Jäger nunca tuvo la oportunidad de asomar su gran instinto goleador en los principales torneos del mundo. Muchas cosas influyeron en esta circunstancia. El Mundial no comenzó a disputarse hasta 1930 (poco después de que él se retirase a los 38 años) y el bajo nivel futbolístico de Alemania en aquel tiempo tampoco ayudaba.

El delantero nacido en Altona únicamente disputó dieciocho partidos con la selección alemana (diecisiete de ellos amistosos) y solo consiguió dos victorias en estos partidos. Su fugaz participación en los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912 (en los que sufrieron una rotunda eliminación a manos de Austria) es el punto álgido de su carrera con la selección de su país.

La escasa relevancia de Alemania en el comienzo de siglo influye indiscutiblemente a la hora de valorar la carrera de un delantero rodeado de leyenda y que según algunos estudios llegó a marcar casi dos mil goles en los veinte años que defendió la camiseta del Altona 93.

A esta escuadra, la más importante de la ciudad en la que nació, llegó en 1907 cuando solo tenía dieciocho años. Se retiraría veinte años después y por el medio se perdió los años en los que el fútbol y la vida se detuvieron en Alemania a causa de la Primera Guerra Mundial. Jäger combatió en ese conflicto. En diferentes etapas estuvo en Bélgica y aunque fue herido en un par de ocasiones las lesiones nunca revistieron especial importancia. De hecho, durante la guerra incluso hay constancia de partidos amistosos que se jugaban en Alemania y en los que también intervenía cuando disfrutaba de un permiso.

Jäger fue un delantero inmisericorde encerrado en el modesto equipo de su ciudad con el que solo alcanzó a ganar un par de campeonatos de Alemania del Norte (hasta 1933 el título en Alemania se lo disputaban los campeones de las diferentes regiones del país). El fútbol era amateur en Alemania y no tenía aún el prestigio social que a esas alturas había alcanzado en Inglaterra o en Escocia. Apenas se ganaba dinero y Jäger comenzó por lo tanto a explorar otras vías de negocio. Después de la Primera Guerra Mundial abrió una tienda de tabaco en Altona y al poco tiempo se asoció con Koch, un compañero de equipo, para abrir en 1921 unos grandes almacenes (Jäger&Koch).

La aventura duró poco tiempo porque al cabo de unos años su socio fichó por el HSV Hamburgo y la sociedad entre ambos se rompió. Sin embargo el negocio, que fue readaptándose a lo largo del siglo XX, permaneció abierto con el nombre original como homenaje a los dos futbolistas que lo pusieron en marcha unos años atrás. Jäger era un tipo listo. En el campo, donde los goles se le caían de los bolsillos, y en la calle donde fue construyendo un interesante patrimonio familiar en un tiempo complicado y en el que la economía alemana pagó de forma evidente las consecuencias de la derrota en la Primera Guerra Mundial.

El ilustre vecino de Altona se apartó del fútbol en 1927, cerca de cumplir la cuarentena y después de recibir la Placa del Aguila, una de las grandes distinciones de la época. Los aficionados de su equipo le dispensaron una despedida por todo lo alto y el presidente del club le agradeció su fidelidad, que nunca se hubiese planteado la posibilidad de salir en busca de dinero u otro tipo de prevendas. «Lo merecías Adolf, pero preferiste quedarte con nosotros. Esta ciudad y este club nunca lo olvidarán», le dijo tras su último partido.

En agradecimiento, lo primero que hicieron a continuación fue ponerle su nombre al modesto estadio del Altona 93 que aún ahora lleva el nombre de su mítico delantero centro. Jäger siguió formando parte del paisaje de la ciudad.

Allí permaneció cuidando de sus negocios, acudiendo al estadio cada semana y enseñando a su hijo Rolf el complicado oficio de delantero. El muchacho no tardó en enfundarse la camiseta roja, blanca y negra del Altona 93 y, sin tanta eficacia, parecía haber heredado algunas de las cualidades de su padre.

Pero la carrera de Rolf Jäger acabó antes de tiempo. La guerra otra vez sepultó las aspiraciones. Movilizado durante la Segunda Guerra Mundial, el 10 de junio de 1944, solo cuatro días después del Desembarco en Normandía, moría cerca de Le Mans durante el ataque a una aeródromo militar alemán.

La noticia destrozó a los Jäger. Pero no acabarían ahí las desgracias. Adolf se había alistado como voluntario durante la Segunda Guerra Mundial para ayudar en todo lo que pudiera en su región.

Se le dio un cargo similar al de oficial de la defensa antiaérea de Hamburgo. Su misión y la de aquellos que colaboraban con él era hacerse cargo de las docenas de bombas que caían del cielo y no llegaban a explotar.

En aquel momento, con los alemanes cada vez más cerca de perder la guerra, los bombarderos aliados sembraban las ciudades de proyectiles. El 21 de noviembre de 1944, solo unos cinco meses después de perder a su hijo, Adolf estaba trasladando una de estas bombas cuando estalló. Murió en el acto, algo que produjo una enorme consternación en la ciudad que acababa de perder a quien había sido uno de sus grandes héroes.

Unos meses después, cuando el país empezó a pasar página de lo que había sido el horror de aquella guerra, Jäger fue llevado a un cementerio próximo al estadio del HSV Hamburgo, posiblemente el principal rival en su tiempo del Altona 93 al que consagró su vida deportiva