Nullius in verba (6)

Una tempestad asola a la sanidad pública en Europa y España

Intereses económicos la están carcomiendo en contra de la evidencia científica sobre su importancia para la población

La ciencia aconseja tener la sanidad alejada del ámbito de los negocios.

La ciencia aconseja tener la sanidad alejada del ámbito de los negocios. / Marek Studzinski en Unsplash

EDUARDO COSTAS (científico) y EDUARDO MARTÍNEZ (periodista científico)

La sanidad pública europea está amenazada por la estrategia de poderosos grupos económicos que, en contra de la evidencia científica, pretenden reducir e incluso sustituir a la sanidad pública, uno de los pilares esenciales de nuestra gran esperanza de vida. El maltrato a unos profesionales esenciales, que necesitan más de 10 años de difíciles estudios para completar su formación, nos ha puesto a todos contra las cuerdas. España está en el ojo de la tempestad.

El mundo podemos verlo como una enorme pieza de salami que está siendo diezmada mediante finas rodajas que se le sustraen a diario, sin que nadie se dé cuenta. Cada vez queda menos mundo, pero sucede de forma tan disimulada que nadie lo percibe.

Este fenómeno sucede a gran escala, por ejemplo, en la confrontación entre grandes potencias, y a escalas más modestas, como en el caso de la sanidad pública.

La “estrategia del salami” funciona. La mayoría de la gente no sabe lo que está pasando en ambos campos y tiene la sensación de que todo, más o menos, sigue como siempre. En España, el acreditado geoestratega Pedro Baños ha desvelado en diferentes obras los entresijos de este espejismo en el que vivimos.

Estrategia entre potencias

La compleja estrategia del salami se desarrolló en la Guerra Fría y sigue aplicándose en la actualidad. Las grandes potencias de nuestra época, particularmente Estados Unidos, China y Rusia, se llevan más o menos bien, pero al mismo tiempo mantienen una tensión soterrada que a veces se manifiesta violentamente, como ha ocurrido con la invasión de Ucrania.

Esta tensión se deriva de los arsenales nucleares. Después de la segunda guerra mundial, una cosa quedó clara entre potencias: no podemos replicar una confrontación como la que vivimos en los años 40 con Alemania y Japón porque después de Hiroshima y Nagasaki nada volverá a ser igual.

Lo puso en evidencia un matemático famoso, John von Neumann, con una revolucionaria fórmula aplicada a la política mundial: 1+1=0. Quería decir que, en caso de confrontación nuclear, no habría vencedores ni vencidos. La destrucción mutua estaría asegurada de antemano.

Esta constatación llevó a los estrategas de las grandes potencias a competir con la “estrategia del salami”, usada en una formulación matemática compleja que forma parte de la Teoría de Juegos.

Según esta estrategia, la mejor manera de aventajar a otra potencia es ir debilitándola muy poco a poco, rebanando disimuladamente su espacio. Muy poco a poco China ha coseguido estar por todas partes y hoy ya cuestiona el dominio global que pretende Estados Unidos. 

La estrategia del salami le está funcionando a las potencias y la partida no ha terminado. Pero cuando empieza a notarse, la tensión resurge: Ucrania es el ejemplo más elocuente de lo engañoso del aparente consenso diplomático entre potencias.

Con la sanidad también

La sanidad pública es otro ejemplo claro de la estrategia del salami. Al igual que ocurre en la dialéctica de las potencias, en este campo se está desarrollando un proceso similar.

Poderosos grupos empresariales, poniendo como bandera a Estados Unidos, pretenden gestionar con criterios de negocio lo que es uno de los pilares de la estabilidad mundial: la atención sanitaria universal de la población.

Aunque el sistema sanitario público es uno de los mayores logros de nuestra civilización, que nos ha permitido por ejemplo resolver con solvencia la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2, también después de la segunda guerra mundial se ha ido introduciendo en la mentalidad social que la sanidad privada debe complementar, cuando no sustituir, a la sanidad pública.

Al igual que ocurrió en el campo energético, que llevó a las grandes empresas petroleras a financiar campañas "científicas" engañosas para negar el cambio climático y la conveniencia de evolucionar hacia otras fuentes de energía, en el campo sanitario intereses privados han financiado asimismo suculentas campañas para hablar de las ventajas de la sanidad privada y discutir las evidencias científicas que hablan de la importancia de mantener la salud pública fuera del ámbito de los negocios.

Estas empresas han seguido la misma estrategia del salami que desarrollan las grandes potencias: como la capacidad de la sanidad pública para preservar la integridad de la población es incontestable, es mejor ir rebanando poco a poco su fortaleza haciendo negocio con algunos de sus flancos, como, por ejemplo, la gestión de los hospitales.

Sin embargo, cada vez más estudios científicos demuestran que el mayor riesgo para los sistemas de salud pública viene de la tentación de hacer negocio con la sanidad.

Datos, datos

Los datos al respecto son incontestables. Muchos de los sistemas de salud pública europeos se encuentran entre los mejores del mundo, según demuestran desde hace décadas diversos estudios publicados en las revistas médicas más prestigiosas.

Coinciden en ello con una serie de informes de las más variadas organizaciones y sociedades médicas internacionales, tanto en valoraciones generales (como las realizadas por miembros de la OMS) como en casos concretos (por ejemplo, los estudios de supervivencia a una serie tumores realizados por la Sociedad Estadounidense de Oncología).

Asimismo, en cuanto a gasto por habitante, los sistemas de salud pública europeos o de Japón son mucho más baratos que el sistema norteamericano, basado en la sanidad privada.

El gasto sanitario en Estados Unidos supera ya los 10.000 euros por habitante y año. Sin embargo, el gasto por habitante y año en España es de 2,594€ (próximo a la media europea), en Alemania es de 5.192€; en Francia de 4.160€ y en Japón, el país más emblemático en el campo de la salud pública, es de 3.249€, según datos del System of Health Accounts-SHA.

Según los expertos, entre las consecuencias de estos excelentes sistemas sanitarios públicos, está el hecho de que los europeos gocemos de una de las mayores esperanzas de vida del mundo.

Por ejemplo, España tiene una esperanza de vida 5 años mayor que la de un norteamericano, aunque su gasto sanitario sea el triple que el nuestro.

En este sentido, poco antes de la pandemia de COVID-19, The Economist publicó un llamativo titular “Perplejidad en EEUU: gasta el triple que España en sanidad, pero su esperanza de vida es mucho más baja”.

Sanidad pública y longevidad

En este sentido destaca especialmente el ejemplo de Japón, que es, con mucho, el país con la mayor esperanza de vida del mundo. No lo era, ni de lejos, hasta que en la década de los 50 del pasado siglo reformó radicalmente su sistema de salud pública.

Su ley de sanidad actual es tajante, garantizando un sistema de atención médica universal que blinda la igualdad de acceso de todos los japoneses a un sistema sanitario en el que los pacientes pueden elegir libremente médico y hospital.

La ley japonesa prohíbe expresamente que cualquier entidad, corporación o particular, haga negocio alrededor de la sanidad. Todas las organizaciones sanitarias japonesas deben funcionar como instituciones sin ánimo de lucro. Además, los hospitales, organizaciones e instituciones sanitarias, solo pueden ser administrados, gerenciados y dirigidos por médicos.

La eficiencia de la sanidad japonesa es mítica: The New England Journal of Medicine, -considerada por muchos expertos como la mejor revista médica del mundo-, ha publicado diversos estudios comparando los resultados asistenciales de los mejores hospitales norteamericanos con los del sistema sanitario japonés, comprobando que la calidad asistencial de los hospitales japoneses es mejor en todos los casos.

Superan con mucho a los hospitales norteamericanos en casi todos los parámetros analizados (desde la eficacia de su cirugía oncológica a la diálisis renal). Y no lo hacen por poco: por ejemplo, la supervivencia de enfermos renales graves japoneses a 5 años casi duplica a la de norteamericanos tratados en sus mejores hospitales.

Además, los japoneses son los ciudadanos de la OCDE que más van al médico (algo más del doble de los europeos), que gozan del mejor equipamiento (por ejemplo, tienen la mayor tasa de camas UCI del mundo y disponen entre 4 y 7 veces más sistemas de diagnóstico avanzado por habitante que en Estados Unidos y Europa) y sus listas de espera son, con mucho, las menores.

Sin embargo, su coste por habitante es de casi la mitad que el norteamericano e inferior al de Francia o Alemania. La conclusión que se extrae de todos estos casos es que hacer negocio con la sanidad cuesta años de vida.

Amenazas

Desafortunadamente, la sanidad pública de muchos países europeos y en particular la sanidad española está bajo graves amenazas.

Por ejemplo, la OMS advierte de que no hay suficientes médicos en Europa. Formar a médicos es muy difícil. Se necesitan personas de gran talento y capacidad de trabajo que entran en las universidades con una altísima nota de corte, cursan la carrera con más créditos de la UE y su formación postgrado prosigue entre 4 y 6 años más. 

Son necesarios de 10 a 12 años para formar a un médico antes de que pueda ejercer como especialista. Comparativamente, tras solo 4 años de carrera, los ingenieros ya acceden al mercado laboral. 

A ello hay que unir una creciente tendencia a poner la sanidad en manos de gerentes que priman criterios económicos e incrementan la burocracia, lastrando la innovación, como han puesto de manifiesto algunos estudios.

Manifestación en apoyo de la huelga de médicos y pediatras de Atención Primaria

Manifestación en apoyo de la huelga de médicos y pediatras de Atención Primaria. / Borja Sánchez-Trillo

También en España

En España, a pesar de los recortes sanitarios que empezaron en la anterior crisis, todavía tiene un sistema de salud pública que logra excelentes resultados para el dinero que invierte. Deberíamos cuidarla.

Durante la última década, sin embargo, se ha ido rebanando rodaja a rodaja el salami de la sanidad pública. Pero no contentos con hacerlo lentamente, ahora se pretende apurar el proceso.

Vale la pena pensar bien qué modelo de sanidad queremos. Un modelo de sanidad privada como el norteamericano nos costaría unos 10.000 euros al año. A cambio viviríamos 5 años menos y unos pocos se harían más ricos. Nullius in verba, atendamos a los hechos, no a las palabras.

Referencias

Health spending. OECD Health Data. 2022.

Britnell M. (2015). In Search of the Perfect Health System. London: Palgrave. p. 17. ISBN 978-1-137-49661-4.

MacDonald J. S. et al (2001). New England Journal of Medicine 345: 725-30. doi:10.1056/nejmoa010187

Sakuramoto S et al (2007). New England Journal of Medicine 357: 1810-1820. doi:10.1056/nejmoa072252

Ikegami Naoki et al (2011). The Lancet 378. DOI:https://doi.org/10.1016/S0140-6736(11)60828-3

LOS PODERES, BAJO LA MIRADA CIENTÍFICA

 

•   Artículos para entender, desde una óptica rigurosa, lo que nos pasa como personas y como sociedad

 

Nuestra vida cotidiana transcurre en un mundo extremadamente complejo. Entenderlo nos plantea un extraordinario reto intelectual. Los análisis dialécticos clásicos, por más elaborados que resulten, no parecen ser suficientemente capaces de explicarlo.

Mientras aumenta enormemente la dificultad de los desafíos a los que se enfrenta la humanidad, cada vez hay más adeptos incondicionales de las ideologías simples polarizadas en extremo. Numerosos bulos y fake news, teorías de la conspiración, a cuál más irracional, se abren paso atrayendo a decenas de millones de personas.

Algunas de estas creencias son simplemente ridículas (por ejemplo, el terraplanismo). Pero otras (antivacunas, negacionistas del cambio climático, etc.) dificultan sobremanera la solución a retos de los cuales depende el futuro de nuestra especie.

En medio de este panorama debemos plantearnos cuán acertadas son nuestras opiniones, pero -sobretodo- cuán acertadas son nuestras decisiones.

No es una mera curiosidad académica. Interpretar lo mejor posible la realidad que nos rodea nos permite tomar buenas decisiones, algo esencial si queremos construirnos una buena vida y conseguir que la sociedad vaya mejor.

Tal vez sea hora de abordar la realidad desde un enfoque diferente.

Conocimientos para analizar la realidad

La ciencia experimental nos ha proporcionado el conocimiento más completo y fiable del que dispone la humanidad. A base de responder preguntas aplicando rigurosamente el método científico experimental, hemos conseguido proezas tales como desvelar cuál fue el origen de nuestro universo, datar con precisión cuando ocurrió, revelar la naturaleza íntima de la materia y la energía, describir lo que ocurre a velocidades próximas a la de la luz, desentrañar los misterios de la relatividad y de la mecánica cuántica, liberar la energía del átomo…

Hemos podido comprender también la esencia de la vida, descifrando el complejo funcionamiento de su maquinaria molecular y la manera en que evolucionan los organismos, escribiendo una crónica detallada de la biodiversidad durante los últimos 3.500 millones de años.

Incluso nos aproximamos a la comprensión de la base material de nuestra propia consciencia y desarrollamos inteligencia artificial sobre soportes materiales no biológicos.

La ciencia triplicó nuestra esperanza de vida y nos permitió unos estándares de bienestar material impensables durante la mayor parte de nuestra existencia como especie. Por primera vez en nuestra historia no vivimos cubiertos de parásitos, tenemos analgésicos y no estamos muchos de nosotros permanentemente hambrientos.

Mejorar nuestras opciones

Si la ciencia experimental consiguió tan gigantescos logros, también podrá explicar certeramente lo que pasa en nuestra vida cotidiana, proporcionar una visión mejor de la política o la economía y ayudarnos a acertar en nuestras previsiones.

Decía Carl Sagan que una buena manera de entendernos a nosotros mismos es realizar un experimento mental imaginando que unos extraterrestres extremadamente inteligentes, tremendamente avanzados a nivel tecnológico, que para adquirir sus conocimientos solo siguen un razonamiento científico-matemático extremadamente riguroso: nos estudian a distancia sin interferir en nada con nosotros.

De hecho, ni siquiera sabríamos que nos están estudiando. Nada saben de nosotros, ni de nuestra historia, ni de nuestras ideologías, creencias o religiones. Simplemente nos analizan sin prejuicios solo en base al método científico. ¿A que conclusiones llegarían?

Eduardo Costas, científico profesional, catedrático y académico, y Eduardo Martinez de la Fe, periodista científico con una larga trayectoria, colaboran desde hace años en diversos proyectos de divulgación científica.

Ahora asumen un nuevo reto: analizar, aplicando rigurosamente el método científico, diversos problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad, intentando sacar las consecuencias necesarias que nos ayuden a mejorar la vida.

Es un objetivo ambicioso que afrontamos con total humildad intelectual.

Certezas basadas en evidencias

El nombre elegido para esta nueva sección es Nullius in verba, que puede traducirse del latín como “no confíes en la palabra de nadie” y que tiene un gran significado en la historia de la ciencia. Es el lema de la Royal Society, la sociedad científica que cambió nuestra historia al resultar clave para el desarrollo del mundo moderno.

Resume nuestro objetivo con esta serie de artículos de entender la vida cotidiana desde una perspectiva científica. La búsqueda de la verdad debe dejar de lado las presiones políticas, sociales o religiosas y sustentarse en hechos demostrables en vez de en la palabra, la autoridad o la fama de alguien.

Trataremos desde este enfoque temas de actualidad que a todos nos preocupan (políticos, jueces, emigración, economía…). Nos ayudará a entender. Nos ayudará a acertar en nuestras decisiones en estos tiempos de gran incertidumbre.

En los albores del siglo XX, Ortega y Gasset reflejó este momento incertidumbre con una fase célebre: no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que pasa. Nosotros añadimos: aunque seguimos sin entender muy bien lo que pasa, queremos entender por qué nos pasa. Como veremos, las herramientas científicas son tremendamente útiles para conseguirlo.

 

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