En Tampa (Estados Unidos) discurre la vida de un joven malagueño, Rubén Guerrero Pino. Abandonó, junto a su hermano Adrián, su casa y su vida en Marbella. Las comodidades del hogar y de la familia, y la protección de un club grande como el Unicaja. Quería cumplir un sueño, explorar mundo, vivir una nueva aventura y compaginar su carrera en el baloncesto con la formación universitaria. Se marchó sin hacer ruido en Los Guindos, tras jugar en el equipo júnior y llegar a debutar en el LEB Plata, y ser internacional en categorías inferiores. Del chico alto y delgado, nacido en el año 1995, que se marchó al que se ha forjado en su primer año en Estados Unidos en la «Prep School» Sunrise Christian Academy (Kansas) y ahora en la Universidad de South Florida queda poco. Rubén ganó este verano casi 15 kilos. Llegó a la ciudad de Tampa, donde se asienta su macrouniversidad, con 90 kilos. «Comí como un bestia este verano», confiesa. Y ahora es todo músculo, fibroso y tremendamente fuerte, con 101 kilos de peso. «Llegué a pesar 105, pero tuve un virus», explica el malagueño. A Rubén le ha cautivado el sueño americano. Becado por la Universidad de South Florida, que acoge a 40.000 estudiantes y tiene un campus gigante -restaurantes, centros médicos, líneas de autobuses, policía privada...-, el pívot de 2,10 metros estudia «Business», y tiene la oportunidad de jugar en la Liga Universitaria de la NCAA, todo un lujo.

«Aquí nos tratan como a dioses», señala. «Aquí hago de todo, me lo dan todo, es un sueño. Estudio y juego al baloncesto, y eso no podía hacerlo allí en Málaga», señala Rubén, que domina ya perfectamente el inglés tras un primer año más duro. «Llegué en septiembre del año pasado y en Navidad ya lo hablaba bastante y ya lo llevo muy bien. El primer año fue durillo. El juego aquí es diferente, me costó, pero luego me puse más fuerte, aprendí a jugar su baloncesto y acabé bastante bien. Y en lo personal también fue complicado, pero ahora soy más hombre que cuando estaba en Marbella. No tienes a nadie que te apoye, no están tu familia y tus amigos, aquí debes crecer y madurar. He cambiado personalmente y también como jugador».

Varias Universidades quisieron reclutarle y él se centró en tres. «Busqué buenos centros y sitios en los que pudiera jugar, que me dieran minutos. Visité South Florida, luego Houston y por último George Mason (Washington). Elegí South Florida y no me arrepiento. Aquí estoy muy contento, tengo la confianza del entrenador (Orlando Antigua) y poco a poco voy a más», relata.

Los Bulls de South Florida compiten en la «American Athletic Conference» de la NCAA y acumula un registro de 7 victorias y 17 derrotas. «Somos un equipo de futuro, el segundo más joven de toda la Liga. Yo comencé con la la temporada ya empezada por un problema en el abductor, y cada vez tengo más confianza en mi juego. Ahora estoy jugando más de 23 minutos y estoy muy contento». De los 24 encuentros, Rubén se perdió los cuatro primeros y ha jugado 20, con 5,2 puntos, 4,1 rebotes y 1,4 tapones de media. Y eso, en su temporada de freshman (novato). Tanto en lo académico como en lo deportivo, Guerrero ha logrado el objetivo que se marcó. Está feliz y ha sufrido una verdadera metamorfosis física.

El pívot de 2,10 metros llegó «canijo» a South Florida. «Aquí están acostumbrados a bicharracos y hago pesas a diario. Ahora tengo confianza, me pasan más la bola los compañeros, y sólo pienso en mejorar, competir, disfrutar y dar lo máximo». Rubén Guerrero abrió la puerta hace dos años, una veda que han seguido este curso Víctor Ruiz (Universidad de Hawaii), Domas Sabonis (Universidad de Gonzaga) y Francis Alonso (Cuching Academy Massachussetts). «Ésta es una gran oportunidad, otro mundo. No se pierde nada por probar, porque si te becan te pagan la carrera y juegas al baloncesto. Si no sale bien siempre puedes volver». Su historia va camino de ser un éxito. Que siga así.