Cuando el escocés Peter O´Rourke se hizo cargo del Bradford City en 1905 apenas hacía dos años que el conjunto de Yorkshire había abandonado el rugby para entregarse a la práctica del fútbol. En aquel momento la decisión -que enterraba casi treinta años de historia del Manningham- no resultó demasiado popular en la ciudad. Pero todo el mundo la bendijo cuando solo seis años después más de cien mil personas se echaron a la calle para recibir a los héroes que habían conseguido contra pronóstico la victoria en la final de la Copa inglesa,el único título de la historia el club hasta la fecha, tras imponerse al poderoso Newcastle.

O´Rourke había alcanzado el éxito de un modo bastante particular. Desde su llegada fue incorporando compatriotas de forma progresiva al vestuario. Cuando logró el ascenso a Primera División en 1909 había ocho escoceses en la plantilla, la mayoría de ellos titulares.Uno de ellos se llamaba Jimmy Speirs, futbolista nacido en los alrededores de Glasgow y que sorprendentemente había conseguido escapar de la tradición minera que pesaba sobre su familia.

Formado en uno de los mejores equipos de juveniles de Escocia, Speirs se comprometió con solo 19 años con el Glasgow Rangers, donde militó cuatro temporadas, aunque no tuvo la ocasión de levantar ningún título. En 1909 recibió la llamada de O´Rourke, que acababa de conseguir el ascenso con el Bradford y necesitaba subir el nivel de la plantilla de modo urgente. A Speirs le sedujo la idea, la posibilidad de unirse a un buen número de paisanos en el nuevo equipo y tomó la decisión de separarse temporalmente de su esposa Bessie y sus dos hijos pequeños.

Su paso por Valley Parade -el viejo estadio de Bradford que había diseñado Archibald Leitch, otro escocés- coincidió con sus mejores días como futbolista. La primera temporada consiguieron con ciertos apuros la salvación, pero en la segunda el equipo se desató. Finalizaron la Liga en una meritoria quinta posición, pero lo mejor de todo les esperaba en la Copa. De modo inesperado se metieron en la final donde les aguardaba el Newcastle, vigente campeón e indiscutible favorito.

Pero el Bradford de aquellos días era un conjunto sin complejos, como habían demostrado en la semifinal en la que apearon al Blackburn Rovers, en un encuentro bronco y que incluso obligó a la Federación Inglesa a abrir una investigación porque los dos equipos acabaron el partido en Sheffield enzarzados en una pelea. La final se disputó en el Crystal Palace de Londres, el escenario habitual de esa clase de partidos a comienzos del siglo XX. El choque fue intenso, muy físico, con el Bradford ejerciendo una feroz resistencia a la mayor calidad de los blanquinegros.

El duelo finalizó con empate sin goles y el título quedó abocado a un «replay», que se jugaría solo cuatro días después en Old Trafford, una situación que igualaba aún más la final por la incidencia que la recuperación física tendría en el destino del partido.

Más de 60.000 personas se reunieron un miércoles en Manchester para asistir al partido. Hasta ese día no existían precedentes de una afluencia semejante a un encuentro de fútbol jugado a mitad de semana. Cuentan las crónicas de la época que mucha gente se quedó a las puertas del estadio sin poder entrar.

En el minuto 15 la final dio un vuelco inesperado. Una mala salida del portero del Newcastle fue aprovechada por Speirs para anotar de cabeza el que sería único gol de la tarde. El Bradford resistió las embestidas de las «urracas» sin temblar hasta que llegó el pitido final. Era un 26 de abril de 1911, que nunca olvidarán los aficionados de este modesto club.

Speirs, capitán del equipo, recibió un trofeo que también tiene una historia curiosa. Ese año la Federación Inglesa había encargado un nuevo diseño para la Copa y lo hizo a la joyería Fattorini& Sons, un histórico negocio de Bradford. Quiso el destino que fuese precisamente un equipo de la ciudad el primero en llevárselo. «La Copa vuelve a casa» titulaba la crónica al día siguiente, con toda la razón, un diario local. Bradford se echó a la calle para recibir a sus héroes, que fueron agasajados con toda clase de homenajes. En ellos Speirs tomó la palabra para elogiar el orgullo de su equipo y sobre todo honrar al derrotado, el Newcastle, para quien pidió tres hurras de todos los asistentes.

La vida de Speirs en el fútbol no dio para mucho más. Un año después salió en dirección al Leeds, que pagó 1.400 libras por su traspaso, una cifra ilógica para aquel tiempo, y allí jugó hasta 1915. Con 29 años había tomado la decisión de dejar el fútbol y regresar a casa junto a su familia.

Pero las andanzas de este escocés orgulloso no se acabarían ahí. El 17 de mayo de 1915, días después de abandonar Ellan Road, acudió a la oficina de reclutamiento de Glasgow para alistarse. Nada le obligaba a ello ya que estaba dispensado por el hecho de tener dos hijos, pero su compromiso y convicciones iban mucho más allá en un tiempo en el que Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial. Fue destinado a un batallón de la reserva de los Cameron Highlanders con sede en Inverness, lo que una vez más le separó de su entorno familiar en Glasgow.

Nada hacía pensar que Speirs entraría en combate, pero la sangría que se estaba produciendo en Francia y Bélgica hizo que a finales demarzo de 1916 el exfutbolista del Bradford fuese destinado a Europa para formar parte del séptimo batallón de los Highlanders. Combatió en Arras donde fue herido en un brazo y se ganó al ascenso primero a cabo y luego a sargento. Para sus superiores nunca pasó inadvertida su evidente capacidad de mando, en gran medida heredada de sus tiempos de capitán del Bradford, lo que le valió la medalla al mérito militar.

En 1917 pasó unos días de permiso en casa antes de ser enviado a uno de esos lugares que producen escalofríos con solo escuchar su nombre: Passchendaele, en Bélgica. Allí tuvo lugar una de las batallas más terribles de la Primera Guerra Mundial, uno de las masacres más crueles e inútiles de la historia. Se calcula que solo se ganaron cinco centímetros por cada soldado muerto, un resultado ridículo para el coste que tuvo. En tres meses murieron más de medio millón de militares (250.000 alemanes y 300.000 británicos) en la última batalla de desgaste de la Gran Guerra. A ese tremendo horror fue enviado Speirs.

El 1 de agosto escribió su última carta a casa en la que le confesaba a Bessie la esperanza de que el final de la guerra estaba cerca. Su esposa no volvió a tener noticias de él. El 20 de agosto se le dio por desaparecido y poco después su cuerpo apareció enmedio del inmenso cenagal en el que se había convertido el campo de batalla. El cuerpo de Speirs -a quien los militares llamaban Spears por un error en la oficina de reclutamiento- no volvió a casa y fue enterrado junto a miles de compañeros de armas en el cementerio británico deYpres en Bélgica. Su tumba es lugar de peregrinaje obligatorio para los aficionados del Bradford,orgullosos del futbolista que marcó el gol más importante de su historia y también del héroe de guerra que entregó suvida en un barrizal.