Hay cuarenta y tres boxes en el Circuito de Jerez. En el número tres, tres hombres charlan en la puerta del garaje. Son las 7:30 de la mañana, hora del café. Uno de ellos lo toma con un cigarro en la mano, con la otra gesticula. Arriba y abajo. El humo blanco que desprende el cigarrillo inunda la escena. Otro hombre la contempla, justo en frente de ella, también aguantando otro cigarro. Todo es normal. Claro que en un circuito nada es lo que parece. Los tres hombres, en realidad, son mecánicos del líder del Mundial, Marc Márquez, bicampeón del mundo más joven de la historia. El cuarto, el otro espectador, es Shuhei Nakamoto, vicepresidente de la corporación Honda, el «capo» de HRC. Entre ambos una scotter irrumpe. Es Dani Pedrosa entrando a su box. Comienza la jornada de trabajo.

En la esquina la comenzaron hace más de media hora. Es la tienda de Dunlop, uno de los suministradores de neumáticos del Mundial, y está lleno de técnicos preparando las gomas de clasificación. Toda una cadena de montaje para que el compuesto soporte 150 kilos, eso en la más pequeña de la categoría. Los pilotos que lo montan se lo llevan todo. Su llegada llena el paddock por todos los aficionados que vienen arrastrando. Ya entrada la mañana, cerca del mediodía, lo inundan todo.

Si uno mira bien ve que el Mundial en realidad es una especie de circo. Una jauría se lanza sobre unas azafatas ataviadas con minivestidos de flamenca, se dejan fotografiar, como si fueran protagonistas. Más allá un grupo de fans busca a su ídolo. Éstos quieren más que una foto, quieren que el piloto que siguen cada día le dedique un saludo, le firme o le esboce una sonrisa, aunque esté a punto de pilotar una moto a más de 150 km/h jugándose el campeonato, y la vida, en cada vuelta.

Es hora de comer y unos metros más allá puede olerse a hamburguesas, receta de «Saverino Catering», que da de comer a equipos de MotoGP y Dorna, la organizadora de todo el tinglado. Otros prefieren quitarse el gusto a base de cerveza, desde dentro del hospitality del Estrella Galicia, por ejemplo. Todo eso, entre otras cosas, en un solo minuto. Sesenta segundos variopintos.

En un paddock cabe de todo. Es espacio, incluso, para un Rey. Como iba paseándose Don Juan Carlos I, en un tour guiado por señores de corbata. Del lío escapan los pilotos. Están hechos de otra pasta. Se ponen el casco y se olvidan. La pista es hogar en un Mundial de alma viajera. Vida en moto, vida loca. Y ni que decirlo.