IA

La inteligencia artificial revoluciona ya la vida

Las inversiones de capital riesgo en esta tecnología creativa se han disparado el 425% desde 2020 y ya alcanza los 2.100 millones de dólares

Las máquinas cada vez simulan mejor el razonamiento humano.

Las máquinas cada vez simulan mejor el razonamiento humano. / carles planas bou

Carles Planas Bou

La inteligencia artificial (IA) lleva décadas entre nosotros, pero nunca había estado tan presente en nuestras vidas. Primero fueron los superordenadores capaces de jugar al ajedrez, luego los asistentes virtuales y este 2022 ha sido el año de los sistemas generativos, capaces de crear en segundos textos o imágenes que no han existido nunca en base a la petición de los usuarios. Estas novedades, las más potentes hasta hoy, han popularizado los productos de IA entre el público, pero también han despertado temores entre quienes los ven como una amenaza.

Más allá de las fantasías distópicas, la IA es la disciplina que dota a las máquinas de la capacidad para responder a problemas complejos. Los ordenadores no tienen autoconsciencia, pero sí pueden calcular, memorizar y aprender en base a los datos con que los humanos los entrenan, siendo capaces de darse órdenes a sí mismos para mejorar. En la práctica, la IA permite que Siri (Apple) y Alexa (Amazon) entiendan y procesen tus peticiones, pero también ha logrado automatizar procesos industriales con la robótica, organizar operaciones financieras y diagnosticar enfermedades.

Cada vez mejor

En los últimos meses, sistemas cada vez más avanzados han empezado a revolucionar el arte. La aparición de programas como DALL-E (un tributo a Salvador Dalí), Stable Diffusion y Midjourney ha fascinado a millones de usuarios de todo el mundo por su capacidad de dibujar en tiempo real (incluso en 3D) cualquier imagen que les describimos, imitando estilos pictóricos y abriendo la puerta a un nuevo tipo de arte digital. El generador de texto ChatGPT, por su parte, puede charlar con el usuario, escribir novelas y programar código informático. «Cada vez simula mejor el razonamiento humano, es increíble», explica David Casacuberta, profesor de Lógica y Filosofía de la ciencia en la UAB.

Mientras el mercado tecnológico se ve arrastrado por las turbulencias macroeconómicas, las IA generativas están haciendo emerger un atractivo mercado. Las inversiones de capital riesgo en esta tecnología creativa se han disparado el 425% desde 2020 y ya alcanza los 2.100 millones de dólares, según PitchBook. OpenAI, cofundada por Elon Musk, financiada por Microsoft y que está detrás de algunos exitosos programas, está valorada en 20.000 millones y prevé multiplicar su negocio en los próximos meses.

Estas IA son un fenómeno con el que todo el mundo quiere jugar. Pero no están exentas de riesgos. ChatGPT puede difundir falsedades con un tono real y convincente, llevando a engañar a los usuarios. «Sigue tu conversación muy bien y parece que razona, pero cuando se inventa algo y tú no lo sabes puedes creer que es cierto», apunta Helena Matute, catedrática en Psicología Experimental especializada en IA, quien alerta del peligro de que cada vez «sea más difícil contrastar la realidad». Ese mismo problema forzó a Meta –propietaria de Facebook e Instagram– a retirar su modelo de lenguaje Galactica tres días después de abrirlo al público. «Si no eres riguroso siempre, no eres confiable nunca», señala el analista tecnológico Antonio Ortiz. Google aún no ha lanzado el suyo por temor a que afecte su reputación.

Por otro lado, la popularización de los generadores de imágenes ha puesto a los artistas gráficos en pie de guerra, pues denuncian que esas IA se entrenan basándose en sus obras sin su consentimiento para crear resultados nuevos sin derechos de propiedad. Que les roban el negocio. Además, aprenden con datos que extraen de internet, lo que les hace amplificar sesgos de raza, sexo, edad o clase presentes en la red. Así, usuarios de la app Lensa que usa la IA para transformar nuestras selfis en pinturas más atractivas de nosotros han denunciado que mientras a los hombres se los estiliza como astronautas, exploradores o inventores, se tiende a desnudar e hipersexualizar a las mujeres.

La eclosión de las IA creativas es la última consecuencia de un fenómeno que lleva años normalizándose en múltiples sectores económicos. Y es que el 50% de las empresas de todo el mundo ya están intentando aplicar estos sistemas inteligentes, el 30% más que en 2017, según la consultora McKinsey.

De los servicios financieros a las telecomunicaciones, la salud, la logística y el turismo, la mayoría de las industrias están apostando por la IA para procesar las peticiones de los clientes, automatizar tareas repetitivas, analizar millones de datos para extraer patrones y, en definitiva, hacer que sus negocios crezcan siendo más productivos y eficientes. McKinsey estima que la IA tendrá un impacto de 13 billones de dólares en la actividad económica mundial cara a 2030, siendo, en su opinión, el mayor avance desde la invención de la máquina de vapor en el siglo XVIII.

Impacto social y laboral

Como sucedió con la locomotora, la aparición de tecnologías revolucionarias entraña oportunidades, pero también riesgos. Se calcula que el uso de la IA afectará a entre el 12% y el 47% de los empleos. Los más mecánicos serán sustituidos por la robótica, pero a su vez aparecerán nuevos perfiles más técnicos para programar y supervisar las máquinas.

La digitalización ya está causando externalidades sociales, como el proletariado digital que ha alumbrado el llamado capitalismo de plataformas con compañías como Uber y Glovo.

«Hay derechos garantizados en el mundo analógico pero que en el mundo online se diluyen y hay que defender», apunta a este diario la economista Lucía Velasco.

Esa dicotomía se hace extensible a todos los ámbitos. Cada vez son más las administraciones públicas que recurren a esos sistemas para predecir desde los flujos migratorios hasta el riesgo de reincidencia de los presos. Esos métodos persiguen hacer que la gestión de todo tipo de asuntos sea más eficiente, pero también despiertan recelos. Es por eso que tanto grupos de ciudadanos como el propio Gobierno se están organizando para vigilar que el despliegue de la IA desbloquee todas sus oportunidades minimizando su impacto social.

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