Hace 11 años que José Manuel Carrasco no para por su casa. Casi suma un equipo por temporada y cada verano hace las maletas para cambiar de club, de ciudad e incluso de país. No tiene problemas para acudir allí donde le llamen. Para él son experiencias vitales útiles para formarse y su última aventura, en Georgia, la disfrutó hasta el final.

Carrasco, nacido en Antequera hace 28 años, ha vuelto a España hace menos de una semana después de terminar la primera fase de la Liga georgiana en las filas del Saburtalo. Tenía contrato hasta julio, pero la salida de un patrocinador importante del club no le aseguraba cobrar en los próximos meses y se ha marchado.

El malagueño está acostumbrado a moverse desde que tenía 18 años, cuando desde el Fuengirola se marchó a las categorías inferiores del Albacete. Una eliminatoria de la Copa del Rey juvenil entre ambos clubes sirvió para que el conjunto manchego se fijara en un defensa central prometedor.

En aquel año en el Albacete coincidió con nombres ahora conocidos como Alejandro Gálvez, ex del Werder Bremen y ahora en el Eibar, o Mario Gaspar, lateral derecho del Villarreal. Una buena hornada que se marchó en masa al filial del Villarreal la temporada siguiente. Y allí fue donde Carrasco pasó por única vez en su carrera, más de un año en el mismo sitio.

«Yo el fútbol me lo tomaba como un hobbie, pero en Albacete me di cuenta de que podría ser mi trabajo. Fue un año muy positivo. Me decanté por Albacete porque pagaban los estudios, la carrera y empecé magisterio. Era una oferta más formativa que económica Después salió la opción de ir a la cantera del Villarreal».

Maestros de primer nivel

Cuando dejó el Villarreal, ya con 22 años, comenzó a sumar equipos a su currículum hasta hoy. Fue un no parar. En total, acumula seis: Benidorm, Écija, Murcia Imperial, Johor de Malasia, Mérida y Fuenlabrada. Y, en casi todos ellos, tuvo algún maestro de los que aprendió cosas básicas para aplicar en su carrera.

En Albacete estuvo con Antonio Gómez, ex jugador del Real Madrid y ayudante de Rafael Benítez en el Liverpool y también en el conjunto blanco. Él le dijo que podía llegar lejos y que tenía que creer en sí mismo. «También recuerdo a José Luis Molina, actual director deportivo del Elche, que fue el que me fichó para el Albacete y me ayudó para firmar por el Villarreal y por el Murcia. Muchas veces, cuando he tenido dudas, le he llamado y me ha aconsejado. También he tenido entrenadores, como Francisco José Molina, que lo tuve en el Villarreal y aprendí mucho de él», explica.

Pero sobre todo guarda un buen recuerdo de Fernando Morientes, exjugador del Real Madrid y que le dirigió en el Fuenlabrada: «Aprendí mucho de él y de su cuerpo técnico. Es un hombre de fútbol que lo ha ganado y jugado todo. Levantarte a entrenar y saber que vas a tener delante a Morientes, que te aconseja, solo por eso merecía la pena ir», apunta.

A Georgia, por Manolo Hierro

Entonces, el verano pasado, apareció Manolo Hierro, ex jugador del Málaga, Tenerife y Betis para hacer una oferta a Carrasco que tardó en cuajar sólo tres días. «Según me dijo Manolo, el ministro de Georgia de Deportes o alguien importante del país, es el fundador del Saburtalo y tiene amistad o algunos negocios en común con Fernando Hierro. A través de esa amistad con ese hombre de Georgia, a Manolo le salió la opción de dirigir la cantera de allí y llevar al primer equipo la filosofía de España».

«No sabía dónde ir en verano, y me llamó. Se iba a Georgia con un entrenador español, Pablo Franco, que estuvo en el Getafe. Quería llevarme para allá con el objetivo de meterse en la Liga Europa. La ciudad es Tiflis, la capital con un millón y medio de habitantes. Me lo vendió muy bien. Soy aventurero y si estuve en Malasia, ¿por qué no en Georgia? En tres días arreglamos el contrato y las condiciones», relata.

Carrasco aterrizó bien en Georgia, un país cuyo sueldo medio de un trabajador normal es de 200 euros al mes. Tiene frontera con Turquía, Armenia, Azerbaiyán y Rusia y está a 5.000 kilómetros de España. Deportivamente, en el Saburtalo, hasta la salida de Pablo Franco, todo fue bien.

«Con Pablo era todo más fácil, sobre todo la comunicación. Nosotros hablábamos en español y Pablo también. El segundo entrenador traducía en georgiano. Y teníamos un traductor que sabía español y georgiano. Entre todos nos entendíamos. Con Pablo, daba las órdenes en español y se entendía al momento. Cuando se fue, cambió todo un poco», cuenta.

«Llegó un entrenador georgiano y como pasa en lo sitios y es normal, que tira más para los georgianos. La comunicación costaba un poco más. Todo el rato con el traductor».

Carrasco compartió vestuario con otros dos españoles, Santi Jara y Juanfri. Los tres eran los más veteranos de un equipo mayoritariamente lleno de jugadores sub 23. El Saburtalo, un club de reciente creación, quiere promocionar su cantera y casi todos sus jugadores proceden de ella. Mientras estuvo Pablo Franco, las oportunidades fueron mayores. Después, se redujeron.

Aún así, el Saburtalo quedó tercero en uno de los dos grupos de siete y pudo jugar las eliminatorias para luchar por una plaza europea. Sin embargo, fue eliminado por el equipo más potente del país, el Dinamo Tbilisi. La segunda parte del torneo, a partir de febrero, decidirá la lucha por el título en 36 jornadas entre diez clubes. Eso ya no lo vivirá José Manuel Carrasco.

Tiflis, ciudad inquietante

Aunque no estará para conocer el desenlace del curso para el Saburtalo, Carrasco ha podido conocer otra cultura diferente y una ciudad con muchos contrastes sociales y, a ratos, inquietante. El georgiano, como explica el futbolista andaluz, «es muy suyo». Son gente seria.

Carrasco se ha llevado algún sobresalto, como el día que se metió en un taxi para volver a casa y en medio del trayecto se introdujo otro hombre dentro del coche, que paró repentinamente en un callejón sin salida y oscuro. «Entonces se bajaron los dos en una calle. Me quedé dos minutos o tres solo dentro del taxi y no entendía nada. Creía que me iban a hacer algo. Pensé en abrir la puerta y salir corriendo. Justo cuando lo hice, el hombre me dijo que me montara. Entonces me llevó a casa. No pasó nada, pero te asustas».

Carrasco explica que Tiflis es una ciudad llena de contrastes, con edificios que parece que se van caer con otros recién construidos que están como nuevos. Esperar en un semáforo dos minutos implica ver a un coche de alta gama con otros destartalados con ruedas de moto o maleteros que no cierran.

«Allí la calidad de vida es muy baja. Un dependiente igual gana 180 euros al mes. Un obrero se juega la vida. Van sin protección ni nada, trabajan en un décimo piso sobre una tabla y con un poco de aire se van para abajo. Ellos ganan 200 euros al mes. Hay mucha diferencia social estos trabajadores y la elite».

Carrasco vivió estos meses en una urbanización de seis bloques con seguridad y en un buen piso con comodidades. Pero, al salir de casa y andar unos pasos, se podía encontrar a gente pidiendo en la calle. «Georgia no tiene nada que ver con donde vivíamos. Es otra cosa, la realidad es otra».

Eso sí, Tiflis tiene zonas muy bonitas para pasear y visitar, y, casi cada día, después de entrenar, Carrasco y sus compañeros españoles salían a conocer la ciudad, que, aunque parece inquietante, es bastante segura.

Ahora, Carrasco, en España, espera otro destino. Puede ser un equipo de Segunda B, ya analiza alguna oferta. Pero, si se tiene que ir al extranjero, lo hará. Y si tiene que hacer las maletas en seis meses, lo hará. De hecho, es «el hombre maleta». Y le gusta. Atrás quedó Georgia. Su siguiente destino, aún es una incógnita. «Mi madre está acostumbrada, voy y vengo. Me llaman, en un momento cojo las cosas y estoy allí». Y Carrasco, lo disfruta.