimos es maltrato", relata la joven, quien añade que, además, les pagan menos por ser jóvenes y estar solas. "Que te pidan interna, para trabajar 24 horas al día, es esclavitud, no tiene otro nombre", concluye.