En esta crisis del coronavirus no solo las grandes cadenas de supermercados nos alimentan durante nuestro confinamiento. Igual dedicación y mayor sacrificio tienen los dueños de los pequeños comercios como fruterías, charcuterías o ultramarinos.

Son nuestros tenderos de siempre, vecinos y también conocidos que estos días nos hacen la vida un poco más fácil aunque la suya se complique, y mucho, con la pandemia.

Dos filetes y jamón cocido

Es el caso de Tomás Béjar. Su charcutería del madrileño barrio de Prosperidad lleva treinta años abierta en un local que ahora comparte con otros dos comercios -carnicería y pescadería- y en el que siempre atiende con simpatía, dando conversación y preocupándose por la clientela.

Tomás abre estos días solo por la mañana porque es mucha menos la gente que acude. Así tiene tiempo para preparar los pedidos que está llevando a domicilio, sobre todo a la clientela de mayor edad. Los ancianos que ahora no pueden -ni deben- salir a la calle, por ser los que más riesgo corren si contraen la enfermedad.

"A lo mejor solo nos piden dos filetes y un poco de jamón cocido, pero se lo llevamos sin dudarlo. Da igual que el pedido sea pequeño, nos necesitan, y nosotros estamos encantados de poderles ayudar", explica a Efe.

También hay pedidos grandes para los vecinos, algunos de ellos ya infectados con el COVID-19, como un matrimonio mayor y su hijo, a los que acaba de llevar un encargo.

En todo momento, no solo en este caso, se extreman las precauciones, y Tomás limpia siempre el dinero si los clientes le abonan en efectivo, aunque la mayor parte de los pagos se están haciendo con tarjeta; es la recomendación.

La mujer de Tomás, Pilar López, es la encargada de llevar los pedidos. Con sus guantes y su mascarilla, sin necesidad de contacto alguno, atiende a los vecinos. Andando o en coche se mueve por el barrio llevando los encargos, que estos días han aumentado.

Mucha menos gente -y mucho más joven- es la que, lógicamente, va a la tienda. Tomás lamenta que algunos pequen de "irresponsables" y vayan en más de una ocasión en el mismo día, como excusa para salir de casa.

Pese a todo, y pese al frenazo en las ventas, está orgulloso de su aportación en estos días de crisis. "Es muy gratificante", dice.

El capricho

También lo es para Leandro Gascón. Su tienda es uno de esos ultramarinos tradicionales, con solera, que aún quedan en Madrid. Una mantequería (así se sigue llamando) que abrió hace noventa años su abuelo y que continúa funcionando en el barrio de Chamberí.

Como la mayoría de este tipo de comercios, Leandro tiene un poco de todo. Y aunque cuenta con una importante selección de productos "delicatessen" y se enorgullece de los vinos, conservas o galletas que ofrece, estos días vende, sobre todo, productos más básicos como leche, agua, pasta o refrescos.

Y los lleva también a los domicilios. Ahora no solo a la clientela habitual, porque le llaman otros vecinos, nuevos clientes que ven que están abiertos y se animan a hacerles pedidos.

Leandro tiene un empleado, Óscar, que hace los repartos. Solo están ellos dos, así que llegan hasta donde pueden.

Sigue habiendo, en cualquier caso, mucha gente que prefiere ir a la tienda. Algunos, explica, porque en estos momentos de tantas precauciones y distanciamiento para evitar contagios quieren ser ellos los que cogen lo que compran, lo meten en sus bolsas y lo pagan rápidamente antes de irse.

En su caso, no son solo personas mayores las que reciben los repartos, sino familias o "jóvenes" como él, porque en esta zona de Chamberí, bromea, "los jóvenes somos los de sesenta".

Y no todo son primeras necesidades, que para eso la mantequería está repleta de productos para darse un capricho. Como hizo una clienta habitual, que se llevó varios tipos de chocolate que se le habían antojado a ella y a su hija, recién llegada de Estados Unidos.

Al igual que Tomás, Leandro valora mucho los agradecimientos de los vecinos, que le dicen el "mérito" que tiene por seguir ahí, y cree que hay que continuar trabajando en este momento.

Porque podría cerrar quince días -"no mucho más", apunta- hasta que pase lo peor de esta crisis, pero no lo hace. Quiere seguir ayudando a sus vecinos.

Ruta de norte a sur

Otro que no para es Ramón González. Tiene una frutería junto a la plaza de Cataluña, y aunque ha reducido horarios sigue abriendo mañana y tarde.

Cada vez tiene más pedidos a domicilio porque los habituales le están recomendando mucho y le llaman clientes nuevos. Ya no solo reparte en su distrito, Chamartín, sino que va donde le llamen. Desde Montecarmelo, más al norte, hasta Vallecas, más al sur.

Ramón tiene una de esas tiendas en las que la fruta luce mucho, bien colocada, y no deja que el cliente la coja, prefiere servir él para que no se "toquetee". Ahora, con el coronavirus, con más razón.

Y subraya a Efe lo que le preocupa cuidar los alimentos, tratarlos con "delicadeza" en este momento y mantener la limpieza y las distancias con el cliente.

Por eso dejan las cajas de fruta y verdura en las puertas, y cobran con tarjeta o transferencia. "O ya pagarán otro día", dice. El caso es que no haya riesgos de contagios y que cliente y vendedor queden contentos.

Esta madrugada volverá a Mercamadrid a comprar. Bueno, en realidad no es ni madrugada porque antes iba sobre las dos y ahora llega pasada la medianoche.

Y es que hay algunos productos que escasean -porque no se está recogiendo mucho en el campo, lamenta- y otros por los que hay que competir, al menos si se busca, como hace él, ser selectivo. Que aunque estemos en un momento complicado hay que darle al cliente lo que pide.

Incluso cuando es poco, porque Ramón también presume de repartir pedidos pequeños. Que los mayores no están para salir.

A la espera de normalidad

Ramón acaba pronto la conversación telefónica, se le acumulan los pedidos. Con un hasta pronto y mensajes de ánimo se despide de Efe, como lo han hecho antes Tomás y Leandro.

Los tres admiten lo necesaria que es la normalidad para sus negocios, pero siguen trabajando por que el confinamiento de sus clientes se parezca en la medida de lo posible a dicha normalidad. Y que no falten el jamón cocido, el chocolate de capricho o la fruta, que la vida sigue.