Javier Mérida tenía como oficio dar clases de pádel, hasta que la suma del destino y un coche no resultó ser una buena combinación para él. El marbellí sufrió un accidente que le supuso la pérdida de una pierna y, desde entonces, para Javier no existe límite que se le resista. Siguió dedicándose a lo que le gustaba, el pádel, pero ahora de manera adaptada, en el club Nueva Alcántara de Marbella.

Sintiendo predilección por los deportes de aventura, «se lanzó al agua» para lograr el Desafío de la Triple Corona, el galardón más importante a escala mundial de travesías de aguas abiertas. Se trataba de cruzar a nado el Canal de Santa Catalina (California), sumado al Cruce del Canal de la Mancha (de Francia al Reino Unido), conseguido en 2013, y darle la vuelta a la isla neoyorquina de Manhattan, reto que realizó en 2014. Y el marbellí logró en California su propósito: ser el primer amputado del mundo en conseguirlo, el primer español que logra el Desafío de la Triple Corona y el segundo en términos absolutos en toda la historia.

Mérida es un hombre que no ha perdido la ilusión, que lucha por sus sueños y por su familia y hasta que no ha conseguido lograr esta última prueba y, además, con muy buen tiempo (11 horas y 40 minutos en su última travesía), no ha parado: «Estoy muy contento y orgulloso de mí mismo por haber sido capaz de superarme».

Como todo aquel que se dedica al deporte, Javier lleva a cabo una rutina. Él divide el año en dos partes. La primera, desde octubre hasta abril o mayo aproximadamente, en la que el nadador se dedica a preparar triatlones de larga distancia. De hecho, Javier Mérida es campeón de Europa de paratriatlón. La segunda parte del año la dedica a la natación en aguas abiertas, siendo muy constante y entrenando muy duro.

Tras tantas horas dentro del agua y a tan bajas temperaturas, surge la curiosidad de saber qué piensa el nadador, qué clase de reflexiones o juicios pasan por su cabeza: «Pienso que estoy haciendo entrenamientos de intervalos de 30 minutos. Saco la cabeza del agua cada media hora, veo a mi mujer, a mi equipo y se me hace más ameno. Si pensara en kilómetros me volvería loco porque da tiempo a cavilar muchísimo».

El paratriatleta reconoce que sus máximos apoyos para seguir adelante son su familia, su equipo y sus amigos: «Tengo mujer e hijos y son ellos quienes me ayudan a buscar el tiempo necesario para entrenar. También tengo la suerte de contar con un equipo muy grande en todos los sentidos; sin mi médico y mi entrenador no podría conseguirlo».

Es cuestionable si la mayoría de las personas que sufrieran un accidente de la gravedad que tuvo Javier serían capaces de seguir luchando y tendrían tantas ganas de vivir como tiene el paralímpico: «Después del accidente, nunca he pensado en abandonar. Después de un reto llega otro y hay que enfrentarse a ellos con mucho coraje y ganas». Es más que evidente que Javier Mérida es un gran ejemplo de superación.