No será un juicio normal. Decenas de periodistas de todo el país acreditados para la ocasión y la grabación de las 13 sesiones previstas, que podrá ser seguida en directo desde la sala de prensa de la Ciudad de la Justicia de València, empiezan a dar una idea de la atmósfera que rodea, y ha rodeado desde el principio, a esta realidad macabra teñida de novela negra.

Antonio Navarro Cerdán, un ingeniero de Novelda de 37 años que trabajaba para una contrata de Ferrovial en Requena, fue asesinado cuando se dirigía a coger el coche para ir al trabajo, como cada día, a las 7.40 horas del miércoles, 16 de agosto de 2017, en la tercera planta del garaje comunitario del número 18 de la calle Calamocha, a escasos metros del cuartel de Patraix de la Guardia Civil. Recibió seis cuchilladas con un arma de 18 centímetros de filo, un cuchillo cebollero, que le causaron la muerte en pocos minutos. Fue un ataque sorpresivo, sin margen a la defensa. Le partieron el corazón y le perforaron los pulmones.

El asesinato empezó a tintarse de colores cinematográficos cinco meses, otro miércoles, 10 de enero de 2018, cuando agentes del grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València cayeron, también por sorpresa, sobre los dos presuntos asesinos: la mujer de Antonio, María Jesús M. C., que tenía solo 26 años cuando enviudó, y Salvador R. L., un auxiliar de Enfermería compañero de ella en el Hospital de La Salud y 20 años mayor que la que había sido su amante durante los dos años y medio anteriores. El interés mediático empezaba a estar servido. Pero solo era el principio.

Dos días después, el 12 de enero, fueron llevados ante el juez que llevaba el caso desde el inicio, Félix Blázquez, titular del Juzgado de Instrucción número 14 de València. Ella, que ante Homicidios había tenido un momento de debilidad y había respondido con un rotundo 'sí' a la pregunta de si había planificado y ejecutado junto con Salva el crimen, se echó atrás y, ante el magistrado, culpó, sin temblarle la voz, al hombre que lo había hecho todo por ella incluso cuando la relación había empezado a enfriarse, en el otoño posterior al crimen.

Él, por su parte, se enrocó en defenderla a capa y espada y ante el juez juró una y otra vez que maje no había tenido nada que ver, que era inocente y que él era el único responsable. Salva, como maje, había declarado dos días antes delante de la policía y en presencia de su abogada, que el plan era de ambos, aunque la mano ejecutora había sido la suya. Como prueba, condujo a los agentes unos días más tarde, el 18 de junio, hasta la casa de campo de Riba-roja en cuya fosa séptica se había deshecho del cuchillo.

Hasta llegar ahí, la Policía había tenido que reconstruir hacia atrás el rompecabezas para reunir las pruebas contra los dos inculpados, por un lado, pero también para desgranar cómo dos ciudadanos de clase media, católicos convencidos y practicantes, con trabajo y situación familiar y social acomodados y estables, habían roto todas las normas establecidas para matar de una manera cruel y traicionera al hombre que se había convertido en un estorbo para ambos. En definitiva, cuál había sido el móvil.

La Policía, primero, y el juez y el fiscal, después, han llegado a la misma conclusión, después de una instrucción judicial que se ha prolongado durante más de tres años y en la que han escuchado intervenciones telefónicas, han leído las cartas que se cruzaron, dentro y fuera de la cárcel, los dos acusados, y han oído en declaración a testigos tan fundamentales en esta causa como los otros cuatro amantes con los que Maje tuvo relaciones antes, durante y después de su matrimonio, al margen de Salva.

Él actuó movido por una profunda obsesión hacia ella -"quería liberarla y que fuera feliz", es una de las justificaciones más repetidas, creído como estaba de que Antonio le hacía la vida imposible, algo que ella indujo a pensar también al resto de amantes según se desprende de sus declaraciones", que ya dejó ver en aquella primera declaración ante el juez, cuando a cada pregunta respondió que había matado a Antonio "por amor". En pocas palabras, su móvil fue «la recompensa emocional», como lo resumió la Policía.

¿Y ella? La instrucción revela dos móviles: el emocional de sentirse liberada de un matrimonio que hacía tiempo no quería, según recogen distintos testigos que también desfilarán ante el jurado, y el económico. La clave es, entre otros, el piso que compraron en la calle Calamocha, a dos portales del garaje que se convertiría en la tumba de Antonio. Lo habían adquirido en 2016, tres meses antes de la boda celebrada el 3 de septiembre, por 107.000 euros. Legalmente, Antonio puso 90.000 y Maje, 20.000. Una bronca monumental ocurrida entre ambos el 4 de junio de 2017, dos meses antes del crimen, se perfila como el germen del asesinato. La víctima le había dicho que, en caso de separarse, ella llevaría las de perder. Una vez muerto Antonio, y hasta su detención, Maje se convirtió en la heredera de ese piso y hasta llegó a cobrar los primeros cuatro meses de la pensión de viudedad que le dejaba el fallecimiento de su marido: 1.100 euros.

De haber mantenido Salva la exculpación de su presunta cómplice, el horizonte judicial para Maje se perfilaba esperanzador: pese a las numerosas pruebas recabadas por los investigadores, su abogado podía buscar la absolución defendiendo que nunca supo que el crimen iba a ser cometido. O, como mucho, el encubrimiento por no revelar la identidad del asesino.

Pero el amante fiel cambió su obstinada defensa de Maje en noviembre de 2018, cuando llevaba diez meses en prisión y había trascendido que la enfermera le había compatibilizado con otros tres amantes más. Y peor aún, cuando supo que jamás volvería a tener una relación con ella. Pidió hablar con el juez y entonces desgranó paso por paso cómo ella le sugirió el asesinato, cómo pactaron el modo, la manera y el momento de hacerlo y cómo le facilitó las llaves, los horarios de la víctima y le indicó el día para hacerlo una vez que consiguió que él aparcase el coche en el garaje. Y cuál fue la señal acordada para que ella supiese que "ya estaba hecho": el cambio de estado del Whatsapp de Salva. Ahora, las espadas (judiciales) están en alto.

El juicio se celebrará entre el 14 y el 29 de octubre en la sala Tirant lo Blanch de la Ciudad de la Justicia, que, por su tamaño, permite celebrar la vista con las medidas sanitarias impuestas por la pandemia. La sala la presidirá el magistrado José María Gómez. La acusación pública la ejerce el fiscal Vicente Devesa y la particular, en nombre de la familia de Antonio, la llevan los abogados penalistas Miguel Ferrer y Patricia Cogollos. La defensa de Maje está en manos del catedrático de Derecho Penal Javier Boix y la abogada Alicia Andújar, mientras que a Salva lo defienden la letrada María Julita Martínez y un compañero de su despacho.