Carmen González lleva 25 años limpiando las mesas y despachos de la Agencia Efe. Y allí sigue yendo junto a Cati, a la que ahora pide a cada rato que le hable para combatir el silencio ensordecedor de los pasillos. Nadie se fijaba en ellas, en los fruteros o cajeras, hasta que "no pasa algo así" como la COVID-19.

Desde la planta 11, la primera que se cerró en la agencia después de detectarse un caso y que Carmen y Cati repasan milimétricamente con desinfectante, esta limpiadora de 59 años explica que nunca se imaginó haber sido imprescindible.

"De momento estamos bien las dos, pero vamos, a la limpieza nadie le daba importancia y es tan necesaria, si no hay limpieza esto se va al traste", explica Carmen, que encarna un curioso fenómeno entre los que estos días tienen que ir a trabajar: mirar a los que están "peor" que ellos.

"Nadie reparaba en el frutero, la cajera, el barrendero... y ahora están muy expuestos", dice para acordarse de una compañera que limpia portales y cada poco le pregunta si debe seguir yendo a trabajar.

"A los que nos toca trabajar procuramos no ponernos muy histéricos" y ella lo lleva bien, aunque peor que Cati, a la que se oye de fondo al teléfono en un parón de limpiar la 11 para atender a una periodista a quien, hasta hace poco, saludaba en el ascensor.

"Es muy nerviosa pero está más tranquila que antes, será porque tiene a una hija en un supermercado y su marido también trabaja en una empresa que hacen quesos. Todos tienen que salir a trabajar". Las dos "resistirán" hasta que se lo digan, aunque Efe seguirá funcionando por lo que cree que no tendrán que volverse a casa.

"Ayer las compañeras del comité decían que están haciendo ertes por todos los sitios, están cerrando empresas. A nosotras de momento no; mientras haya gente, nosotras venimos".

Por ahora ambas siguen saliendo todos los días de casa para ir a la avenida de Burgos de Madrid; Cati en tren desde Parla y ella en coche desde Ronda de Toledo porque la agencia le deja aparcar en el edificio.

Y lo hacen con la "pavorosa" sensación de circular por Madrid en estado de alarma. "No lo he visto nunca tan vacío como esta mañana, creí que iba yo sola a un sitio rarísimo, ha sido una sensación demasiado rara".

Casi tanto como el silencio en las plantas de Efe aún abiertas. "No hay ni un ruido, ni siquiera un fin de semana está esto así. A mi compañera le tengo que decir: 'Háblame que me estoy quedando sorda'; no hay ni un puñetero ruido".

Y al llegar a casa, no sabe si cambiarse antes la ropa, lavarse después las manos -que tiene ya "como la mojama" de tanto jabón-, ducharse o no, pero sus dos hermanos, con los que vive, se preocupan.

"¿Es que tenéis que seguir?", le pregunta cada día su hermana al llegar y ella le tranquiliza porque toma "todas las precauciones". "No están trabajando, así que si alguien infecta aquella casa seré yo a ellos", reflexiona.

"Procuro no pensarlo mucho, pero es un bombardeo en la televisión y es preocupante los límites a los que estamos llegando, que no nos decimos ni hola los vecinos".

Antes de volver a ponerse a repasar la 11, Carmen asegura que esto pasará y bromea con el lado positivo: "Como no hay nadie, nadie nos molesta".

- Carmen, cuando todo esto pase nos tomaremos algo.

- Esto tiene que pasar, esperamos que sea antes que después. Y en cuanto pase nos tomaremos, aunque sea un vaso de agua, todos juntos.