En aquellos meses locos de 1954 en los que Roger Bannister y John Landy pelearon por ser el primer hombre de la historia en bajar de los cuatro minutos en la milla -una de esas barreras icónicas para el atletismo e incluso para la sociedad que seguía con verdadera pasión el desafío que libraban el británico y el australiano, los mejores mediofondistas de la época-, la figura del austriaco Franz Stampfl resulta indispensable.

Todos los que vivieron la gesta de Roger Bannister el 6 de mayo en la pista de Iffley Road en Oxford, lo dejaron claro: «Nunca lo habría conseguido sin Stampfl».

Este vienés, aficionado al arte, al deporte y al bronceado, solo llevaba cuatro meses de trabajo con el grupo de entrenamiento de Bannister en el que también se encontraban sus dos compañeros de viaje en la célebre carrera de Oxford. Chris Chataway y Chris Brasher. Fue este último quien se lo presentó a Bannister y recomendó contratar sus servicios en base a los grandes resultados que había conseguido en sus años anteriores trabajando con algunos de los prometedores atletas británicos y convirtiendo a la discreta escuela John Fisher en la campeona nacional.

Stampfl aplicó con Bannister y sus compañeros los métodos de entrenamiento que llevaba perfeccionando desde que en los años treinta comenzara a estudiar los efectos que el trabajo por intervalos tenía en el rendimiento de los atletas. El entrenamiento por series, algo que cualquier corredor popular domina en la actualidad, entonces aún era un territorio semidesconocido que Stampfl exploró con más eficacia que nadie. Le gustaba el esquí, el atletismo (especialmente el lanzamiento de jabalina) pero donde encontró su verdadera pasión fue en el entrenamiento, en mejorar a los deportistas gracias a su orientación. Pero antes de cruzarse en el camino de Bannister, este austríaco viviría episodios esenciales en su vida que pudieron apartarle antes de lo esperado de las pistas de atletismo.

En 1936 asistió a los Juegos Olímpicos de Berlín y no tardó en comprender que sobre Europa se cernía un evidente peligro. Le disgustó lo que vio en Alemania, ese dominio que sobre la sociedad ejercía el nazismo, su violencia, su desprecio sobre los demás y decidió marcharse de Austria. Llegó a Inglaterra con 25 años y en un principio se instaló en el barrio de Chelsea de Londres tras inscribirse en una escuela de arte. Pero en 1938 se produjo el «Anschluss», la anexión de Austria por parte de Alemania, y el Gobierno británico le instó a dejar el país salvo que tuviese una habilidad que pudiese hacerle útil. Fue entonces cuando aprovechó los conocimientos que había desarrollado en el atletismo y con la ayuda de Harold Abrahams, uno de los atletas cuya vida se cuenta en «Carros de Fuego» y que en aquel momento era presidente de la Federación Inglesa de atletismo, comenzó a entrenar atletas a razón de un chelín por cabeza y día.

Encontró un interesante trabajo en Irlanda del Norte aunque sería de vuelta en Inglaterra donde vivió el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Fue en ese momento cuando su vida experimenta un giro dramático. En 1940 se le acusa de ser un espía alemán y se le destina a un campo de confinamiento junto a cientos de prisioneros en Canadá. A comienzos de julio se embarca en el Arandora Star para cumplir su pena, pero solo llevan un día de viaje cuando cerca de la costa de Irlanda un submarino alemán torpedea y hunde el barco. Es el tiempo en el U-Boots de Hitler generan un verdadero caos en el Atlántico Norte con hundimientos constantes que afectan a barcos de guerra, de carga, de pasajeros o de prisioneros como era este caso. En el caso del Arandora murieron más de 800 personas en una de las grandes tragedias de la Segunda Guerra Mundial. Stampfl consiguió sobrevivir tras pasar más de seis horas en el agua antes de ser rescatado.

De vuelta a Inglaterra fue conducido a otro barco que tras semanas de travesía le dejó en Australia. Allí pasaría el resto de la guerra y desarrollaría un importante trauma a los espacios cerrados. Tras recuperar la libertad conoció en Melbourne a Pat, la mujer con la que se casaría, y al poco tiempo regresaría a Inglaterra para recuperar la vida que tenía antes de que se cruzase la guerra. No existían por su parte cuentas pendientes que saldar con los británicos que le habían considerado poco menos que un peligro. Lo entendió como parte del juego desquiciado que se vivió en Europa en aquellos años negros. Fue entonces cuando comenzó a entrenar jóvenes atletas y a sacar de ellos lo mejor. Llegaron los triunfos con la escuela John Fisher y el ofrecimiento de Chris Brasher de presentarle a Roger Bannister a comienzos de 1954.

En ese momento todo el mundo estaba convencido de que John Landy, el australiano, sería el primero en romper el muro de los cuatro minutos en la milla. Pero Stampfl lo cambió todo. Por un lado con su entrenamiento por intervalos que había depurado durante más de veinte años y por otro con el trabajo psicológico que hacía con sus atletas. Solía decir en broma que «cada austríaco cree que es el siguiente Freud», pero lo cierto es que en un tiempo en el que el entrenamiento de la mente no había llegado al deporte, él había comenzado a trabajar en ese sentido con sus atletas.

Eso hizo que se ganase cierta fama de lunático por las cosas que decía pero Chataway, uno de los miembros de aquel equipo, siempre defendió que «consiguió que nos creyéramos mejores atletas, que podíamos vencer a cualquiera».

Stampfl se interesó por la vida personal de los deportistas, sus problemas, sus miedos, sus pasiones y pasaba tanto tiempo con ellos en la pista como fuera. Eso le permitía saber siempre en qué tecla debía tocar para sacar de ellos lo mejor.

Todo eso explotó el 6 de mayo en 1954 cuando Bannister consiguió convertirse en el primer hombre en bajar de los cuatro minutos en la milla. El entrenador austríaco apenas participó en las celebraciones. Un abrazo a sus discípulos y poco más. Dejó que toda la gloria fuese para ellos. Bannister dejó el atletismo, pero Stampfl aún colaboró más tiempo con Chataway (batió el récord del mundo de 5.000 metros con él) y Brasher, que acabaría ganando el oro olímpico en 1956 en los 3.000 obstáculos.

Después de 1955 Stampfl se instaló con su mujer en Australia y consiguió la nacionalidad de aquel país. Durante décadas siguió guiando los pasos de atletas y fue responsable técnico de la Federación Australiana de Atletismo durante años.

En 1980 estaba con su coche parado en un semáforo en rojo cuando por detrás recibió el violento impacto de otro automóvil. Dos jóvenes competían por las calles de Melbourne a toda velocidad y uno de ellos no fue capaz de esquivar el coche de Stampfl. Salvó la vida de milagro, pero se quedó tetrapléjico Su reacción fue heroica. Ni un reproche, ni una queja. El día que su hijo fue a verle al hospital por primera vez, roto por el dolor de ver a su padre así, el veterano entrenador le dijo «Anton, estoy bien. Tienes un examen de física hoy. Céntrate para dar lo mejor de ti y no te preocupes que yo estoy bien».

Con esa disposición de ánimo Stampfl siguió entrenando atletas desde la silla de ruedas en la que estuvo hasta su muerte en 1995. Lo explicó mejor que nadie él mismo: «Mientras tenga voz, podré entrenar».