Lionel Messi, Neymar Júnior y Luis Suárez son amigos y residentes en Barcelona. Los tres practican un juego que en su máxima expresión es colectivo. Su fútbol es la mayor representación de un divertimento que se practica para el disfrute personal y, de consuno, del de los espectadores que, en presencia en el campo o por medio de la televisión, se complacen viendo a tres individuos que han sabido hacer de su oficio un ejemplo de solidaridad. Juegan los tres para los tres. Se auxilian, se apoyan en cada ataque y ninguno de ellos pretende ser el ídolo al que hay que adorar. Son el ejemplo de lo que nunca ha existido.

Nadie discute en el club barcelonés que el número uno de la galaxia es el argentino, aunque ello no significa que todos los compañeros se hayan de someter a sus exigencias. El argentino se ha ganado el respeto de sus compañeros y especialmente de quienes le podían discutir un puesto en el podio de la gloria balompédica. Neymar, Suárez y Messi son el ejemplo palmario de lo que nunca han significado Bale, Benzema y Cristiano. Tampoco lo fueron antaño Di Stéfano, Kopa y Puskas, tres grandes glorias del fútbol mundial. Una cosa es invitar a una caña y otra ser generoso en el césped. Los galácticos madridistas actuales, ni la caña.

Los barcelonistas se ceden el aplauso del gol, se conceden el derecho a lanzar un libre directo o un penalti. (Cristiano es recordman mundial de lanzamientos fallidos y sigue sin consentir que dispare un compañero). Hay tal generosidad en sus acciones que se reparten con pases los goles que pueden marcar en acción directa. El sábado, Neymar había conseguido dos dianas y Suárez, de manera espectacular la suya. Tras un tiempo sin ser alineados juntos por la lesión de Lionel ofrecieron ante la Real Sociedad un recital de camaradería singular. El brasileño y el uruguayo, acompañados por el resto de jugadores, hicieron grandes esfuerzos hasta conseguir que el argentino pusiera la guinda. No tuvo fortuna en sus acciones y hasta estrelló un remate en el larguero. Finalmente Neymar y Suárez le proporcionaron el fácil remate para certificar que entre ellos hay amistad hasta el extremo de cederse titulares en los medios.

Los grandes equipos no se construyen sólo con dineros. Con gran cartera es fácil fichar extraordinarios futbolistas. Juntarlos, encomendarle labores colectivas y convencerles de que nadie es único, es tarea ímproba. El Barça fichó a Ibrahimovic, gran jugador, excelente delantero, que no encajó en el conjunto azulgrana. No formó tándem con Messi. Ambos hicieron la guerra por su cuenta y la solución fue darle la boleta al sueco.

Tras la contratación de Alexis Sánchez, gran futbolista, que pareció integrarse, salió del Barça porque se prefirió mayor potencia en la delantera. Con Neymar y posteriormente Suárez, el club consiguió una tripleta que anuncia triunfos superiores incluso a los del año pasado.

Suárez, Messi y Neymar salen al campo juntos y se retiran de igual manera. Se sonríen y sus abrazos parecen siempre actitudes propias de personas que ponen el afecto por encima de los avatares de un juego tan proclive a los egos. Messi se ha ganado el respeto de toda la plantilla porque ya es veterano y el triunfador de varias temporadas. Neymar y Suárez se lo reconocen y él comparte sus felicidades.

Los tres componen un ataque goleador. A comienzos de temporada, el Barça tuvo dificultades para marcar goles. Tales carencias no le auguraban futuro alentador. Se ha producido el milagro del peculiar ensamblaje y van de goleada en goleada. Y ello, con la participación de los tres.

Suárez llegó sancionado por el famoso mordisco en el Mundial y ello le costó agarrarse al ritmo de la casa. Está plenamente identificado. Messi y Neymar están pendientes de sus problemas con Hacienda. Tienen sobre sí graves acusaciones y, sin embargo, en el campo se olvidan de tales cuestiones y convierten los partidos en un juego para divertirse. Tal vez, les gusta tanto pasarlo bien, que ganan. Y a esto nunca renuncian.