Maradona había previsto que el del 2010 fuera un Mundial como el de 1986. Y en el papel de Maradona había puesto a Lionel Messi, el hombre determinante, el que debía aupar a Argentina a su tercera Copa, el que debía desatascar el juego albiceleste cuando las cosas se pusieran complicadas.

Pero el de Rosario no apareció el día más importante, cuando su equipo escalaba la montaña más difícil, cuando más falta hacía su presencia. Messi dejó huérfana a Argentina y Alemania le humilló.

Sus lágrimas en el césped al término del partido, siendo consolado por el propio Maradona, mostraban la decepción que sentía en su corazón, en el Mundial en el que debía eclosionar como jugador planetario, en el que debía colmar la deuda de títulos que tiene con la selección.

El barcelonista deja el Mundial sin haber marcado. Lo intentó todo en los cuatro primeros partidos, regaló tantos a sus compañeros, fue el hombre encargado de abrir las defensas adversas, el más brillante. Pero no marcó.

En el quinto fue menos determinante. Estuvo perdido entre líneas, gozó de menos espacios, más inteligentemente vigilado por un dispositivo táctico que acabó por secarle.

Fogonazo esporádico

Ante Alemania apenas apareció. Algún que otro fogonazo, esporádico, descosido, pero sin peligro, sin el calor de otros días en los que, cuando se ataba la pelota al pie, rugían los estadios, se avivaban las vuvuzelas, se sentía el olor a gol.

Un gol que no llegó de sus botas pero sí de las de sus compañeros. Porque sin marcar ningún tanto, de sus botas llevó a Argentina a ser el máximo goleador de la primera fase, que se acabó con un pleno de victorias.

Y a superar con soltura los octavos ante México, que se llevó tres goles. Y a presentarse en cuartos con diez dianas, una verdadera gesta ofensiva, más que ningún otro equipo, más poder en ataque que nadie.

Se estrelló contra los palos, contra inspirados porteros, sobre todo el de Nigeria, contra esos centímetros que separan la gloria de un simple amago, contra la injusticia de quedarse sin marcar pese a que lo intentó más que nadie.

No marcó pero iluminó el ataque argentino. Hasta que tuvo enfrente a Alemania, su orden, su fuerza física, su táctica irreprochable y Argentina se fundió, porque Messi se perdió, desapareció.

Estrella estrellada

Messi estaba llamado a interpretar el papel del Maradona del 86, pero acabó haciendo el de Maradona del 82. Una estrella consolidada que no puede llevar a su equipo a una victoria Mundial. Y todo el país acabó con la misma decepción.

Pero Sudáfrica marcará la reconciliación de Messi con la albiceleste. Su compromiso con el equipo, su determinación en los cuatro primeros partidos acallaron a quienes le acusaban de no estar con la selección a la altura que mostraba en el Barcelona.

Los que durante la fase de clasificación para el Mundial le achacaron falta de compromiso tendrán dificultades para mantener sus argumentos.

Porque en Sudáfrica Argentina fue de Messi y su ilusión duró lo que aguantó el empuje del rosarino.

Le faltó aparecer en el día más importante, cuando todos le esperaban vestido en el traje del héroe que Maradona le había reservado. El de él mismo hace 24 años.

Las lágrimas mientras se retiraba del terreno de juego tras el pitido final, que secaba con su propia camiseta, el consuelo de Maradona, fueron la última imagen de un Messi que se despidió del que iba a ser su mundial llorando... y sin marcar.