El ser humano ha vivido más de 150.000 años ignorante de que su medio es microbiano, que sin la existencia de los microbios nuestra vida sería imposible. Grande fue el mérito del químico francés Pasteur y del médico alemán Koch, al demostrar, hace apenas 150 años, que hay agentes infecciosos que producen patologías. Como sucede con frecuencia con los avances científicos, no resultó fácil imponer la idea de que la patogenicidad podía venir de fuera, cuando la Medicina progresaba mucho sobre la idea del origen endógeno de la enfermedad.

La primera gran pandemia del siglo XXI ha irrumpido en nuestras vidas en una época en la que se reclama a la Ciencia respuestas contundentes. A pesar de que conocemos muchos detalles de los virus, nos asombra que ocho meses después de la emergencia del SARS-CoV-2 el número de afectados ronde los 28 millones, de los cuales ya han muerto más de 900.000. Pero, sobre todo, nos tiene que preocupar que las tasas globales de incremento de unos y otros aumenten cada día que pasa.

Nunca ha estado la Humanidad más preparada que ahora para hacer frente a una emergencia como la que vivimos. Sin embargo, desde la Ciencia sólo cabe pensar que las soluciones no son inmediatas y que, además, demandan nuevos esfuerzos. Bastó un mes desde la llegada de los primeros casos para disponer nada menos que del genoma del coronavirus, constituido por una cadena de RNA de casi 30.000 nucleótidos. Tras secuenciar más de 65.000 estirpes de este virus de todo el mundo, se constatan mutaciones puntuales al menos en el 40 por ciento de su genoma, lo que ha permitido establecer seis linajes. Sin embargo, preguntas como cuál es el origen del virus en su forma infecciosa actual, tan transmisible entre humanos, cómo surgió a partir del murciélago y si hubo un hospedador animal intermedio para su llegada al hombre no han sido aún respondidas. Tampoco está claro si en estos meses de evolución del SARS-CoV-2 se tiende a establecer y consolidar alguna estirpe con menor virulencia, más adaptada al ser humano como hospedador.

El manejo clínico de la enfermedad fue otro reto desde el primer momento. La grave afectación respiratoria de muchos enfermos no excluía la extensión del daño a otros órganos. Los casos más graves, con afectación vascular, respuesta inflamatoria contundente (tormenta de citoquinas se la ha denominado), fallo multiorgánico y muerte representaron una preocupación para los clínicos. La necesidad de tratar a todo tipo de enfermos hubo de ser cubierta por un uso de fármacos, antivíricos o antimicrobianos, aprobados para otros tratamientos, además de terapias anticoagulantes, antiinflamatorias, etcétera, que pudieran paliar la falta de tratamientos demostrados y aprobados para el Covid-19. Todo ello en tratamientos empíricos, compasivos y basados en la experiencia que el médico prescriptor iba generando.

La Ciencia más ortodoxa ha ido dando paso a actitudes posibilistas para paliar en lo posible las consecuencias de la infección. Lo mismo se plantea para el desarrollo de vacunas que pudieran eficazmente prevenir los contagios. Cuando faltan muchos detalles de la respuesta inmunitaria que determina SARS-CoV-2, tanto en forma de anticuerpos como de activación celular, ya se están ensayando en humanos prototipos de vacunas. Las opciones de vacuna van desde las que se basan en ácidos nucleicos que codifican proteínas del virus, hasta estas mismas proteínas o diversas formas del virus atenuado o inactivado. El largo camino para demostrar la eficacia de los medicamentos utilizados, como las vacunas en estudio, aún ha de ser recorrido, y en tiempos que hay que acortar. Apenas un par de fármacos se han demostrado como adecuados en ensayos clínicos, mientras que en la ansiada vacuna las pruebas siguen siendo imperativas antes de su aprobación.

En cuanto a la prevención de la transmisión comunitaria, la forma más eficaz de combatir la pandemia, siguen existiendo retos importantes que no será fácil superar. La cantidad de portadores del virus en su tracto respiratorio que resultan asintomáticos determina la necesidad perentoria de test diagnósticos fiables y aplicables a gran escala. Tampoco sabemos hasta qué punto la carga vírica recibida en el contagio influye en el grado de padecimiento y en la intensidad de los síntomas. Incluso, más de la mitad de los infectados asintomáticos muestran alteraciones en las imágenes radiológicas en su tracto respiratorio. Pues bien, se requieren medidas de salud pública para lograr esa prevención. Está claro que en una pandemia de extensión tan global como esta, los resultados a nivel nacional, regional o local están siendo muy variables.

Los criterios científicos se expresan como demostrados o como probables, según proceda. De las medidas que tomaron deben dar cuenta los gobiernos. Ningún indicador nos permite estar satisfechos de los resultados en España, si bien Canarias había ocupado hasta ahora para bien un lugar destacado en el conjunto nacional. Como afirma Irwin Sherman, lograr los beneficios de una salud pública basada en el conocimiento científico puede verse afectado por la más difícil de las intervenciones: cambiar la conducta humana.