Daniela Nikolova se ha convertido en la 'violinista en el tejado' para muchos de los vecinos de su entorno que esperan diariamente que salga a la azotea con su violín, un valioso Amati de 1763, para hacer volar su música, notas que inocula en sus seguidores como una vacuna contra el estrés del largo confinamiento.

Esta violinista profesional, búlgara de nacimiento pero residente en Huesca desde hace unos años, asegura, en una conversación con Efe, que la idea de salir a la azotea de su bloque para dar un concierto a sus vecinos la tuvo una mañana al levantarse, cuatro o cinco días después de declararse el estado de confinamiento.

Ese mismo día, Daniela sacó su violín y su equipo de amplificación de sonido y comenzó a tocar piezas bailables y modernas sobre la base rítmica de una música pregrabada ante sus sorprendidos vecinos.

"En ese momento pensé en mis vecinos, pero también en mí, para desestresarme después de tantos días de encierro", confiesa la 'violinista en el tejado', que ha conseguido que sus vecinos bailen, griten, le aplaudan y le pidan más y más.

Añade que para ella es una experiencia muy satisfactoria, porque ¿qué es un músico sin público?, se pregunta sabiendo de antemano cuál es la respuesta.

Y así, día tras día, Daniela Nikolova, nacida en los años setenta del siglo pasado y con una dilatada carrera profesional a sus espaldas, sale a la azotea para tocar un repertorio de piezas modernas y bailables, que sólo modificó parcialmente durante la Semana Santa para introducir temas clásicos.

Un repertorio salpicado por canciones de David Bustamante, Elton John o Robbie Williams, Maroon 5 o Lara Fabian, pero que también incorpora a un rítmico Vivaldi o a Mendelssohn.

Daniela comenzó a tocar el violín a los 6 años en Bulgaria y sus aptitudes pronto le llevaron a dar el salto a la capital de su país, Sofía, y de ahí a una carrera profesional en Italia, Rusia, República Checa y Francia, desde donde, tras conocer a su actual pareja, sus pasos le encaminaron a España.

Se siente orgullosa al hablar de su violín, un instrumento de gran sonido que sus padres le regalaron sin saber su origen pero que un luthier que le hizo un reparación autentificó como un Amati, fabricante de instrumentos de cuerda en el que se formó el primero de los Stradivarius.

Como a cualquier instrumento de valor, Daniela lo ha bautizado con su nombre, consciente de que jamás sería capaz de desprenderse de él, fuera cual fuera su valor.

Ahora, mientras toca su música desde el tejado, esta profesional no puede evitar pensar en todos los proyectos que ha debido suspender o aplazar por culpa de la pandemia del coronavirus, entre otros los que tenía previstos como integrante colaboradora de las orquestas Reino de Aragón y de la Rioja.

Pero también ha debido aplazar un 'concierto exposición' con pinturas hechas por ella misma, otra de sus aficiones, y varias actuaciones con su propio grupo.

"Yo soy una 'freelance' que tengo que salir a tocar porque si no, no cobro", afirma Daniela, a quien el confinamiento no le ha hecho perder su amor por tocar ante el público, aunque ahora, debido a las limitaciones impuestas, lo haga desde una azotea, con un instrumento amplificado, porque, como muy bien sabe ella, "el violín no está hecho para tocar en espacios abiertos".