Las personas pelirrojas soportan mejor el dolor

Las personas pelirrojas soportan mejor el dolor

Las personas pelirrojas soportan mejor el dolor

Pablo Javier Piacente

Un nuevo estudio desarrollado por investigadores del Hospital General de Massachusetts, en Estados Unidos, ha logrado explicar por qué las personas pelirrojas presentan una mayor tolerancia al dolor. Se debe a una actividad aumentada de los receptores opioides involucrados en el bloqueo del dolor, que se combina con una reducción en la producción de las hormonas implicadas en la sensibilidad.

Según una nota de prensa, los resultados de la investigación podrían ser utilizados para personalizar tratamientos dirigidos a hombres y mujeres con estas características. Por ejemplo, la incapacidad de las personas pelirrojas para broncearse u oscurecer su piel se debería a un mecanismo celular específico que, a partir de estos descubrimientos, podría ser modificado en el futuro.

En el mismo sentido, la presencia de diferentes umbrales de dolor podrá ser considerada por los profesionales de la salud al momento de planificar terapias o intervenciones.

Aunque ya se sabía que los seres humanos, los ratones y los ejemplares de otras especies animales con pelo rojo tienen una tolerancia diferente al dolor, los hallazgos del estudio publicado en Science Advances permiten ahora conocer los procesos y mecanismos que subyacen a la presencia de variados umbrales de dolor según los antecedentes de pigmentación.

Un proceso hormonal

Los científicos descubrieron que las células productoras de pigmento de la piel, llamadas melanocitos, contienen una tipología diferente del receptor de la hormona melanocortina 1 en las personas pelirrojas. Precisamente la actividad de estas hormonas es la que genera que los melanocitos produzcan pigmentos marrones, negros, amarillos o rojos, marcando los diferentes tipos de tonalidades cutáneas.

Las variaciones en el mencionado receptor hormonal no solamente marcan las tonalidades o pigmentos: además, provocan que los melanocitos produzcan niveles más bajos de una molécula que luego de un largo proceso se divide en diferentes hormonas, algunas orientadas a bloquear la sensibilidad al dolor y otras a potenciarla. Y es aquí precisamente donde se encuentra el eje del mecanismo descubierto.

Es que la presencia de estas hormonas mantiene un equilibrio entre los receptores opioides que inhiben el dolor y los receptores de la hormona melanocortina 4, dedicada a mejorar la percepción del dolor. En las personas pelirrojas, los investigadores comprobaron un incremento en la actividad de los factores inhibidores y una reducción en los agentes que potencian el dolor.

Como resultado de este proceso, los hombres y mujeres de pelo rojo o los animales con esta condición presentan umbrales de dolor diferentes. En otras palabras, son capaces de soportar mejor algunos tipos de dolor a partir de las modificaciones hormonales indicadas previamente.

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Regular el dolor

Para David E. Fisher, uno de los autores del estudio, «la comprensión de este mecanismo proporciona la validación de la evidencia anterior y un reconocimiento valioso para el personal médico cuando atiende a pacientes cuya sensibilidad al dolor puede variar», expresó.

Al mismo tiempo, los científicos destacaron que los hallazgos podrían facilitar nuevas formas de manipular los procesos naturales del cuerpo que controlan la percepción del dolor, por ejemplo a través del diseño de nuevos fármacos que inhiban los receptores de melanocortina 4 involucrados en la detección del dolor.

Ahora, los científicos trabajan en nuevas investigaciones orientadas a dilucidar cómo las señales adicionales derivadas de la piel regulan el dolor y la actividad de los opioides. Al lograr comprender estas vías en profundidad, será posible avanzar en la identificación de estrategias innovadoras destinadas a modular el dolor con diferentes objetivos.

Referencia

Reduced MC4R signaling alters nociceptive thresholds associated with red hair. David E. Fisher, Kathleen C. Robinson et al. Science Advances (2021).DOI:https://doi.org/10.1126/sciadv.abd1310

Foto: Pietra Schwarzler en Unsplash.