El calendario no sirve siempre para medir el tiempo auténtico. 2020 no empezó el 1 de enero. El año, de verdad, empezó el 14 de marzo. ¿Alguien recuerda algo de lo qué pasó antes? Quizá, pero solo en relación a lo que vino después, apostaría. ¿Alguien no recuerda la noche del sábado 14 de marzo? No se olvidará fácilmente. Pedro Sánchez, traje oscuro, corbata grana, fondo con el escudo institucional, comparecía para detallar las medidas del decreto de estado de alarma que acababa de aprobar el consejo de ministros en reunión especial. El terror que llevábamos viendo a distancia en Italia, como si las fronteras fueran a prueba de epidemias, se nos venía encima.

La situación "requiere decisiones extraordinarias" para "ganar al virus". "Tenemos las ideas claras y no nos va a temblar la mano". La emergencia sanitaria, económica y social obligaba a adoptar "medidas drásticas que van a tener desgraciadamente consecuencias". Esos 24 minutos eran los primeros de una sucesión de comparecencias de fin de semana que reflejan la singularidad del episodio histórico. Lo que se abría esa noche era un horizonte desconocido. Un tiempo que muchos han definido después como distópico. Nos hemos visto como en una película de ciencia ficción. Como si el futuro hubiera atropellado a una humanidad desprevenida. Si el 14 de marzo no comenzaba para los españoles el primer año de un nuevo mundo, se inauguraba algo muy extraño cuyo final, si lo tiene, aún no se ve. Para unos, ha sido una bofetada de realismo. Para otros, hay mucha interpretación catastrofista sobre lo que nos está pasando.

"Cada vez que irrumpe una crisis se forma un coro que asegura que nada volverá a ser como era", sostiene el filósofo Daniel Innerarity. Quién sabe. Ponerlo en duda no quiere decir, no obstante, que no se estén fraguando cambios de calado. "Esta crisis no es el fin del mundo, sino el fin de un mundo", apostilla el catedrático de la Universidad del País Vasco. Lo que se acaba (se acabó hace tiempo, aunque no lo terminamos de aceptar), quiere decir el profesor, es "el mundo de las certezas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia". Donde entramos es en un espacio "desconocido, común y frágil", es decir, "con una mayor aceptación de nuestra ignorancia irreductible". Ahí queda esa llamada a la humildad. Después de un orden (en descomposición, pero orden), 2020 nos deja un desorden que supone un desafío para las nuevas generaciones y también toneladas de incertidumbre.

"Vamos a ver, la pandemia ha acelerado un proceso que ya estaba en marcha", remarca Juan José Millás a este diario. El escritor se explica: lo que ha sucedido es un empujón hacia el posfuturo. "Lo llamo posfuturo porque se trata de un mundo en el que la idea de lo venidero ha quedado abolida". A ver qué joven puede pensar hoy en independizarse o en un mañana estable, se pregunta.

La mirada del novelista se tiñe de pesimismo: paro estructural por el avance de las nuevas tecnologías, clases medias en riesgo constante de ser laminadas y trabajadores en proceso de transformación en precariado. "Cuando demos fin a la pandemia, el mundo será distinto", sentencia Millás.

¿Mejor, peor...? Otro. Uno de los cambios que se han acelerado en los últimos meses y que es más perceptible es el de la actividad a distancia: recluidos en casa pero activos. Tanto en la vida social como en la laboral. Es el nuevo mundo que requiere de la mediación de las pantallas para una cita o para trabajar. Los otros están tras un muro de píxeles. Implica una brecha, porque ordenadores y móviles inteligentes no los tienen todo el mundo, ni tampoco los contratos de datos para que los aparatos sirvan para algo más que como posavasos. ¿Será un cambio permanente?

"En cuanto podamos, volveremos a relacionarnos personal y cordialmente, que es lo que nos va y es la sal de la vida. Y confío en que no tengan fuerza suficiente para evitarlo los que están empeñados en universalizar el teletrabajo, el teleocio, la telemedicina y la televida en su conjunto, con la patraña de ahorrar tiempo, viajes y sobre todo dinero". Así de contundente se expresa la catedrática de Ética Adela Cortina. Tiene claro que los efectos de esta mutación no serían positivos, porque "no podemos renunciar a la relación cordial sin perder calidad humana". Sin rodeos: "Sustituir la vida por la televida, jamás".

Paco Roca, premio Nacional de Ilustración, acaba de publicar 'Regreso al Edén', una novela gráfica que es una vuelta de tuerca sentimental a la posguerra desde los ojos de una familia pobre. Los paraísos siempre son particulares y es posible que desentonen con el contexto histórico. El nuevo mundo será un lugar idílico para algunos. Seguro. Y si no, sucederá cuando pasen los años y la memoria ejecute su papel idealizante. El estudio de Paco Roca está rodeado de sol. Sobre una mesa, un dibujo con un mensaje irónico para estos tiempos fatalistas: "El día del fin del mundo me pillará como siempre: contestando correos atrasados".

De momento, mientras los días pasan, la vacuna abre paisajes de esperanza. "Toda crisis es una oportunidad de cambio. La pandemia ha puesto el mundo patas arriba, pero cómo salgamos de ello dependerá de nosotros. Me gustaría pensar que por una vez las beneficiadas no serán las grandes corporaciones", afirma el dibujante. O sea, que las salas de cine o las librerías de siempre saldrán vivas de este extraño lance. Eso espera. Y que todo esto "no nos lleve a una mayor desigualdad y una pérdida de libertades". La nueva sociedad de los datos y la vigilancia, de la que ya se escriben ensayos teóricos, no parece que se dirija en sentido tan optimista. Dependerá mucho de qué potencia acabe imponiendo su ley en la selva cibernética: si es más o menos escrupulosa con los derechos fundamentales, más o menos autoritaria. Lo iremos descubriendo.

El comercio digital ya estaba presente, pero sale propulsado de este capítulo de la Historia. Igual que el dinero físico retrocede frente al plástico. No es nuevo tampoco, solo que ahora el papel moneda parece condenado. Y las transformaciones económicas conllevan siempre movimientos en el subsuelo de la política. Siempre hay riesgos cuando falta el manual de instrucciones. Y esa inquietud se traslada también a las sociedades. "Lo increíble es que los políticos están trabajando como si fuéramos a regresar al orden anterior. Creo que no hay regreso, incluso que no hay orden", continúa el escritor.

"Quizá volvamos a besarnos y a abrazarnos, al principio con enorme extrañeza, pero las relaciones económicas habrán cambiado de tal manera que pondrán toda la superestructura patas arriba. Cuando la cohesión social se rompe (y está en vías de hacerlo) es más difícil de recomponer que un jarrón chino hecho añicos". Y las colas del hambre, concluye, son la mejor muestra de estos síntomas de ruptura económica y social.

¿La responsabilidad recae sobre todos por igual? "Nuestros problemas son estructurales. Nuestros grandes desafíos colectivos vienen de lejos", afirma el catedrático de Geografía Humana Joan Romero. "Esta década será decisiva. Y se nos juzgará, en especial las generaciones más jóvenes, por nuestra capacidad para gestionar esta situación excepcional". La receta que propone no es nueva: unión y reflexión, poca compulsión. "Necesitamos luces largas y muchos compañeros para hacer este viaje".

Más allá de movimientos económicos y políticos en un contexto de riesgo ambiental, quizá el gran cambio del nuevo mundo es interior, de sensibilidad hacia el exterior. "Cada vez es más irreal el supuesto de que vivimos en un mundo calculable, previsible y obediente a nuestras órdenes", subraya Innerarity. "Tendremos que acostumbrarnos a vivir y gobernar un mundo en el que hay muchas cosas que desconocemos, en el que las decisiones son arriesgadas y la información incompleta", concluye.

Quizá el nuevo mundo, en caso de que acabe llegando, sea para aceptar debilidades e incapacidades como simples seres humanos en un planeta que anda tiempo enviando señales de agotamiento.