Se corría el Giro del Piamonte de 1951, una de las pruebas en las que Fausto Coppi ajustaba su preparación para el inminente Tour de Francia aunque curiosamente no lo ganaría en toda su carrera. Era un año complicado porque las lesiones le habían hecho competir menos de lo normal, pero se sentía relajado porque veía que su cuerpo se acercaba a su estado ideal de forma, a tiempo de competir por el triunfo en Francia. Cerca del velódromo de Turín, un grupo de ciclistas tomó mal una curva y la rueda de uno de ellos se metió en los raíles del tranvía y se fue al suelo. En la caída arrastró al resto, entre ellos a Serse Coppi.

El hermano del gran Fausto se golpeó ligeramente la cabeza contra el suelo pero no tardó en subirse de nuevo a la bicicleta para concluir la jornada. Firmó en el control de llegadas y se marchó a descansar al hotel sin necesidad de esperar a su hermano, que estaba cumpliendo con los rigores que acompañaban a su condición de absoluto mito para la afición italiana. Serse comenzó a encontrarse mal e hizo algo poco habitual, tomar el baño de agua con vinagre que los auxiliares del Bianchi habían preparado para su hermano. Cuando Fausto llegó en compañía de Chiesa, uno de sus gregarios, Serse le dijo que le dolía mucho la parte izquierda de la cabeza y que le costaba mantenerse en pie. Le inspeccionaron, pero no encontraron más allá que una pequeña herida producto del impacto contra el pavimento en las calles de Turín.

Le pusieron hielo y le acostaron para que descansase. No sirvió de nada. A la media hora Serse Coppi comenzó a sufrir convulsiones, los médicos llamaron de urgencia una ambulancia a la que le subieron en compañía de Chiesa y de su hermano. Era domingo y había problemas para encontrar sangre y plasma para intervenirle de la hemorragia cerebral que sufría. Nunca llegó al quirófano. Pese a los esfuerzos que en aquellos momentos hicieron los médicos, Serse murió en la habitación del hospital, en brazos de Fausto Coppi, a los 28 años de edad. Aquella desgracia cambió para siempre a la familia. La mamma Angiolina nunca se recuperó. Fausto Coppi tampoco.

Él había convencido a Serse de que se dedicase al ciclismo para seguir juntos como cuando jugueteaban en su Castellania natal. Pese a lo regular de sus condiciones y de su capacidad de sacrificio, le había hecho sitio en el Bianchi para tenerle cerca, pero sobre todo para que cuidase de él. Pero desde aquel 29 de junio de 1951, Fausto Coppi sería un hombre diferente. Hasta su inesperada muerte, unos años después a causa de la malaria, en sus conversaciones había dos asuntos que nunca tocaba: su complicada experiencia durante la Segunda Guerra Mundial (en la que estuvo en un campo de prisioneros) y la muerte de su hermano en mitad de aquel Giro del Piamonte. Fausto Coppi cambió desde que se vio solo, sin Serse a su lado. Los que le conocieron aseguran que su vida personal y su carrera comenzaron a desmoronarse desde el momento en que aquel ciclista tuvo la desgracia de meter la rueda en los raíles del tranvía en Turín y provocó la caída que arrastró al pequeño de los Coppi.

Fausto había insistido a su hermano para que volviese al ciclismo tras la Segunda Guerra Mundial. No era lo suficientemente aplicado para el deporte, pero tenía piernas poderosas y un carisma que sobresalía por encima del resto hasta el punto de que quienes compartieron su tiempo coincidía en que superaba a su hermano en personalidad. Pese a que no formaba parte del grupo de trabajo de Biagio Cavagna porque sus normas eran demasiadas estrictas para un hombre como Serse, entró a formar parte del Bianchi donde se convirtió en el «gregario de su mente». No podía correr sin él. La dependencia mutua se hizo muy profunda y Fausto no se sentía cómodo si no sabía que Serse venía tras él, tratando de finalizar las duras etapas de montaña de las grandes carreras a tiempo de estar al día siguiente en la línea de salida.

«Te espero en la meta», le decía los días complicados antes de que se desatasen las hostilidades en el grupo de cabeza. Pero Serse era imprescindible por su carácter, por cómo protegía a Fausto, por su habilidad para manejarse en un mundo tan complicado como un pelotón. Él era el responsable de tejer alianzas en las etapas en las que se necesitaba una ayuda extra. Lo hacía con habilidad, descaro y un evidente poder de seducción. Divertido y aficionado a la buena vida, la fiesta y las noches eternas. Fausto parecía vivir a través de Serse las experiencias que su disciplina y trabajo le impedían disfrutar.

Después de trasladarse a vivir a otro pueblo tras casarse con Bruna, Fausto y Serse salían al encuentro uno del otro por la misma carretera para entrenar por las mañanas. Dependiendo de lo alejado que estuviese el punto donde coincidían, Fausto ya se imaginaba cómo habían sido la noche de su hermano. Dino Buzzati, fabuloso escritor que se incrustó en el pelotón del Giro para relatar la carrera desde dentro y firmar alguna de las crónicas más gloriosas de la historia de este deporte, describía a Serse como «el amuleto de la suerte de Fausto, su ángel de la guarda, una especie de talismán viviente. Un poco como la lámpara mágica sin la cual Aladino habría sido toda la vida un pedigüeño. Es Serse en realidad quien gana porque sin él, Fausto se hubiese hundido mil veces». Por eso tras la muerte de Serse, la primera intención de Fausto Coppi fue la de abandonar el ciclismo. Solo unas semanas después empezaba el Tour de Francia, pero él estaba decidido a no correrlo. Venía de un año complicado con la fractura de la pelvis de 1950 y la de clavícula a comienzos de año. Lesiones que se curaban tarde o temprano, pero lo de Serse no tenía solución.

Gino Bartali y sus ánimos

Sus compañeros se afanaron por levantarle el ánimo y convencerle. Incluso Gino Bartali se acercó para hablar con él. Su gran rival, pero también su gran amigo pese a lo que trató de venderse en aquella época como un enfrentamiento entre ambos que afectaba a los deportivo, lo social y lo político. El gran Gino le recordó que por aquella misma situación ya había pasado él. También había querido dejar el ciclismo después de que su hermano Giulio chocara contra un coche bajando un puerto durante una carrera amateur, pero se levantó. Fausto escuchó con devoción a su amigo y a las pocas semanas llegó a la línea de salida de un Tour de Francia que resultó un desastre para él. En medio de un calor asfixiante camino de Montpellier, bien situado en la general, se desfondó. Influyeron las condiciones de aquella jornada pero también la ausencia de Serse. Era una de esas etapas aparentemente sencillas en las que su hermano iba a su lado, tranquilizándole en caso de problemas y distrayéndole con sus ocurrencias. Su ausencia esa tarde se hizo entonces más grave, más patente y Fausto se dejó ir para entregar cualquier esperanza de ganar ese Tour. En la carrera de Fausto Coppi aún llegarían un Tour y un Giro de Italia más (los de 1952), pero su vida ya fue otra. Se convirtió en un ciclista más complicado, nervioso e inseguro; la expresión de su rostro se oscureció y ya nadie le hizo reír con la facilidad de su hermano; y su relación con Bruna, su mujer, se desmoronó por completo. Se convirtió en un corredor incompleto, en un ciclista diferente, al que una caída en Turín había dejado sin una parte importante de su corazón.