Análisis
¿Vida fuera de la Tierra? Un nuevo paso adelante
K2-18b podría ser el síntoma de un universo vivo

Representación artística del planeta K2-18b. / Espacio 13c
Carlos Burguete Prieto (*)
La evidencia de posible vida detectada en K2-18b es la más fuerte hasta ahora, pero su verdadero impacto reside en lo que sugiere: que la vida podría ser una consecuencia inevitable de las leyes del universo, no un milagro aislado.
Lo que estás a punto de leer no es, o no pretende ser, un artículo técnico. Es más bien una reflexión personal gestada desde la absoluta fascinación por la cuestión de si ha existido, existe o existirá, aquello que los humanos entendemos por vida en algún otro lugar y tiempo del inconmensurable universo observable. No dispongo de resultados de encuestas al respecto, pero diría que a un alto porcentaje de personas le trae sin cuidado la cuestión. Otros, menos quizás, sentirían cierto interés por el tema, pero, desde un punto de vista estrictamente pragmático, opinarían que el conocimiento de la existencia de unos microbios a distancias incomprensibles no cambiaría en absoluto sus vidas y, finalmente, para otros, quizás los menos, la cuestión es poco menos que vital. Nunca mejor dicho. Reservo para el final una explicación de por qué me incluyo entre los últimos.
Todo esto viene al caso porque es posible que la humanidad, o una muy diminuta porción de ella, esté ante la mejor evidencia con la que se ha contado hasta la fecha de la existencia de vida fuera de la Tierra. Pero ser la mejor evidencia hasta la fecha no significa en absoluto que sea sólida, menos aun definitiva. Significa sencillamente que, ante la absoluta inexistencia de pruebas firmes, cualquier indicio serio ocupa ese puesto privilegiado.
Mundo misterioso
Me estoy refiriendo al mundo con el nombre de K2-18b. Este misterioso mundo, que da una vuelta en torno a su estrella en poco más de un mes terrestre, está actualmente situado a una distancia de 124 años luz, más de treinta veces superior a la que nos separa de la estrella más cercana, Próxima Centauri, a tan solo cuatro años luz. Esos 1,173 x 1015 kilómetros nos suenan inimaginables, pero, en términos comparativos, es una distancia casi ridícula tan sólo en el contexto de la Vía Láctea. Es, casi literalmente, un planeta vecino. Está ahí, aunque no hayamos podido verlo, tan solo intuirlo por los diminutos eclipses que genera al pasar entre su estrella y nuestros ojos, que conllevan una nimia disminución de la luz que recibimos de aquella.
Sabemos que la órbita a una distancia mínima, la cuarta parte de la que separa a Mercurio del Sol, pero esto no significa que esté hirviendo, dado que esta estrella es una enana roja que emite mucho menos radiación que el Sol. Así, este mundo se encuentra en lo que llamamos zona habitable o “ricitos de oro”. Debido a esa cercanía es muy probable que siempre muestre a dicha estrella la misma cara, del mismo modo que la Luna hace con la Tierra o Mercurio con el Sol. Esto le pasa por estar demasiado cerca. Fue detectado en 2015 y desde entonces hasta hoy no ha dejado de crecer el interés por él entre la comunidad científica. En 2019, cuatro años después, se anunció la detección de vapor de agua en su atmósfera. Otros cuatro años más tarde, en 2023, el telescopio espacial James Webb reveló la presencia en ella de metano y de dióxido de carbono. Esto sugirió que podríamos estar ante un planeta hicéano, es decir, uno con una atmósfera rica en hidrógeno y la totalidad de su superficie cubierta por agua líquida.

Fitoplancton marino. / Pixabay.
Pero hay más…
Si has leído hasta aquí pensarás que se trata de la descripción de un planeta atractivo desde el punto de vista de la vida extraterrestre, con la detección de algunos biomarcadores y una serie de datos que lo postulan como un candidato interesante, pero un factor nuevo ha venido a disparar al estrellato a K2-18b. Un año después, en 2024, un equipo de astrofísicos anunció la detección de una molécula orgánica nueva en su atmósfera, concretamente de sulfuro de dimetilo ¿Y qué pasa con esta molécula?, ¿qué tiene de especial? Sencillamente que, al menos en la Tierra, esta molécula sólo es producida, como desecho metabólico, por seres vivos, concretamente por el fitoplancton marino.
Aún hay más. En abril de este año el mismo equipo ha anunciado otra molécula muy similar, el disulfuro de dimetilo. Y, lo más importante, con una significación estadística de 3 Sigma. Pero, ¿qué quiere decir esto? Digamos que para que un determinado hallazgo científico sea considerado absolutamente válido debe alcanzar 5 sigma, lo que implica que la probabilidad de que los datos sean casuales o erróneos es de una entre 3.500 millones, es decir, que proporciona una seguridad del 99,999999%. Un 3 sigma, con lo que se cuenta hoy día, supone que esa probabilidad de error o casualidad es de 3 entre 1.000, lo cual, sin llegar al umbral para ser validada de forma virtual, es un indicio muy a tener en cuenta. Otra cuestión es que las concentraciones estimadas de estas dos moléculas (DMS y DMDS) en la atmósfera de K2-18b son altísimas, miles de veces superiores a las halladas en la Tierra, lo que a priori podría suponer una gran actividad biológica.
Pero no echemos las campanas al vuelo tan pronto. Si ya sería una proeza alcanzar ese 5 sigma, sólo habríamos confirmado la existencia de esas moléculas en la atmósfera de K2-18b. Quedaría una cuestión fundamental por dirimir; saber si estas moléculas son producidas por seres vivos teóricamente similares al fitoplancton, o bien su presencia se debe a fenómenos geológicos o de cualquier otra índole que ni siquiera podamos imaginar. Esto sí, fuese lo que fuese lo que las generase, lo haría de forma continua ya que estas moléculas son de vida corta, se desintegran con cierta rapidez, lo que indicaría que su alta concentración se debería necesariamente a una producción continua.
Asunto vital
Es muy probable que K2-18b permanezca largo tiempo como uno de los mejores candidatos a albergar vida extraterrestre, porque una confirmación definitiva de ello parece fuera del alcance de la tecnología actual y de la imaginada para las próximas décadas.
Y bien, paso ahora a lo que anuncié al principio, a explicar por qué considero esto un asunto vital. Somos 8.000 millones de humanos en el planeta y, pese a ello, padecemos de una crónica soledad cósmica. De algún modo nos resulta insoportable la ausencia de otros seres distintos a nosotros con los que comunicarnos. Quizás por ello nos rodeemos de otros seres inteligentes domesticados y nos esforcemos con ahínco en entender y hacernos entender por otros primates o por los mamíferos marinos. Por ello también intentamos escuchar al cosmos en busca de la más nimia señal de radio emitida por una hipotética vida inteligente. También hemos lanzado a la inmensa negrura no pocos mensajes con la intención de ser oídos, detectados y respondidos.
(*) Carlos Burguete Prieto es escritor de ciencia ficción especializado en exobiología. Ganador del 1º Premio en el concurso de novela corta “Planetario de Madrid” en sus ediciones de 2022 y 2023 por las novelas “Involución” y “Musca ex machina” respectivamente. Doctor en Arqueología por la UCM.
Cuestión de identidad
Es, al fin y al cabo, una cuestión existencial, de autodefinición, de hallar nuestra identidad, de encontrar un bálsamo que mitigue la dolorosa e insultante nimiedad que suponemos con respecto a la inmensidad espaciotemporal en la que estamos inmersos. Quizás a muchos suene ridículo que otros se emocionen por la remota y casi indemostrable probabilidad de que existan bichos en un planeta situado a tomar viento, pero, si pensamos con profundidad, seríamos conscientes de que si detectamos vida en uno de los primeros planetas que analizamos con cierto detalle, significaría que la vida podría no ser una excepción cósmica en un nicho privilegiado de mínima entropía como puede ser nuestro diminuto mundo, sino la norma, quizás incluso un desarrollo inevitable, algo que surgiría de las más elementales leyes de la física, uno de las consecuencias lógicas e imparables guiadas por la entropía y la misma naturaleza de la realidad.
Por todo ello, saber de una segunda o quizás enésima génesis independiente significaría para muchos un analgésico que nos libraría del estigma de la unicidad cósmica y nos permitiría soñar que en la onírica vastedad del cosmos podrían vivir seres que quizás se pregunten lo mismo y que busquen ansiosamente otros con quien compartir su anhelo.
Por lo que sabemos o creemos saber, nada en el cosmos ocurre una sola vez ni en un solo lugar. Entonces, ¿por qué la vida habría de ser una solitaria y anómala excepción?
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