Incendios

Llegan los incendios de sexta generación

La proliferación de fenómenos extremos como las sequías, las lluvias torrenciales y las tormentas eléctricas impulsan los megaincendios, así hemos llegado a esta situción

Un helicóptero arroja agua sobre las llamas que asolan Sierra Bermeja

Un helicóptero arroja agua sobre las llamas que asolan Sierra Bermeja / ÁLEX ZEA

Ana I. Montañez

Ana I. Montañez

La noche del ocho de septiembre, el Servicio de Emergencias 112 de Andalucía recibió más de un centenar de llamadas alertando de la presencia de fuego en dos focos que se habían iniciado de forma casi simultánea en Genalguacil y Jubrique. Se trata de dos pueblos ubicados en el Valle del Genal, al oeste de la provincia de Málaga, donde se erige la imponente Sierra Bermeja, incluida en la Red Natura 2000 y cobijo de una de las tres únicas masas de pinsapos de España y prácticamente del mundo, junto a Sierra de las Nieves, también en Málaga, y Sierra de Grazalema, en Cádiz.

Esos dos focos se declararon en una zona escarpada, de muy difícil acceso y durante la noche, por lo que los medios aéreos de extinción no pudieron acudir hasta el amanecer. Y todo ello, al inicio de unos días con fuertes rachas de terral, esto es, viento cálido y seco. Un cóctel perfecto que desencadenó un gravísimo incendio en Sierra Bermeja, que arrasó cerca de 10.000 hectáreas, se cobró la vida de un bombero y obligó al desalojo preventivo de casi 3.000 personas.

Este incendio forestal ha sido calificado como «insólito» e «inédito» en España, ya que es el primero «de sexta generación». Antes de él, fuera de nuestras fronteras, países como Portugal, Australia o Estados Unidos ya habían sufrido la destrucción de estos «megaincendios», donde el cambio climático y demográfico tienen mucho que ver.

Crisis Climática ha hecho un repaso histórico de los incendios forestales y sus seis generaciones en los últimos 80 años junto a Francisco Senra, técnico del Plan de Emergencias por Incendios Forestales en Andalucía, conocido como Plan Infoca:

Primera y segunda

La primera generación arranca después de la Guerra Civil española, cuando la hambruna y los problemas sociales mueven a la población a explotar la tierra en busca de sustento. «La gente que vivía en el campo hacía uso de todos los recursos del territorio que pudiera haber y más. Por tanto, los incendios no existían o tenían poca continuidad, porque se apagan conforme llegaban a zonas labradas, pastoreadas y con diferentes usos antrópicos».

Entre las décadas de los 60 y los 70, comienza el abandono del medio rural en busca de mejores oportunidades en las grandes ciudades. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), más de tres millones de españoles participaron en este éxodo en los años sesenta, siendo Madrid, Barcelona y País Vasco los tres focos industriales que más población absorbieron.

Gran parte del campo que hasta entonces estaba trabajado y cuidado se abandona, por lo que la vegetación empieza a «colonizar lo que en su día era suyo».

Durante esa segunda generación de incendios, cada vez hay más vegetación continua por donde el fuego puede propagarse rápidamente, de manera que aparecen las primeras medidas preventivas: los cortafuegos.

«Se confinaron las fincas con cortafuegos perimetrales, se profesionaliza un poco la extinción de incendios y surgen algunas campañas de concienciación», señala Senra.

En esta época empiezan a emitirse los conocidos eslóganes publicitarios ‘Todos contra el fuego’ del ya extinto Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), con la participación de numerosos artistas españoles, como Manolo Escobar o Joan Manuel Serrat.

Tercera

Los incendios empiezan a ser intensos y los dispositivos de extinción encuentran problemas para afrontarlos, por lo que se comienza a hablar de una tercera generación entre los años 80 y los 90.

«La respuesta de los responsables de los dispositivos de extinción fue profesionalizar más los servicios y aumentar los recursos, con mayor presencia de los medios aéreos», continúa este efectivo del Plan Infoca. Lo que se estaba viviendo en los noventa era el resultado del éxodo rural de los sesenta. «Los incendios cada vez tienen más continuidad, son más rápidos y los dispositivos de extinción son también más grandes. Se va haciendo una bola donde el enemigo es cada vez mayor y el ejército es también cada vez mayor para frenarlo», añade Francisco Senra.

Cuarta y quinta

Los movimientos demográficos vuelven a sumar un obstáculo más en las ya de por sí complicadas tareas de extinción: las zonas de interfaz (transición) urbano-forestal. Francisco Senra alude a «gente que vive en el campo, pero que no hace uso del campo» y se refiere principalmente a las segundas residencias. Debido a su ubicación, estas viviendas son especialmente vulnerables frente a los incendios forestales, sobre todo porque muchas de ellas no cuentan con todos los permisos ni con un plan de protección contra incendios, como obliga la ley.

Esto supone un cambio de paradigma: «Pasamos de una gestión de incendios forestales a una gestión de una emergencia por incendios forestales. La sociedad empieza a estar amenazada», resume Senra. «En un incendio forestal, la prioridad siempre son las personas, la segunda son las propiedades y la tercera prioridad es la protección del monte».

La quinta generación se desarrolla cuando a todo eso que ya está sucediendo se añade la simultaneidad, es decir, aparecen varios incendios a la vez, produciendo, por tanto, un colapso en los dispositivos.

Además, la influencia del cambio climático empieza a hacerse notar. Los incendios son más agresivos, paralelos y más difíciles de sofocar, no solo por la acumulación de biomasa y su avance a zonas de interfaz, sino porque se intensifican las sequías estacionales y otros fenómenos climáticos, por ejemplo, las tormentas eléctricas.

Sexta

La sexta generación de incendios acaba desencadenándose debido a los efectos del cambio climático y por el propio cambio global a partir de mitad del siglo XX.

En cuanto a los desequilibrios climáticos, Francisco Senra enumera los fenómenos que empiezan a producirse cada vez con más frecuencia, especialmente en climas como el Mediterráneo, donde se produjo el incendio de Sierra Bermeja.

El primero de ellos es el aumento de la temperatura, que hace que algunas de las especies vegetales empiecen a estar «fuera de estación forestal», es decir, que surjan en zonas para las que no están adaptadas. Por otro lado, aunque el cómputo anual de precipitaciones se mantiene, se concentran en tormentas y episodios más concretos, generando problemas de inundaciones, dificultad de absorción del agua y pérdida del suelo, además del aumento de la vegetación estresada por la proliferación de las sequías.

«La superficie afectada [por el fuego]cada vez está más asociada a grandes incendios. Aquellos que tienen lugar en sitios con este problema de acumulación de biomasa, con sequía o una atmósfera propicia, cuesta cada vez más apagarlos y cada vez afectan a más territorio», añade.

Además, la acumulación de biomasa facilita que aparezcan grandes columnas de convección muy potentes, grandes nubes provocadas por la evaporación de toda la humedad de la vegetación, incrementando la intensidad del fuego. Esa columna de convección puede evolucionar hasta formar un pirocumulonimbo, es decir, una nube de tormenta generada a partir de la gran evaporación de un incendio.

«Para que esa columna suba suficiente, hasta 10 y 15 km de altura, no solo hace falta un incendio potente debajo que genere todo ese calor , sino que la atmósfera tenga una estabilidad como para que esa nube pueda progresar, pueda crecer y pueda consolidarse arriba». Este suceso supone un peligro añadido para los equipos de extinción, ya que pueden verse encerrados por nuevos focos generados por pavesas o brasas incandescentes muy volátiles.

En definitiva, a priori, y con el paso de los años, el cambio climático se ha encargado de «precalentar» toda la zona como haría un «horno». Las consecuencias afloran ahora.